☽☆☾ 18: Otra vuelta al sol ☽☆☾

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26 de agosto de 2026

Era el cumpleaños número treinta y siete de Luis. El reloj marcaba las 00:00 y aunque él no había nacido a esa hora, a Aitana no le importó declarar, oficialmente, que ya debía felicitarlo, por lo que abandonó la cocina, donde había estado preparando unas salsas, con las que acompañarían unos canapés, para la reunión que tendrían, luego, para festejar a su novio.

Se dirigió a la habitación, donde lo encontró tumbado en su cama, cómodo y profundamente dormido. Se acercó, se inclinó con cuidado, apoyando las manos alrededor de su cuerpo y comenzó a dejar suaves besos sobre su mejilla, logrando despertarlo.

Luis despertó al sentir a Aitana, el olor de su perfume inundó sus fosas nasales, se giró un poco para atraerla más y tumbarla sobre su cuerpo, haciéndola reír.

—Debes tener una buena razón para haberme despertado a estas horas.

Ella sonrió ampliamente —Feliz cumpleaños mi amor— Le dio un suave beso en los labios.

—¡Ah es mi cumpleaños! —Alzó ambas cejas y la vio asentir, contenta —Entonces quiero muchos besos.

Recibió varios besos de parte de la catalana y un abrazo fuerte con el corazón acelerado.

—Te quiero Luis— Aiti se puso de lado y lo miró a los ojos, en medio de la oscuridad de la habitación, aunque un poco de luz se colaba por la puerta entreabierta.

Cepeda la imitó, aprovechó la posición para acariciarle la mejilla con su dedo —Y yo te quiero a ti cariño mío.

Escucharlo, la hizo sonreír. Se acercó a darle otro beso en los labios.

Él por su parte, exigió un poco más en ese beso, pegándola a su cuerpo, como si no estuvieran lo suficientemente cerca, acarició su espalda de abajo hacia arriba y viceversa, mientras su lengua se encargaba de abrirse paso en sus labios para buscar la de ella.

Aitana decidió tomar la iniciativa, esa vez, por lo que se separó, haciendo que Luis se tumbase por completo, se sentó, a horcajadas, sobre su abdomen y se sacó la blusa de su pijama, dejando sus senos al descubierto.

Luis disfrutaba verla, así, tan segura de sí misma, desinhibida, libre de sentir, de amar, con su autoestima por las nubes y la capacidad de hacer lo que le placiera. Todo eso lo llenaba de orgullo, ella, desde que la había conocido, era su orgullo y gran tesoro. No tardó en subir sus manos para cubrir ambos pechos y luego con los dedos índice y pulgar jugar con sus pezones, para endurecerlos y generarle cosquillas, que de sobra sabía, bajarían directo a su entrepierna.

—Luis... no empieces— Susurró con voz jadeante a la vez que le sujetó las muñecas.

—Empezar— Tomó impulso y se sentó, sujetándola por la espalda, para que quedase sentada sobre su miembro ya listo para el encuentro —No me pidas que no empiece— Susurró con voz ronca y comenzó a darle besos por la mejilla, se dirigió a su oído —Cuando sabes que soy preso de ti— Le mordió con suavidad el lóbulo de la oreja y lo succionó suave —Que me encanta robar los secretos de tu cuerpo y quemar cada curva de tu piel— Bajó los besos hacia su cuello y clavícula.

—Luis...— Volvió a susurrar ella con la voz ronca y la boca sedienta. Lo tomó del rostro con sus manos haciendo que subiera a mirarla y cuando lo hizo, buscó sus labios para fundirse en un beso cargado de pasión y lujuria.

Las manos, entre caricias prohibidas que quemaban sobre sus pieles, por el deseo que los consumía, fueron deshaciéndose de las pocas prendas de ropa que llevaban puestas, hasta que no hubo nada que se interpusiera entre sus cuerpos, ansiosos de fundirse y volverse uno. Ella volvió a tomar el control, se dejó caer despacio, disfrutando el momento de la penetración, comenzando un ritmo pausado, como si fuese un baile, donde sus dos almas se dejaban llevar, donde volaban con plena libertad, sin cohibirse. Poco a poco se fueron exigiendo más el uno al otro, necesitaban mucho más, porque nunca era suficiente. Luis fue el primero en dejarse llevar por las sensaciones que su mujer le provocaba y Aitana no tardó en caer sobre su pecho, agitada y jadeante en busca de aire. Él le acarició la espalda con las yemas de sus dedos, el sudor los cubría y se mezclaba entre sí. Pronto se dio media vuelta, con ella, dejándola bajo su cuerpo y buscó sus labios.

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