CAPITULO 5: EL CASTILLO

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Era un día nublado y de frio, aparentaba tranquilo o eso parecía

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Era un día nublado y de frio, aparentaba tranquilo o eso parecía.

(Yo estuve los últimos días preocupada por mamá ya que ella no se encontraba bien, salía mamá muy temprano a buscar trabajo y no volvía hasta las tantas, yo siempre me preocupaba y ella no tenía fuerzas ni para andar.

Estaba comiendo menos desde entonces porqué ya que ella estaba mala le daba más comida sin que ella lo notara, después me iba a pasear y cogía alguna fruta que encontraba por el camino pero la primera para mí, ahora era mi madre.)

Un día por la mañana con unos copos de nieve que caían y parecia normal apareció una carta: elegante, de un color marrón claro, con letras finas escritas a pluma y con un sello hermoso de un jardín que me sonaba de algo. En las letras ponía…

-¡¡DE SU MISMISIMA MAJESTAD LA REINA EVANGELINE PARA CATALINA!! – dije sorprendida.

-¡QUEEE! – dijo mama también sorprendida.

Lo abrimos rápidamente y en una hoja fina de dentro habían unas letras muy delgadas que decían: Señora Catalina, Su mismísima majestad la reina necesita una costurera y sabiendo que trabaja en eso le enviamos está carta. Usted Catarina si gusta el trabajo deberá presentarse mañana en el castillo a la hora del té para pasar las pruebas, ya allí le explicarán los detalles. Gracias.

Cuando lo leí lo volví a leer sin creerlo, en el castillo estaban buscando a una costurera y mi madre era costurera, con el dinero que pagaban podría retomar mis clases. ¡Que alegría!

-Mamá, ¿irás o no? – dije curiosa.

-Supongo que sí, es una gran oportunidad pero tengo que pasar las pruebas primero, no te emociones tan rápido – dijo mama.

-Ya ya, si vamos al castillo podré hacer un plan o algo para cambiar las cosas, conocer sus puntos débiles… ¿pero tendremos que vivir allí? – dije.

-No se ya veremos – dijo ella.

Después de la corta charla nos dirigimos al mercado a comprar, vi ha Nicolás (el niño rebelde con el que pasaba el rato antes) parecía que estaba merodeando por hay.

Fuimos al puesto de la fruta ha donde encontremos al frutero como siempre y ha unas mujeres que iban raramente al mercado pero siempre que compraban se iban bien cargadas.

Una de ellas tenía el pelo negro como el azabache, ojos marrones, nariz redonda, labios no muy finos, un poco regordeta y baja, con una camisa blanca y una falda pomposa roja, no iba de rica pero tampoco como una pobre.

La otra mujer era un poco más alta que la otra, tenía el pelo castaño oscuro, ojos negros, nariz un poco redonda, labios no muy gruesos, delgada, con una camisa igual de blanca que la otra pero con una falda azul y aparentaba lo mismo que la otra.

-Y me llamaré también dieciocho manzanas y veinte de esas, por favor – dijo ella señalando cada cosa – dijo la de azul.

Cuando el hombre le fue a dar la cesta con las manzanas se le cayeron dos de esas, mi madre se percató de eso y las cogió ya que se cayeron cerca de sus pies.

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