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Fue una noche muy dura. Perdieron a casi la mitad de los suyos en una emboscada que los vástagos orquestaron de manera perfecta.

Abel se sentía responsable. Era él, quien debía dirigir a la guardia aquella noche. Guiarles hacia la victoria, pero se despistó.

En dos mil años, era la primera vez que le ocurría. Y la culpa era toda de aquella perfecta mujer, que apareció en medio de la noche como un ángel divino entre tanta oscuridad.

Daba la impresión de estar perdida. Asustada y desorientada. Abel trató de acercarse a ella para advertirla y protegerla. El vástago al que interrogaron por la tarde les había dado una muy buena pista sobre el paradero de aquellos desgraciados, pero huyó hacia el lugar que en pocos segundos se convertiría en un campo de batalla.

Probablemente aquella muchacha no sabía que Abel era un guerrero arconte. Un protector, pero también, un cazador. Al huir, aquella preciosidad despertó en él la furia arconte que todos los guerreros de la hermandad llevaban dentro.

Eran justicieros, sí, pero no adoraban las batallas. Adoraban acechar a sus presas. Cercarlas. Cazar. Eso era lo que les distinguía del resto de los de su especie. Por eso eran tan buenos, porque su naturaleza en lugar de humana, era depredadora.

Les encantaba jugar con sus presas. Acorralarlas, y aquella mujer, huyendo de él, se convirtió en una preciosa presa a la que debía dar caza, pero aún sin saber cómo, aquella muchacha desapareció, le dio esquinazo. ¡A él! Al Destructor. Solo Abel la vio. Solo él la siguió. Abandonó su puesto, y cuando salió de su asombro ya era demasiado tarde. Los vástagos les habían rodeado. Los superaban en número y los estaban matando sin piedad, sin posibilidad de huida porque los guerreros no se movían. Desacatar una orden de un superior era un insulto que se pagaba con la muerte, y precisamente el desacato hubiera sido lo que les habría salvado la vida.

Apenas quedaba nadie en la sala de reuniones salvo Jairo, rodeado de cinco hembras en plena época de celo. Época que ocurría pocas veces al año y que su amigo aprovechaba para desahogarse, tal y como él decía.

– ¡Abel, ven! – gritó desde la otra punta –. Estas preciosas mujeres y yo vamos esta tarde a tomar algo. ¿Te apuntas?

– Esta noche tenemos guardia. – No le apetecía nada lo que le estaba sugiriendo.

– ¡Oh, venga ya, tío! Te vendría bien liberar tensiones, figura –le susurró al oído mientras le guiñaba el ojo a una de las dos rubias.

Abel puso los ojos en blanco. Jairo no tenía remedio. Para él, cualquier problema se arreglaba con una buena noche de sexo arconte.

– Vamos a ir al Irish Club –le dijo Aisha ilusionada –. Podríais venir. –Le sorprendió que le invitara. Quería pensar que no se traía nada más entre manos, pero por desgracia, se imaginaba que su interés tenía que ver con su próximo periodo de celo.

– Qué dices, ¿te apuntas, hermano?

– Qué remedio – suspiró–. Alguien tiene que velar por la seguridad de estas señoritas, y asegurarse de que no faltes a tus obligaciones.

Las carcajadas sonaron estrepitosamente en aquella sala, ya vacía, mientras se dirigían a la puerta entre risas. Acompañados por comentarios susurrados entre las jóvenes, y los solemnes pasos de ambos, que las seguían en dirección a la puerta.

De sobra era bien sabido que una hembra arconte en plena época de celo no solo era más fuerte incluso que un macho. También eran más receptivas e insaciables, y muchos de los encuentros en aquella época terminaban en pelea entre las parejas. Por eso, y porque en realidad no le apetecía mucho la idea, era por lo que no quería ir, pero allá donde fuera su hermano, él iría. Eran inseparables.

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⏰ Última actualización: Mar 12, 2021 ⏰

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