Capítulo 7 LA LLAMADA IRRESISTIBLE

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Cuando Buck ganó mil seiscientos dólares en cinco minutos para John Thornton, puso a su

amo en condiciones de pagar ciertas deudas y de viajar hacia el este con sus socios en busca

de una fabulosa mina perdida, cuya historia era tan antigua como la del lugar. Muchos

hombres la había buscado; pocos la encontraron y más de unos pocos no habían regresado

nunca de la búsqueda. Esa mina perdida estaba pletórica de tragedia y envuelta en el

misterio. Nadie conocía al primer hombre que habló de ella. La tradición más antigua se

perdía antes de llegar a él. Desde los comienzos había existido una vieja y arruinada

cabaña. Hombres moribundos juraron que así era, y que la mina existía en realidad, para

probar lo cuál mostraban pepitas de oro de un tamaño desconocido hasta entonces en el

norte.

Mas ningún hombre viviente, había saqueado esa casa del tesoro, y los muertos

descansaban en la tierra; por lo tanto, John Thornton y Pete y Hans, con Buck y media

docena más de perros, se dirigieron hacia el este por un sendero desconocido, para lograr lo

que hombres y perros tan buenos como ellos no habían podido realizar.

Fueron en trineo varias millas por el Yukón; se volvieron hacia la izquierda entrando en el

río Stewart, pasaron el Mayo y el McQuesten, y siguieron marchando hasta que el Stewart

se convirtió en un arroyuelo que se deslizaba por las colinas que marcaban la espina dorsal

del continente.

John Thornton pedía poco del hombre o de la naturaleza. No temía a la selva. Con un

puñado de sal y un rifle podía adentrarse en la selva y dirigirse adonde gustara y quedarse

en cualquier sitio durante tanto tiempo como quisiera. Sin apuro ninguno, a la manera de

los indios, buscaba su comida durante el transcurso del día de viaje; y si no podía hallarla,

como el indio, seguía viajando, sabedor de que tarde o temprano la encontraría. De modo

que en ese peligroso viaje hacia el este, la carne era el alimento único, las municiones y

herramientas la carga principal del trineo, y la base de tiempo se fijaba en el futuro sin

límites.

Para Buck resultaba un gozo ilimitado ese vagar por extraños lugares, cazando y pescando

continuamente. Durante semanas enteras marchaban sin detenerse, y luego acampaban

durante varios días, en uno u otro sitio, mientras los perros holgazaneaban y los hombres se

ocupaban en abrir agujeros en el suelo y buscar oro. A veces pasaban hambre, otras comían

hasta hartarse; todo dependía de la abundancia de caza y la fortuna de los cazadores.

Llegó el verano, y hombres y perros, llevando encima la impedimenta, cruzaron en balsa

los azules lagos de las montañas, y remontaron ríos desconocidos en rústicos botes

construidos con troncos ahuecados.

Los meses pasaban uno tras otro, y de un lado a otro vagaban ellos por la desconocida

El llamado de la selvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora