Final

386 25 20
                                    


[ "Black Haze" capítulos 208 al 224, la historia de la princesa Eperia y Lanoste. ]


El ocaso en su punto más esplendoroso daba la impresión de una tarde otoñal, la estación era completamente diferente, pero ese lugar se caracterizaba por las tardes que adoptaban ese color.

A pesar de ser un lugar alejado de todo, visitantes de diferentes países y reinos llegaban. Un poco más lejos, en la colina donde el viento sopla fuerte, y el canto de las aves se escuchaba todo el tiempo una solitaria cabaña yacía. Rodeada de flores, incluso de tipos que no se daban en esa zona, nadie se explicaba tal anomalía y no se atrevían a preguntar al hombre que ahí vivía, desde que llegó el fenómeno se presentó.

Acostumbrados al colorido de la colina dejaron que todo quedara en misterio, después de todo, aquel hombre de cabello negro protegía el lugar y casi nunca se pasaba al pueblo.

La realidad, era que para Kazuto observar el ocaso y las flores que todos admiraban le resultaba doloroso, le recordaba a Asuna. El hueco en su pecho no se había cerrado, al contrario, cada día crecía y el dolor que sentía en esa zona no podía describirla con palabras.

La vida era injusta.

En más de una ocasión se decía a sí mismo que pagaba los innumerables pecados cometidos, era su castigo; perder a la única persona que lo aceptó sin importarle nada y a quien le entregó su amor.

Ese fatídico día... no pudo salvarla.

Solía pararse en medio del sendero que guiaba a la cabaña, como en ese momento y, tratar de recordar la existencia de algún hechizo capaz de hacer que el tiempo retrocediera, ambiciosamente deseaba regresar al pasado y cambiar los papeles, ser el sacrificio en vez de ella. Pero, no había tal hechizo, por más que investigara no encontraba nada y el pensamiento de fallarle le torturaba.

Su alma se partía y lo que le daba fuerza para seguir eran los recuerdos de ambos y, el pequeño que crearon, su hijo.

Tomó una bocanada de aire. Otra vez se había quedado mirando la nada, sin reponerse se abrió camino por el resto de trayecto. El viento sopló gentil como si entendiera su estado, de forma lenta ingresó a su hogar; el silencio le saludo y fue consiente de la soledad inminente. Dejó frente a la chimenea los trozos de madera, las noches eran frías no importando la estación procuraba mantener el fuego encendido, sintiendo pesado el cuerpo se levantó, al caminar, sus pasos denotaban su estado.

El ruido de sus pisadas fue aplacado por el chillido de la puerta, cada vez que cruzaba ese umbral en específico su corazón dejaba de latir por unos segundos, los que superaba al notar el semblante relajado de la mujer durmiendo entre las sábanas. Tomaba una bocanada de aire y obligaba a sus piernas a moverse. La silla al lado de la cama era su lugar habitual la mayor parte del tiempo, pero en esa ocasión se negó a tomar asiento, desde esa altura la estudió minusiosame; mejillas sonrojadas demostrando la circulación de sangre, los suaves movimientos del pecho hacía creer que solo estaba dormida: no estaba lejos de la realidad, la diferencia, se encontraba atrapada en un sueño eterno del que no estaba seguro si despertaría.

Los recuerdos de lo ocurrido ese día le golpearon: tener su cuerpo entre sus brazos en medio de un charco carmesí sin saber que ocurría, Asuna lentamente perdía la fuerza, al igual que él, solo podía abrazarla e inútilmente utilizar los cristales para intentar frenar la hemorragia. Cuando los magos de la iglesia Axioma llegaron se negó a apartarse, fueron sus propias heridas que le hicieron perder el conocimiento, lo último que escuchó fue el llanto de su hijo.

Los sueños de mi princesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora