[Capítulo 2]

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—Ya está listo por ahora, ¿Puedo volver a casa? — preguntó inocente Horacio, saliendo de aquella habitación donde dejó al mafioso descansando con sus heridas ya tratadas. La respuesta no fue lo que esperaba, se rieron todos en su cara. Los tres hombres se carcajearon fuertemente, y seguidamente, volviendo a sus rostros serios y amargados, le apuntaron con sus armas largas, llevándole a la habitación y amarrándole allí una vez más —¿De verdad es necesario tenerme así? —

—No nos vamos a arriesgar crestitas, ¿Crees que hemos llegado lejos confiando en la gente? — una venenosa risa siguió su pregunta, dejando en silencio al doctor, quien suspiraba frustrado, aceptando su destino sin ánimos.

La noche ya había caído, y Horacio incómodo por estar inmovilizado en pleno secuestro, estaba teniendo dificultades para dormirse. Trató de calmarse, necesitaba descansar, le dolía todo el cuerpo y estaba tenso, nervioso, inquieto. Por su mente pasó entonces la imagen de aquel mafioso, se sentía intimidado de sólo pensar en su presencia, pero no podía dejar de visualizar aquella última mirada que le devolvió, cargada de familiaridad, era una mirada íntima y cercana. Suspiró pesadamente, girando sobre el lecho donde yacía atrapado, una fría luz proveniente de la luna se colaba entre los tablones de madera que tapaban su ventana. Aquella gélida iluminación le recordó a los grisáceos ojos del "jefe". Eran igualmente cargados en un impávido frescor, pero tenían un efecto hipnotizante en ellos, siento imposibles de ignorar. Y así fue, como pensando en aquella fría mirada que en algún momento se posó en él, que Horacio cayó en dormido por fin...

Un ruido de vidrios chocando le despertó prontamente, la luz del sol ya fulguraba cálidamente, aquel doctor veía a uno de los hombres dejar sobre un plato algo de pan y fruta, junto a un vaso de agua. —Coma rápido, para que venga a ver cómo sigue el "jefe". Ante aquella orden, una de sus muñecas fue liberada, obedeciendo para estar pronto en compañía del ruso sin ser molestados. Al parecer éste también había sido despertado hace poco, pues su rostro reflejaba cansancio aún.

—¿Me permites revisar tus heridas? — preguntó educadamente el moreno en un susurro, viendo como aquel hombre elevaba los hombros asintiendo. Con delicadeza separó los vendajes de su tersa piel, siendo muy cuidadoso. —¡Pues vas muy bien! — espetó con sincera alegría, sonriendo en dirección al peligris. Viktor quedó en silencio, sin entender cómo alguien podía guardar tanta nobleza en su interior que esperaba que él siendo tan condenable se mejorase.

Veía aquellos ojos bicolores achinarse al sonreír, embriagándole con una tierna calidez de inmediato. No entendía qué ocurría, pero aquel doctor había logrado llenar con su carisma todo el ambiente desde el primer instante. Horacio se dio el tiempo de quitar nuevamente todas las vendas de su cuerpo. Tenían todo el día. En silencio, se dedicó a observar cada una de sus cicatrices. Viktor jamás se había sentido así de expuesto ante nadie, pero estaba completamente en su poder.

El de cresta, inconscientemente, rozó cada marca sobre su pálida piel, dejando una caricia tras otra. Volkov con su respiración irregular, miraba al techo, sus ojos abiertos de par en par sin comprender muy bien qué estaba ocurriendo. —Todo va a estar bien...— escuchaba los suaves susurros del moreno, cuyas manos mimaban cada dolencia, calmándole poco a poco y logrando hacerle soltar sus tensiones. Viktor tragó con dificultad, viendo pasar su vida por delante. Por su memoria pasó cada ser querido que le abandonó en este asqueroso mundo, dejándole en completa soledad y a merced de la cruel vida. Voces gritando y llorando desconsoladamente tomaron control de sus pensamientos, desesperándole totalmente.

—¡Señor! ¡Señor! — Era Horacio quien, con miedo en su mirada, intentaba traerle de vuelta al presente —Respire, por favor...inhale...exhale— hablaba con suavidad, con dificultad intentó seguir su ritmo, sintiendo lágrimas que caían de sus ojos. —No está solo señor... estoy aquí, por favor, todo va a mejorar...— susurraba dulcemente aquel moreno de bonita sonrisa, su mano se había posado sobre la de Volkov, dejando en ella tiernas caricias que le quemaban en dulzor, siendo aceptadas en silencio.

—Viktor...llámame así— murmuró en voz baja el peligris, sorprendiendo a Horacio, quien por primera vez podía oír aquella profunda voz de ruso acento, que le dedicaba una tosca sonrisa cuya forma era más cercana a una mueca.

Volkacio AU - Healing ScarsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora