¿Matarlo o no?

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—Bueno —me condolí —, comprendo cómo se siente. Pero matarlo... nada más que por... —no terminé de hablar y pregunté —¿Usted le ofreció resistencia?

—¿Qué? ¿Y eso qué tiene que ver? 

—Mucho. Tal vez se merezca un par de costillas rotas, pero...

—¡Merece algo mucho peor! Espere a que termine de contarle. Me las arreglé para que nadie sospechara, y me consolé diciéndome que todo era para bien; que realmente no lo había querido y que probablemente nunca querría a nadie. Estaba más ansiosa que nunca por ingresar en la W.E.N.S.H.E.S. No había quedado descalificada, pues ellos no insistían demasiado en la cuestión de la virginidad. Me reanimé. Sólo cuando las faldas empezaron a apretarme, comprendí. 

-¿Embarazada?

-Como una vaca. Y esos avaros que me habían empleado se hicieron los tontos mientras pude trabajar. Después me sacaron a patadas, y el orfanato no quiso recibirme otra vez. Terminé en un hospital de caridad, rodeada por otras panzonas y trotacalles, hasta que llegó el momento...
Una noche me encontré en una mesa de operaciones, con una enfermera que decía.
—Relájese. Ahora respire hondo.

Me desperté en la cama, paralizada del pecho para abajo. Cuando entró el cirujano, me preguntó, muy contento.

—¿Qué tal, cómo se siente?

—Como una momia.

—Es natural. Está envuelta como una, y llena de anestésico. Va a salir bien, pero una cesárea no es un chiste.
—Una cesárea —repetí —Doctor, ¿perdí al bebé?

—Oh, no. Su bebé está perfectamente.

—Ah, ¿niño o niña?

—Una sanísima mujercita. Cinco libras, tres onzas.

Me tranquilicé. Ya era algo; haber hecho un bebé. Me iría a cualquier parte - pensè. Agregaría "señora" a mi apellido y dejaría que la niña pensara que su padre había muerto... Mi hija no terminaría en un orfanato.

Pero el cirujano seguía hablando.

—Dígame, este... - evitó pronunciar mi nombre -. ¿Alguna vez observó que su sistema glandular era... extraño?

—¿Qué? Por supuesto que no. ¿Qué quiere decir?

El hombre vacilaba.
—Se lo diré en una sola dosis. Luego una inyección, para que se duerma y se le pasen los nervios.

—¿Nervios? ¿Por qué? —¿Alguna vez oyó hablar de ese médico escocés que fue mujer hasta los treinta y cinco años? Después se operó, y fue un hombre, desde el punto de vista médico y legal. Se casó. Todo perfecto.
—Y eso, ¿qué tiene que ver conmigo?

—Es lo que estoy tratando de explicarle. Usted es un hombre.

Todos ustedes zombisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora