- ¿Eh? ¿Qué te dije? Decía la verdad cuando afirmé que Buck vale por dos diablos.
Así dijo François la mañana siguiente cuando descubrió que Spitz no se encontraba y que
Buck estaba cubierto de heridas. Lo acercó a la luz del fuego para examinarlo.
-Ese Spitz pelea como un demonio – comentó Perrault, al inspeccionar los mordiscos y
arañazos.
- Y Buck pelea como dos demonios – fue la respuesta de François – Ahora podremos andar
más rápidamente. No estando Spitz, no habrá más dificultades.
Mientras Perrault empacaba las provisiones y cargaba el trineo, el conductor de los perros
procedió a colocarle los arneses. Buck se encaminó trotando al sitio que ocupaba Spitz
como dirigente; pero François, sin prestarle mayor atención, llevó a Sol-leks a esa posición.
A su juicio, Sol-leks era el mejor de todos para dirigir el equipo. Buck se arrojó
furiosamente sobre So-leks, echándolo de allí y ocupando su sitio.
-¿Eh? ¿Eh? - gritó François, golpeándose las rodillas y riendo a carcajadas -. Mira a Buck.
El mató a Spitz y cree que debe tomar su puesto.
- ¡Afuera, Buck! – gritó, pero Buck se negó a obedecer.
Tomó a Buck por el cuello, y aunque el perro gruñía en forma amenazadora, lo apartó a un
lado y volvió a colocar a Sol-leks en la delantera. Al viejo perro no le agradaba el asunto, y
demostró muy claramente que temía a Buck. François era obstinado; pero cuando se volvió
para retirarse, Buck desplazó otra vez a Sol-leks, el que no tuvo inconveniente en alejarse.
François se dejó dominar por la ira.
- ¡Ahora te arreglaré! – gritó, regresando armado de un pesado garrote.
Buck recordó al hombre de la tricota roja, y retrocedió lentamente; no trató tampoco de
atacar cuando Sol-leks fue colocado de nuevo en la delantera. Pero se paseó a cierta
distancia, fuera del alcance del garrote, gruñendo con furia y amargura, y mientras lo hacía
vigilaba el garrote para poder esquivarlo si el mestizo se le arrojaba.
El conductor siguió con su trabajo, y llamó a Buck cuando estuvo listo para colocarlo en su
lugar de siempre frente a Dave. Buck retrocedió dos o tres pasos. François lo siguió, pero el
perro siguió retrocediendo. Al cabo de cierto tiempo de repetir la operación, François arrojó
el garrote al suelo, creyendo que Buck temía ser castigado; pero el perro se había rebelado
por completo. No quería escapar a un castigo, sino ocupar la jefatura. Era suya por derecho.
La había ganado, y no estaría satisfecho hasta ocuparla.
Perrault se dispuso a ayudar a François. Entre los dos corrieron durante casi una hora. Le
arrojaron palos que Buck esquivó. Lo maldijeron tanto a él como a su padre y su madre y a
toda la descendencia que tendría hasta la generación más remota, y a cada pelo de su
ESTÁS LEYENDO
El llamado de la selva
AventuraEl llamado de la Selva. Buck, el perro del juez Miller, lleva una apacible vida en California, cuando es raptado y obligado a tirar de un trineo por las heladas orillas del río Yukón, donde miles de hombres -llamados por la fiebre del oro- buscan fo...