Conociendo a un extraño

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22.17 horas. ZONA TEMPORAL 5.7 de noviembre de 1970. Nueva York. Pop'splace.

Yo lustraba una copa de coñac cuando entró La Madre Soltera. Anoté la hora, las 22.17, zona cinco, tiempo del Este, 7 de noviembre de 1970. Los agentes temporales siempre apuntamos la fecha y la hora. Es una norma.

La Madre Soltera era un hombre de veinticinco años, no más alto que yo, de cara infantil y temperamento quisquilloso. No me gustaba su aspecto, nunca me gustó, pero yo había venido aquí para reclutarlo. Le obsequié mi mejor sonrisa de mostrador. Tal vez soy demasiado severo.

Él no era afeminado. Lo llamaban así porque cuando algún entrometido le preguntaba su profesión, el hombre decía a veces.

《Soy una madre soltera》

Y si estaba de buen humor continuaba.

《A cuatro centavos por palabra. Escribo historias confidenciales para revistas de mujeres》.

Pero si estaba de mal humor, se quedaba esperando que alguien hiciese alguna broma. En la pelea cuerpo a cuerpo era más peligroso que un policía femenino. Este era uno de los motivos por los que yo lo necesitaba, mas no el único.

Esta noche venía bastante bebido, y parecía detestar a la gente más que de costumbre. Silenciosamente le serví una ración doble de aguardiente, y dejé la botella. Bebió y se sirvió otro vaso. Pasé el trapo por el mostrador.

—¿Cómo anda el negocio de la madre soltera?

El hombre apretó el vaso.

Pensé que me lo iba a tirar a la cara, y tanteé debajo del mostrador en busca de la cachiporra. Hay tantos factores, en el campo de la manipulación temporal, que no es posible correr riesgos.

Advertí en la cara del hombre una fracción infinitesimal de distensión. Ese índice que uno aprende a detectar en la escuela.

—Lo siento —dije —. Sólo quise preguntar cómo andan los negocios. Imagine que le pregunté qué tal está el tiempo.

Me miró amargado.

—Oh, los negocios andan bien. Yo escribo, ellos publican, yo como.

Me serví un trago y me incliné hacia él.

—A decir verdad —comenté —, usted escribe bien. He leído algunas de esas historias. Es asombroso cómo ha captado usted el punto de vista femenino.

Este era un desliz que yo debía arriesgar, él nunca me había dicho qué seudónimos usaba. Pero estaba tan irritado, que sólo retuvo mis palabras finales.

—¡El punto de vista femenino! —repitió, bufando —. Si, ya creo que conozco ese punto de vista.

—¿Si? —murmuré vagamente —¿hermanas?

—No. Usted no me creería, si le contara.

—Vamos, vamos —repuse suavemente —, los barman y los psiquiatras saben que nada es más extraño que la verdad. Mire, hijo, si usted oyera las historias que yo oigo... bueno, se haría rico. Es increíble.

—Usted no sabe lo que significa "increíble".

—¿De veras? Pues a mi nada asombra.

La madre soltera resopló.

—¿Quiere apostar lo que queda de la botella?

—Le apostaré una botella entera —dije, y la puse en el mostrador.

Hice señas al otro barman para que se ocupara del negocio. Estábamos en la punta del mostrador, un lugar para un solo banquillo que yo convertía en refugio privado colocando sobre el mostrador frascos con huevos, conservas y cosas por el estilo. En la otra punta estaban unos parroquianos mirando el boxeo, en la pantalla del televisor, y alguien hacía sonar la juke-box.

Todos ustedes zombisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora