Ya habíamos hablado de las pinzas, pero no las había utilizado aún. Noté cómo me crecía una pequeña burbuja de expectativa en el estómago. JongIn me había prometido que me gustarían mucho y que el breve dolor que sentiría merecería la pena cuando experimentara el placer que me provocarían.
—Lo había pensado —prosiguió—, pero me he decidido por otra cosa.
Noté cómo deslizaba algo de metal por mi pecho. Parecía un cortador de pizza, algo dentado. Lo deslizó alrededor de uno de mis pezones y luego hizo lo mismo con el otro. La sensación fue increíble. No se acercó mucho a ellos. Solo fue aproximando la rueda cada vez más hasta que la apartó. Entonces los artilugios fueron dos, ambos se movían exactamente de la misma forma. Me provocaba con ellos, pero sin llegar nunca a donde yo más necesitaba el contacto. Cada vez los acercaba y luego los volvía a alejar. La siguiente vez se acercaron incluso más y sentí que, si no me tocaba pronto, entraría en combustión espontánea.
Y entonces lo hizo y las ruedas pasaron por encima de mis pezones: justo donde necesitaba sentir más alivio. Me gustó tanto que olvidé dónde estaba y lo que estaba haciendo y gemí de placer.
—Ahhh.
JongIn se retiró inmediatamente.
—Maldita sea, KyungSoo —exclamó, quitándome el pañuelo de los ojos—. Lo has hecho dos veces en menos de dos horas. Ahora y antes en mi despacho. —Me tiró tan fuerte del pelo que no tuve más remedio que mirarlo a los ojos—. Estoy empezando a pensar que no quieres nada de esto.
Se me llenaron los ojos de lágrimas. Yo quería hacerlo todo perfecto ese fin de semana. Y, sin embargo, ya la había fastidiado dos veces: una vez en su despacho y otra vez en su cuarto de juegos. Pero lo peor, lo peor de todo, era saber que había decepcionado a JongIn.
Me quería disculpar. Quería decirle que lo sentía y que podía hacerlo mejor. Pero me había dicho que no hablara y lo mejor que podía hacer era obedecer sus órdenes.
—A ver —continuó, mirándome a los ojos—. ¿Cuál era el castigo por desobedecer durante una escena?
Él conocía el castigo tan bien como yo. Probablemente mejor. Solo lo estaba alargando para hacerme sudar.
—Ah, sí —dijo, como si acabara de recordarlo—. El número de azotes por desobedecer durante una escena es decisión del Dominante.
«Decisión del Dominante. Joder».
¿Qué decidiría?
—Podría azotarte veinte veces. —Me pasó las manos por el trasero—. Pero eso arruinaría el resto de la noche y no creo que ninguno de los dos quiera eso.
Dios, no. No me iba a azotar veinte veces, ¿verdad?
Bajé la vista y me esforcé todo lo que pude por no mirar el potro.
—Pero ya te he azotado tres veces en mi despacho —reflexionó— y es evidente que no ha servido de nada.
El corazón me latía con fuerza. Estaba convencido de que JongIn podía oírlo.
—Ocho —sentenció poco después—. Repetiré los tres azotes anteriores y añadiré cinco más. —Se acercó a mí y susurró—: La próxima vez sumaré cinco más y te azotaré un total de trece veces. Después serán dieciocho. —Me estiró del pelo—. Créeme, no querrás que te azote dieciocho veces.
Cielos, no, no quería dieciocho azotes. Ni siquiera quería recibir los ocho que me iba a dar.
Me soltó las muñecas. La lata de bálsamo se quedó en la mesa, ignorada. De momento no me iba a hacer friegas para aliviar el dolor.
—Al potro, KyungSoo.
«Joder.
»Joder. Joder. Joder. Joder. Joder».
Mientras me acercaba al potro, me dije que podía hacerlo. Los dos podíamos hacerlo. Aquello no tenía nada que ver con lo que había ocurrido la última vez. Él ya me había explicado que entonces cometió un error con el descuido que mostró después de castigarme. Y además esa noche solo me daría ocho azotes.
Estaba decidido a asegurarme de que no habría ninguno más.
Pero por muy terrible que fuera el recuerdo de la última vez, no fue la amenaza del dolor lo que ralentizó mis pasos, sino lo decepcionado que me sentía conmigo mismo. Por haberlo desobedecido, pero, sobre todo, al pensar que habían sido mis actos los que lo habían obligado a castigarme el primer fin de semana que volvíamos a jugar. Durante la primera hora de nuestro primer fin de semana.
Me apoyé boca abajo en la suave hendidura del potro. Quería que aquello acabara cuanto antes para que pudiéramos centrarnos en actividades más placenteras.
JongIn no me hizo esperar. Empezó a azotarme con la mano casi inmediatamente después de que me colocara en posición.
«Calentamiento».
Me fue golpeando el trasero con rápidos azotes a los que imprimió más fuerza que a los azotes eróticos.
—Me decepciona mucho tener que estar haciendo esto tan pronto —dijo.
Sí, eso era lo que más me dolía.
—Te he pedido que contaras los azotes que te he dado en mi despacho. —Cogió algo que había junto al potro—. Pero como te he dicho que no hables, tendré que ser yo quien los cuente esta vez.
El mordisco de la correa se hizo notar en mi trasero.
—Uno —pronunció con voz fuerte y firme.
Volví a notar el impacto.
—Dos.
«Ay».
Cuando me azotó por quinta vez, ya tenía las mejillas cubiertas de silenciosas lágrimas. Me mordí el labio inferior para evitar quejarme.
—Tres más —susurró, acariciándome la zona en la que me había azotado—. Seis —dijo tras el siguiente azote.
Me di cuenta de que no me estaba pegando con demasiada fuerza.
Dos más. Solo dos más y podríamos seguir adelante.
—Siete.
Y por fin:
—Ocho.
Oí su respiración pesada detrás de mí y parpadeé con fuerza para apartar las lágrimas de mis ojos. JongIn dejó la correa y pude oír sus pasos alejándose.
Poco después, volví a notar sus manos frotándome algo frío y húmedo en el trasero.
—¿Estás bien? —preguntó.
Yo dejé escapar un tembloroso suspiro de alivio.
—Sí, Amo.
Siguió acariciándome mientras hablaba.
—Ya hemos hablado de esto. Odio tener que castigarte, pero no puedo pasar por alto la desobediencia. Ya lo sabes.
Sí que lo sabía. Y en adelante me esforzaría más.
Se colocó junto al potro y se inclinó hasta que su rostro quedó frente al mío. Luego me besó una mejilla muy despacio y después la otra. Cuando sus labios se acercaron a mi boca, se me aceleró el corazón. Y entonces me besó: un beso lento, suave y largo.
Suspiré.
Se retiró y en sus ojos vi un brillo travieso.
—Ven aquí, precioso. —Me tendió la mano para ayudarme a levantarme—. Quiero perderme en tu dulce sabor.
ESTÁS LEYENDO
AVEZADO (KaiSoo) +18
DiversosKim JongIn siempre ha vivido siguiendo unas reglas muy estrictas que espera que acate todo el mundo, y en especial los sumisos a los que domina en su dormitorio. Pero su último amante está derribando todos sus límites y alterando sus patrones de con...