03: Celos

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Dia 03: Celos

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Todo el mundo que conocía a la sacerdotisa Kagome, sabían que esa jovencita no solo era legendaria por haber derrotado a Naraku y hecho desaparecer la perla de Shikon, sino que, también, era reconocida por su buen humor, por sus energías tan cálida y su resplandor con que las personas eran tocadas, aunque no quisieran.

A Inuyasha en un inicio, mucho no le gustaba esa situación, Kagome era el centro de atención de la aldea y de toda la región. Solían venir desde muy lejos para simplemente estrechar su mano y poder comprobar que realmente era una muchacha joven. Una que otra vez, había tenido que situarse tras ella, como una especie de guardaespaldas cuando venían jóvenes terratenientes con ideas no muy puras para con su mujer.

Y siendo sinceros, marcar territorio era algo que Inuyasha sabía hacer muy bien, incluso desde antes de que ellos fueran una pareja como cualquier otra. El sentido de pertenencia surgía en él por los celos, pero no eran, como todo suponían, debido a su egocentrismo o posesividad, era por miedo. Era la inseguridad de perder lo más valioso que tenía, el temor de que ella encontrara alguien mejor, alguien que no le diera las penas y pesares que él le dio cuando se conocieron hace ya varios años atrás.

Sacudió su cabeza, tratando de quitar sus pensamientos de la cabeza, eso no se trataba de él, se trataba de ella.

Volviendo al punto de que Kagome era conocida por su forma de ser, ahora podía apostar a su Tessaiga que algo estaba pasándole, llevaba dos noches que no decía nada, que en sus caminatas nocturnas se apoyaba contra él y parecía meditar vaya a saber qué cosa.

Pero de esa noche no pasaba, sí él se había abierto a expresarle sus sentimientos de una forma que hasta él se desconocía ¿por qué ella no hacía lo mismo?

...

Ni siquiera la dejo que reaccionara, cuando llegó la noche, la tomó en brazos para alejarse con ella hasta algún descampado donde pudieran ver las estrellas y conversar. Si Kagome se asustó o preocupó por el actuar de Inuyasha, realmente ella no lo expresó. Simplemente, se dejó rodear por los brazos protectores de su esposo y confió en él, como siempre.

La dejó con sumo cuidado sobre la hierba y se sentó frente a ella, con la mirada inquisidora prendida de sus ojos castaños, esperando respuestas a sus mudas preguntas.

—¿Qué? —soltó de forma defensiva, solo esa palabra bastó para que Inuyasha comprobara sus sospechas, definitivamente algo le pasaba.

—Eso debería preguntártelo yo, ¿qué pasa? —la increpó, acercando su rostro al de ella—. Llevo dos días notándote sumamente extraña, silenciosa, como si fueras un alma en pena pasando por la vida.

Kagome pudo ver que aquello último iba más como preocupación cubierta en reproche. Pero, ¿cómo explicarle lo que sentía si ni ella misma lo entendía?

—Siempre estás alegre, animada, hasta con esos terratenientes que te ofrecen un ala de sus palacios para que me dejes y te vayas con ellos —aunque trató de no sonar celoso, los celos se notaron en cada una de las últimas palabras—, pero últimamente pareciera preocuparte algo —tomó ambas manos de su esposa entre las de él y las elevó, dándole un leve apretón—, y quiero que me lo digas. Así como yo he dejado caer mis barreras contigo, quiero que también tú lo hagas, por favor Kagome... ¿confías en mí?

La sacerdotisa lo observó, sintiendo que todo su ser se revolucionaba por la mirada del hanyou frente a ella, elevó sus manos para acercar las de Inuyasha a su boca y le dio un beso, antes de soltar el aire por la nariz y tratar de ver como explicaba lo que sentía.

—Algo raro me pasa —susurró, bajando la mirada—. Cada vez que estoy cerca de un niño me pongo irritable —confesó finalmente—. Antes me gustaba mucho jugar con los hijos de Sango y Miroku, era divertido —suspiró dejando caer sus hombros—, pero últimamente, le he estado haciendo el quite, espero que Sango no se moleste por eso... pero no puedo... y también me está pasando con Rin.

—¿Con Rin? —consultó confundido. Podía entender lo de los hijos de sus amigos, sobre todo las niñas que solían atormentarlo cada vez que lo agarraban distraído, pero de Rin...

—Kaede está preocupada porque Rin se acerca a su fecha de parto y teme que no pueda con él, así que me ha pedido que esté al pendiente, que la vigile cuando ella no está, pero hace dos días, cuando la fui a revisar y sentí los movimientos de las bebés... —Kagome se soltó del agarre de Inuyasha para cubrir su rostro con ambas manos—. Debo haber parecido una tonta, ¿por qué me puse a llorar? ¡Rin va a pensar que estoy celosa, o algo por el estilo! —exclamó, esperando que Inuyasha le diera algo, pero no sucedió. Al contrario, cuando quitó levemente sus manos de su vista, observó como el hanyou la olfateaba más concentrado que de costumbre, como si buscara detectar algo en ella— ¿Inuyasha?

—Rin nunca pensaría mal de ti —le afirmó con total seguridad, deteniendo su olfateo—. Esa jovencita siempre ve lo mejor de las personas, por algo está con Sesshoumaru —Kagome solo pudo reprimir un intento de risa que casi escapa de sus labios, por la intensa mirada que le dio Inuyasha—. Tampoco creo que piense que estás celosa. Más bien, creo que ella te entenderá más que nadie en este momento.

—¿Por qué lo dices? —consultó, confundida por la sonrisa que Inuyasha portaba en sus labios. Era radiante, casi parecía brillar en medio de la noche.

—Mira la luna —confundida, obedeció, elevando su mirada al cielo. Al igual que Inuyasha ambos vieron frente a ella una brillante luna menguante.

—¿Qué hay en la luna?

—¿No te pasa algo durante las lunas menguantes? —Kagome lo miró fijamente, tratando de comprender que era lo que Inuyasha estaba tratando de insinuar con esa sonrisa que parecía que fuera a devorarla en cualquier segundo. Hasta que lo entendió, ¿Sería posible?

—Es la segunda luna menguante que pasas sin... —no siguió hablando, porque aquello le avergonzaba, era algo tan intimo de Kagome que hablarlo a viva voz era casi un pecado para él. Pero no podía negar, que, dentro de él, algo le decía que aquella ausencia significaba algo grande, que con esta segunda falta de su ciclo femenino... quizás...

Kagome llevó instintivamente las manos a su vientre, observándolas apoyada en ese espacio de su cuerpo. Ahora que lo pensaba, Inuyasha tenía razón, el mes anterior no había tenido su periodo y con éste, sería el segundo. ¿Cómo no se había dado cuenta? ¿Quizás por qué estaba tan concentrada en las visitas que recibía casi a diario que no había extrañado para nada aquella ausencia?

De repente, se vio envuelta por los brazos de Inuyasha que la aferraban a él con tanto cariño que sentía que iba a llorar en cualquier momento. Ambos permanecieron así, en silencio, en los brazos del otro, sintiéndose tan felices que no sabían que hacer.

—¿De verdad, crees que seremos papás? —susurró Kagome, aún sin poder creerlo.

—Por supuesto, confía en mi instinto —aseguró el hanyou, que aun mantenía la sonrisa de felicidad en sus labios y los brazos rodeando a su esposa.

Había un aroma dulce en Kagome y la presencia de otro ser en su interior, era leve, minúscula todavía y por eso no se había percatado con anterioridad, pero ahí estaba, con ellos.

Aquel sería el primer ser que amaría ver cerca de su esposa, quitándole todo el tiempo del mundo sin sentir una pizca de celos.

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¡Y estamos con el capítulo número tres de una vez por todas Jajajaj xD ¡Que desastre! Nunca había hecho un desafío atrasándome tanto, pero bueno, aquí estamos.

Espero que les haya gustado, se viene Morohita bebé en esta historia.

¿Cómo lo tomarán todos? ¡Nos leemos en Regalos!

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¡Gracias por leer!

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Aquatic

13 de Marzo 2021

Relatos bajo las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora