La bestia primitiva predominaba en Buck, y, bajo las terribles condiciones de la vida del
sendero, se acrecentaba cada vez más. Empero, tomaba incremento en forma secreta. Su
recién nacida astucia lo dotaba de un equilibrio y un control desconocidos hasta entonces, y
no sólo no buscaba peleas, sino que también las evitaba en todo lo posible. Una cierta
premeditación caracterizaba su actitud. No estaba dispuesto a la temeridad y a la acción
precipitada; y en su frío odio contra Spitz no traicionó su impaciencia y evitó cualquier
acción ofensiva.
Por otra parte posiblemente porque adivinaba en Buck a un peligroso rival, Spitz no perdía
oportunidad de mostrarle los dientes. Llego hasta a salirse de su camino para intimidar a
Buck, tratando siempre de comenzar una pelea que sólo podía terminar con la muerte de
uno u otro.
A comienzos del viaje, esto pudo haber ocurrido, si no hubiese sido por un accidente
inesperado. Al terminar un día de marcha, hicieron alto a orillas del Lago La Barge. La
nieve, un viento que cortaba como si fuera cuchillo, y la oscuridad, les había forzado a
buscar a tientas un sitio para acampar. Imposible que les hubiera ido peor. A sus espaldas se
elevaba perpendicular una pared rocosa, y Perrault y François se vieron obligados a hacer
su fuego y extender sus mantas sobre el hielo del lago. La tienda la habían dejado en Dyes
para poder viajar con poco peso. Unos pocos palillos les sirvieron para encender un débil
fuego, que muy pronto derritió el hielo y los forzó a comer la cena en la oscuridad.
Muy cerca de la pared que servía de abrigo, Buck construyó un cubil. Tan cómodo y cálido
resultó, que le fue muy duro abandonarlo cuando François distribuyó la ración de pescado.
Pero cuando Buck terminó de comer y regresó, halló el orificio ocupado. Un gruñido de
advertencia le dijo que el intruso era Spitz. Hasta entonces, Buck había evitado dificultades
con su enemigo, pero eso era demasiado. La bestia en él proclamaba venganza. Saltó sobre
Spitz con una furia que les sorprendió a ambos, especialmente a Spitz, pues la experiencia
que tenía con Buck le había enseñado que su rival era un perro extraordinariamente tímido
que sólo había podido sobrevivir a los rigores de esa vida debido a su gran peso y tamaño.
François también se sorprendió cuando los vio salir disparados del cubil hechos un ovillo
de garras y dientes, y adivinó la causa de la pelea.
- ¡A-a-ah! – animó a Buck -. ¡Dale una paliza al maldito! ¡Dale una paliza al sucio
ladrón!
Spitz estaba bien dispuesto para la lucha. Aullaba de ira y ansiedad mientras daba vueltas
en círculos para buscar el momento oportuno del ataque. Buck no estaba menos dispuesto
ni se sentía menos cauto, mientras él también giraba en círculos buscando un momento
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El llamado de la selva
PertualanganEl llamado de la Selva. Buck, el perro del juez Miller, lleva una apacible vida en California, cuando es raptado y obligado a tirar de un trineo por las heladas orillas del río Yukón, donde miles de hombres -llamados por la fiebre del oro- buscan fo...