01: Infancia

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Día 01: Infancia

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Desde que Kagome había regresado a la época feudal, había una cosa que amaba mucho hacer: En la noche, cuando terminaba con sus entrenamientos de sacerdotisa e Inuyasha con sus trabajos con Miroku, ambos salían a caminar juntos sin rumbo fijo, se dejaban caer sobre el pasto y observaban las estrellas. Hablaban de todo y nada, de las actividades del día, o simplemente disfrutaban de la compañía que se entregaban en silencio. Lo necesitaban, era una necesidad de ambos de comprobar que aquella reunión no era un sueño, algo producto de su imaginación sino su realidad.

Cada noche era única y relajante, pero, esa noche, cuando ambos se dejaron caer en la hierba, Kagome pudo notar que Inuyasha no estaba ahí con ella, bueno, al menos su mente, porque se había recostado a su lado, apoyado sobre sus codos taciturno. Lo observó en silencio, esperando que él finalmente hablara, pero aquel suceso no sucedía y empezaba a intrigarse por su actitud, optó por sentarse y preguntar.

—¿En qué tanto trabaja tu cabecita? —preguntó con un tono divertido, tratando de no sonar pesada o preocupada. Pudo percatarse de que Inuyasha se sobresaltaba en su sitio, antes de finalmente recostarse en la hierba con las manos en la nuca.

—Pensaba —respondió, cerrando sus ojos. Kagome puso los ojos en blanco por semejante revelación, pero no dijo nada, esperó que él continuara—. Hoy veía como Miroku se esfuerza en darle lo mejor a sus hijos, en un principio pensé que era porque ese monje es un avaricioso y le gustaba la buena vida, pero...

—¿No es así? —consultó flexionando sus rodillas para abrazarlas y apoyar su mejilla sobre ellas, sin quitarle la mirada de encima a Inuyasha.

—Bah, en parte, es así —protestó, frunciendo levemente el labio superior de su boca, antes de suavizar su rostro y soltar el aire por la nariz—. Pero, me habló de su infancia, de todo lo que ha pasado y por qué es así ahora con sus hijos. No quiere que ellos pasen por las mismas penurias que él... Así que todo eso me hizo pensar, recordar cosas de la mía que no me gustaría ver repetido en un hijo nuestro.

Aquellas últimas dos palabras hicieron que Kagome se enderezara. ¿Había oído bien? ¿Acababa de hablar de hijos? ¿Y suyos? Aunque ella estaba petrificada por lo que aquello significaba, el hanyou seguía perdido en su relato.

—Entonces, me puse a pensar en mis recuerdos felices antes de conocerte —le confesó, la joven aprendiz sintió una extraña sensación recorriéndola entera, amaba cuando Inuyasha dejaba caer sus barreras y le contaba exactamente lo que pensaba. Una prueba más, de lo cercano que eran ahora, ladeó con ternura la sonrisa de sus labios al verlo tan metido en lo que le contaba—. Y realmente, no sé si los años han hecho que las cosas buenas se perdieran entre el miedo y la soledad, porque lo que puedo recordar antes de ti, es mínimo. Pero de algo si estoy seguro, no quiero eso para para los nuestros. Esa infancia llena de temor, de inseguridades, de no tener donde refugiarte, donde nadie quiera brindarte una mano por temor a lo que eres.... Entonces, me puse a pensar, ¿qué puedo dar yo si tenemos un hijo? ¿Podré protegerlo de esta vida tan insegura? ¿Qué es lo que se necesita para poder cuidarlos de buena forma?

Era la tercera vez que lo repetía y ya no logró aguantarse, interrumpiendo el relato del hanyou.

—Tú... —dijo, para luego apretar sus labios, tratando de procesarlo, porque era demasiado para su pobre corazón—... ¿quieres hijos conmigo?

No supo que pasó por la mente de Inuyasha en ese momento, porque a pesar de la oscuridad nocturna, pudo apreciar como sus mejillas se oscurecían producto del sonrojo que se dibujó en ellas.

—Bueno —respondió, sacando una de sus manos de la nuca para rascarse la mejilla con la uña del dedo índice izquierdo—, lo he pensado, sí. Digo, no es como que quisiera ahora, ya sabes —dijo nervioso—, tú estás entrenando, perfeccionándote como sacerdotisa, ambos recién estamos construyendo nuestra vida juntos y tenemos que planificar tantas co... —no pudo seguir hablando, puesto que se vio abordado por la muchacha que se puso sobre él, con ambas manos a los costados de su cabeza y su cabellera oscura cayendo como una cortina sobre el lado derecho de ambos, la cual evitaba que cualquiera que pasara por ahí, viera lo cerca que estaban ambos rostros— Kagome...

—Sé que tu infancia no fue fácil, Inuyasha y aunque yo tuve episodios tristes, sé que no se pueden comparar porque mi familia es pequeña, pero somos muy unidos, tú lo sabes.

—Así es —afirmó, pasando saliva con algo de dificultad. Él era un poderoso hanyou, pero aquella menuda mujer lo era mil veces más, sobre todo cuando le sonreía de esa forma mirándolo fijamente a los ojos, desarmándolo completamente.

—No puedo prometer que si tenemos un hijo todo sea fácil o libre de situaciones que pondrán en riesgos nuestras vidas, estoy segura que tendremos miles de problemas e inseguridades, pero sí puedo prometerte algo —le dijo con total seguridad, que Inuyasha no pudo evitar ladear su sonrisa levemente—: No importa que suceda, de una u otra forma siempre estaremos con él o con ella. Ya sabes, es parte de los genes Higurashi hacer que todos nos sintamos juntos, aunque no lo estemos físicamente.

—Kagome...

—Estamos juntos, Inuyasha —le recordó, apoyando su nariz sobre la del hombre mitad bestia debajo de ella—. De nosotros depende que las cosas salgan bien, con nuestros hijos.

Inuyasha solo asintió con la cabeza levemente, antes de llevar su mano a la nuca de la chica y unir sus labios en un beso, como si buscara sellar una promesa que fuera lo que fuera que pasara con ellos en un futuro, iban a luchar juntos porque las cosas saliera bien.

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Palabras: 992

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Voy recontraremil atrasada, pero quiero sacar estos pequeños cortos para apañar la semana Inukag.

Las ideas para los siete promts están planificadas, solo espero poder tener tiempo durante el mes para terminarlo. No prometo fechas, pero de que no pasa de marzo, no pasan.

¡Saludos!

Aquatic~

5 de Marzo 2020

Relatos bajo las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora