Capítulo 3

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Entro a la gran mansión en la que mi tía era el ama de llaves, pero tan embobada como me dejo el exterior me está dejando el interior. Dos juegos de escaleras colosales se emergen como primera visión en el salón, con una alfombra roja que la recubre, digna de la mismisima reina Isabel.

Entre ambas, estaba una pecera hermosa, aunque un poco aburrida, sin mucho color, y con un solo pez, que nunca había visto, era negro, y con unas pequeñas líneas amarillas, estaba hermoso, pero parecía triste en ese espacio colosal.

Tal como lo recordaba. Nada fuera de su lugar. Cada que entro me deja igual de emocionada.

Seguí mi camino, y nos topamos con la señora Amalia Laurence.  Modelo en sus tiempos mozos y esposa del gran diseñador de modas y dueño de las empresas Laurence, el señor Peter Laurence. Los conozco desde niñas pero nunca entendí lo ricos e importantes que eran, hasta el día de hoy. La señora nos mira con un aire de superioridad, que claramente si tiene, al vivir en semejante palacio.

Es una mujer de unos 45 años y va vestida con como si fuera a una gala, pero realmente creo que es lo que tiene para estar en casa. Su cabello está recogido en un moño bajo y usa un vestido color lila hasta las rodillas, con un bonito lazo a la cintura, y un escote conservador. Un collar de perlas rosadas y un lindo par de zapatos con tacón, estilo clásico y color nude, son el complemento perfecto para encajar con su imagen. En fin, si no supiera que es millonaria, por el estilo de ropa lo sabría.

La señora camina hacia mí, a lo que agacho la cabeza para demostrarle respeto. Se que en este vecindario todos viven de ese pedacito, y quiero llevar la fiesta en paz al menos un tiempo.

–¿Y esa quién es Lucrecia? ¿De dónde recogiste a esta ahora? – dice hablándole a mi tía, pero refiriéndose a mí con una mirada despectiva, provocando que lo que me queda de paciencia se vaya por el ducto

–Señora mire…– alcanzo a decir antes de que otra voz me interrumpa

–Hola querida Paula, cuantos años sin verte, estas enorme, ya eres toda una mujer….creo que hace como 5 años que no nos vemos – comentó de improviso el señor Laurence bajando por las escaleras al gran salón.

Ese hombre si me quería desde pequeña, y hasta donde lo conozco parece mejor persona que su esposa unas mil veces más. Es un hombre bajo, un poco regordete, con bigote blanco al igual que lo que queda de su cabello. Me recuerda un poco al logotipo, al muñequito que representa el monopolio, que verdaderamente no si tiene un nombre. Iba vestido en un lujoso traje de satén, como si fuera su pijama, pero siempre con estilo.  Baja las escaleras e interrumpe a su esposa y me da un cordial abrazo de bienvenida.

–¿Hace cuánto llegaste? Lucrecia me comentó hace unos días que vendrías. Pidió mi aprobación para ver si te podías quedar con nosotros, y como decirle que no, si te conocemos desde niña, querida eres de la familia.

–Mil gracias señores Laurence, prometo que seré una sombra dentro de este castillo, molestaré lo menos que pueda, y ayudaré en lo necesario. Esto será temporal hasta que logre establecerme en algún sitio y consiga trabajo. – le dije mirando solamente al señor Laurence

–No te preocupes niña, quédate todo lo que quieras. Ya ves que no tenemos hijos y andamos solos cinco viejos metidos dentro de estas paredes. Nosotros tres, el chofer y mi padre, ah y la enfermera que viene y va  – me dice risueño.

–Wow el señor Laurence todavía vive, no me lo puedo creer cuando vine ya lo daban por muerto y estaban repartiendo herencia casi. Ricos con miseria de alma. – Pero me alegra que aun nos acompañe– le dije al señor Peter, esperando que no entendiera lo que estaba pensando.

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