[Capítulo 11]

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Los días pasaban con lentitud en la suavidad de aquel dulce ambiente que habían formado ambos hombres, disfrutando de la compañía del otro en esa pequeña cabaña en medio de la nada. Sin embargo, ambos sabían que aquello no duraría por siempre.

—Horacio... ven aquí— le llamó junto a él para sentarse en una de las camas. Tras soltar un pesado suspiro, habló por fin —Las cosas se están poniendo difíciles allá afuera, mis hombres se están viendo acorralados por otra organización— El de cresta le miraba atentamente, había tristeza en sus ojos, pues todo comenzaba a desmoronarse frente a él. —Es una mafia pequeña— continuó el ruso —Pero nos están causando problemas. Eso, sumado a que el FBI nos está investigando—Los ojos del médico se abrieron de par en par, cayendo en cuenta que se estaba metiendo en un lío bastante grande. —Entiendo... pero entonces...? — Se sentía perdido, confundido.

—Debo hacer mi trabajo Horacio, necesito eliminarlos o van a acabar ellos con nosotros, y es imperativo que te quedes aquí, nadie puede encontrarte o es el fin de todo— El moreno experimentó una fuerte presión en el pecho. Sentía un profundo miedo a todo lo que pudiese ocurrir, y tristeza de saber que las cosas ya no andaban bien, pero no quería poner a nadie en riesgo, por lo que, muy a su pesar, aceptó su destino —Te esperaré Vik... aquí me quedo...—

Su voz rota hizo sentir aún peor a aquel sicario, prometiendo que apenas avanzara en sus asuntos volvería a buscarle, aseverando que todo estaría bien aun cuando él mismo no tenía certeza de ello. El peligro les acechaba, lento y sigiloso.

Aquella misma tarde Volkov emprendió su camino rumbo a la sede que tenían en la ciudad, volviendo a ver por fin a sus hombres, quienes preocupados preguntaron por su estado de salud, y curiosos, deseaban saber la ubicación del doctor.

—Horacio está aún en la cabaña, de ser posible, apenas se calme esta tormenta deseo ir a verle y sacarle de allí para mantenerle a salvo— El rostro asqueado de sus compañeros no pareció causar efecto en él, pues estaba seguro de sus sentimientos. Murmurando, uno de ellos espetó —No entiendo qué le ve al crestitas ese, es un debilucho sin importancia, nos está haciendo retroceder y pone en riesgo todos nuestros planes...— Ni siquiera alcanzó a completar su frase cuando la mano de Viktor estaba sobre su cuello.

—No te vuelvas a referir a Horacio de esa manera, ¿Me oyes? Ya estoy harto de verles menospreciarlo— masculló amenazante, empujándole— ¿Por qué piensan que es indefenso? Una puta mierda que le subestimen por todo— Alzó la voz en dirección a ellos. Comenzaba a sentir la frustración con la que probablemente aquel doctor había tenido que cargar toda su vida. —Dejen de encasillarle en estereotipos mediocres por todo lo que le rodea, ojalá él mismo fuese consciente de que posee una mente poderosa, porque estoy seguro de que lograría conquistar al mundo, el mismo mundo que le ha vacilado siempre, que no ha confiado en él y sus capacidades. El mismo mundo que no ha sabido admirar la forma en la que brilla siendo tal como es— Culminó diciendo Volkov, percibiendo cómo su pecho se liberaba, expresando todo tal y como lo sentía, cosa que había evitado siempre en su pasado. Su pecho subía y bajaba, seguía exaltado, sus hombres le observaban sin decir palabra, confundidos y asustados.

¿Habría aquel doctor manipulado a su jefe para ponerle de su lado? ¿Sabría él más cosas acerca de su organización? ¿Sería el chivato que avisó al FBI de lo sucedido? Tenían demasiadas preguntas, pero si no hacían algo, no obtendrían respuestas. Ellos no comprendían qué estaba ocurriendo, pero viendo cómo aquel ruso se alejaba a paso firme en dirección a realizar su trabajo en solitario, se movieron ellos también a lo suyo, pues ya habría tiempo de aclarar asuntos.

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Dos días habían pasado ya, Horacio seguía en esa cabaña, solitario, anhelando ver a Viktor una vez más. Comenzaba a sentirse abandonado, nervioso, inquieto. Solía mirar por la ventana con la secreta esperanza de ver al ruso llegar a por él. Pero los días pasaban y nada ocurría, a diario se sentía más débil, más desanimado, sin ganas de comer, extrañaba su vida normal, sus antiguas preocupaciones tontas, todo excepto la soledad en la que estaba envuelto, la misma que comenzaba a hundirle una vez más.

Intensos sonidos de ruedas en aquel terroso camino resonaron prontamente, alertándolo de sobremanera. Eran dos camionetas de color blanco. No se ocultó, pues confiaba que serían del FBI, sabiendo que no le harían daño pues no era más que un rehén. Se apresura a abrir la puerta, sin embargo, cuando les reconoció su rostro perdió todo color, pues eran los mismos quienes le habían secuestrado y amenazado. Sintió un sudor frío recorrer su cuerpo en un poderoso escalofrío, jadeando aterrado.

—Crestitas, que gusto verte— espetó sarcásticamente uno de ellos, portando en su mano un bate y cuerdas viejas. Horacio tragó con dificultad, temblando, incapaz de moverse por el shock. Dos segundos después estaba siendo inmovilizado por ellos. Mientras le llevaban del brazo violentamente hacia el pequeño living taparon con una tela sus ojos, dejándole completamente sin visión, encendiendo aún más su estado de alerta. Sus ojos comenzaron a aguarse, y sus labios temblaban. Volkov vendría a salvarle ¿No es así? El prometió que volvería a por él, que estaría bien, estaría a salvo, podría ser feliz...Volkov no le mentiría ¿Verdad?... ¿Verdad?... Un certero golpe fue dado en su nuca, escociendo brutalmente.

Puños y patadas fueron dirigidas a su débil cuerpo, haciéndole caer de rodillas. Desgarradores gritos fueron pronunciados en total desesperación por el moreno, sintiendo su sangre derramarse poco a poco a través de su molida piel. Fue amordazado, evitando que excesivo ruido saliera por su garganta. Golpe tras golpe, su saliva teñida de rojo al igual que la alfombra bajo suyo, bates y fierros chocaban violentamente contra su piel, pero su pecho dolía aún más, pues cargaba con la decepción.El humillante descubrimiento de que una vez más se encontraba solo, sin nadie junto a él. No era más que basura desechable, restos ensangrentados de un cuerpo inservible tras cumplir con sus labores. Crueles risas se oían cada vez más lejanas.

Dejando de sentir poco a poco cada sonido, cada adolorido órgano y extremidad, dejaba de sentir todo a su alrededor, sus oídos tapados y su mente apagándose poco a poco, dejaba de percibir su propia existencia, tal vez así sería mejor, sin penas ni dolores. Nunca más...

Volkacio AU - Healing ScarsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora