Capítulo 4: Honestidad en pocas palabras

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⍣ ೋ Noche dos ⍣ ೋ

"¿Cómo trazar la línea entre la ira y la misericordia?" (Simmer, Hayley Williams)

Supuso que sería una de las miles de noches en donde se quedaría dormida, mientras repasaba su día con el cansancio y la infelicidad, que parecía que la perseguiría hasta el final de sus días. Era una pena pensar de esa manera a tan corta edad; sin embargo, ¿cómo Nilsa podría sentir esperanza? ¿cómo sientes algo que nadie te ha enseñado a perseguir?

Esos pensamientos dolorosos rondaban su mente, pero había una sola cosa que la hacía pensar en el futuro. La hacía sentir una pizca de gozo. Mientras sacaba la mugre, de los pisos de la gran casa; mientras limpiaba el lugar favorito de su padre, el espejo, ella se repetía a sí misma que algo sucedería. Ese desconocido hecho la sacaría del hoyo, que sus padres habían cavado y la habían dejado a su suerte en el fondo de este.

A veces se sentía como una idiota pensando, pues eso solo pasaba en las historias que había guardado para recordar a la única persona que le enseñó a sentirse valorada.

Ahora, Nilsa lloraba en silencio, ahogando sus sollozos y gritos en la almohada lujosa, que había sido de su madre. Ya no estaba repasando lo que había sucedido en el día, ahora solo repetía en su mente las imágenes que su padre le había dejado incrustadas en su cerebro.

Los traumas siempre fueron su cortesía y pasión, eso había concluido Nilsa cuando se dio cuenta de que su padre aparentaba no sentir ni decepción al ver a su hija llorar como si, ni el alma más pura, pudiera consolarla.

—Mira quién sigue despierta —habló su padre, mientras cerraba las puertas de su preciado hogar. La única hija, al escuchar cómo él había arrastrado las palabras, entendió que no obtendría una noche para descansar, pues Ull había llegado ebrio—. ¿Limpiaste todo lo que señalé en la lista?

—Sí, padre —respondió, poniéndose de pie frente a él y mirando el piso.

Extrañamente, el Dios del combate siempre le dejaba una lista de lo que debía limpiar en el día. Habían momentos donde ella se daba cuenta de que estaba remojando y secando lo que ya había limpiado el día anterior. Era como si su padre, ni siquiera, conociese todos los rincones de la casa.

Esta era grande, no como un castillo, pero sí como para que solo dos personas estuvieran viviendo en ella. En el primer piso,  se encontraba la gran cocina, el comedor y una hermoso lugar de reposo que daba la vista al campo, en el cual muchas mujeres iban a caminar y a hablar; y, en el segundo piso, diez habitaciones, cada una con un cuarto de baño y lectura.

—¿Te han dicho que te pareces a tu madre? —preguntó. Intentó caminar en línea recta hacia la sala de reposo, pero estaba tambaleando. Nilsa quiso ayudarlo, pero este le hizo una seña para que entendiera que podía hacerlo solo— Tan sumisa, callada, débil, inútil... —Nilsa quería dejar ir unas lágrimas; sin embargo, sabía que su padre le lanzaría más ofensas por el simple hecho de mostrar sus emociones—. No me sorprendería que encuentres a un hombre como yo, un hombre que endereza al sexo débil. —tomó asiento en uno de los muebles y dejó que su cuerpo se derritiese sobre este.

Silencio. Un silencio en donde Nilsa quería levantar su voz y decirle lo que ella pensaba acerca de tales comentarios machistas, mas no pudo. No solo por temor, pero porque notó cómo se estaba poniendo Ull.

Este, usualmente, se sonrojaba después de tomar el famoso licor asgardiano; no obstante, esta vez, el sonrojo estaba siendo más intenso y sus ojos estaban combinando con el color.

Nuestras noches; LOKIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora