[Capítulo 7]

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Suspiró inquieto al quedar únicamente en compañía de aquel sicario en la pequeña habitación. No se atrevía a mirarle a los ojos, quería fingir que el contrario no estaba allí, con sus fríos ojos posados sobre su silueta. Sin embargo, sintió la poderosa necesidad de comprender qué le ocurría al peligris, por ende, acortó la distancia, quedando sentado en la cama de Volkov y dispuesto a realizar un nuevo chequeo.

Comenzó una vez más a palpar zonas diversas en su cuerpo, preguntando por el grado de dolor que sentía, pero esta vez no estaba obteniendo respuesta alguna del ruso. Sus ojos yacían posados en el techo, con una mirada llena de preocupación.

—No quería que te hicieran daño...— su voz profunda resonó en toda la habitación, apretando el pecho del moreno al comprender la extensión de sus palabras. Todas las amenazas que había recibido eran reales, corría verdadero peligro. — Y...cuando dije que no quería verte aseverando mi mejoría, fue un pobre intento por dejarte libre Horacio...mereces más que esto— su mirada finalmente bajó, buscando los bicolores ojos del de cresta.

En ellos encontró aquel brillo especial que tanto había extrañado los días que no le vio, suspirando con suavidad. En total silencio Viktor elevó su mano, posándola en la mejilla de Horacio, quien cerró sus ojos al sentir su dulce tacto en una tierna caricia. El ruso se removió en su lugar, soltando un pequeño quejido en el acto. Si bien, sus heridas habían cicatrizado correctamente, el estar tanto tiempo en la misma posición había adormecido y adolorido en cierto punto su musculatura.

Con el ceño fruncido, algo preocupado, el doctor se puso de pie —Déjame prepararte un baño caliente, eso te hará bien— espetó con prisa, sin darle tiempo a negarse. Volvió a los segundos a dejarle una blanca toalla encontrada en el baño, para volver a su labor.

Una pequeña sonrisa escapó de los finos labios del peligris, no podía negarse a sus ocurrencias, ya no había forma. Con tranquilidad se deshizo de sus ropas, quedando únicamente en bóxer y rodeando su tronco inferior con la toalla. —¡Ya está! — Llegó el moreno con una sonrisa en el rostro, invitándole a pasar al baño. La bañera estaba llena con agua calentita, y habían sido colocadas en el baño un par de velas encendidas, dando un toque cálido y tranquilizante.

Balbuceando, el ruso inquirió —E-esos son... ¿p-pétalos de flor? — Con una tierna risita Horacio asintió. —Había flores en el mesón y le saqué los pétalos a dos de ellas— Su rostro se asemejaba al de un niño contando orgulloso sus fechorías. Con un encantador suspiro, Volkov volvió a negar con la cabeza, mirando fijamente al doctor, esperando a que se retirase del lugar para quitarse de encima la toalla y entrar al agua. Sin embargo, éste seguía allí de pie, inamovible.

Resignado, comprendiendo la situación, el peligris se dispuso a soltarse la toalla de la cintura, notando que de forma inmediata el doctor volteaba dándole la espalda y tapando con fuerza sus ojos, haciendo por primera vez a aquel mafioso soltar una carcajada. Horacio oyó el agua chapotear, comprendiendo que ya estaba dentro Volkov —¿Puedo darme la vuelta ya? — preguntó tiernamente, oyendo otra pequeña risita del peligris, quien le dio una respuesta positiva.

El de cresta destapó sus ojos y volteó, sus mejillas habían tomado un color rojizo, su mirada chocó con la del ruso, quien le observaba divertido desde la bañera. Horacio soltó un pequeño suspiro, casi con timidez. Nadie podría adivinar que era un experimentado doctor.

Tomó jabón aromático y con suma delicadeza pasó sus manos sobre aquella lechosa piel, limpiando y masajeando cada extensión de su cuerpo. La respiración de Viktor era lenta, tranquila, se sentía completamente a salvo allí. Aquel suave toque lograba disipar cada dolor y preocupación, calmando sus tormentos una vez más. Horacio lograba llenarle de paz, de un cálido dulzor que le hacía bien. Sin embargo, aquel mafioso no pudo evitar a sus pensamientos recurrentes.

Viktor sabía que lo único que le estaba trayendo al doctor era peligro, inseguridad, dolor. Había arrebatado cada ápice de su libertad, estaba poco a poco acabando con él, con su corazón cargado de pureza y hermosura.

Suspirando, se recargó en el borde de la bañera, mirándole a los ojos. Horacio no comprendía qué estaba ocurriendo. —Mereces más...mereces mucho más que esta basura...— gruñó frustrado, con el ceño fruncido.

—Shhh...tranquilo...— susurró el moreno, con aquella sonrisa que derretía su corazón. Peinó con sus dedos el grisáceo pelo mojado del ruso, en silencio, relajando su expresión.

Se miraron por segundos que parecieron una perfecta eternidad, perdidos en los ojos del contrario sin soltar palabra. Sus respiraciones chocaban sin notar lo cerca que estaban sus rostros, llegando a rozar las narices. Entre suspiros sintieron una sedosa calidez envolverles.

Volkacio AU - Healing ScarsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora