La tortura del encierro

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El reloj marcaba las seis de la tarde. Había sido un día tan soleado que parecía no tener fin. Qué dicha sería poder sentarse para disfrutar de los últimos rayos de aquel atardecer. Así lo hizo Thomas. llevó una silla hasta el enorme ventanal para poder contemplar el magnifico atardecer que le ofrecía esa única vista. Sin embargo, no era lo mismo contemplar que vivir en persona aquella experiencia. No sabía como el calor de los rayos del sol podía sentirse sobre su piel, solo a través de un grueso y enorme ventanal que hacía parecer la luz tan alejada de su propia realidad.

Tommy pasaba la mayor parte de su tiempo en diversas actividades que ocupaban su mente y así evitar pensar en su único tormento y la desesperación que le provocaba sentirse atrapado, todo eso antes de la llegada del celador. Constantemente se divertía realizando diferentes deportes y actividades que comprometiesen su fuerza, la cual era impresionante, pero sobre todo su velocidad. Una de las habitaciones era tan amplia como par una pequeña cancha de tenis donde practicaba el solo. se lanzaba la pelota y corría para atraparla del otro lado de la red. La mayoría de las  veces funcionaba, pero llegar a las noches era siempre su mayor temor. usualmente llevaba una manta a ese lugar donde se sentaba para contemplar los atardeceres, y decidía dormir sobre la alfombra, en vez de utilizar su cama en su habitación. Tommy era un niño nervioso, y siempre prefería hacer algo que permanecer quieto por mucho tiempo, y aún no sabía por qué.

Un ruido se escuchó sobre el techo, haciendo tambalear los candelabros que colgaban elegantes sobre su cabeza; el celador había llegado, lo que significaba la hora de dormir, su peor pesadilla.

Se levantó como un relámpago y en cuestión de un parpadeo llegó hasta la cocina, atiborrando una bandeja con platos de comida de todo tipo. El celador le llevaba siempre grandes cantidades de comida que él terminaba tan rápido como se servía un plato, de no ser así se sentía cansado y abatido. De repente el sonido de un silbato provocado por una maquina, se escuchó tan fuerte que parecía estar junto a él, era un sonido que sabía reconocer, después de tanto tiempo en ese lugar. Tommy se cubrió los oídos y se levantó, más confundido que molesto en dirección hacia la procedencia de ese silbido estridente.

—Un segundo, quiero comer un poco antes de ir a dormir —Lo que sea que hacía ese sonido respondió con un silbido aún más fuerte, casi parecía molesto. Pero era un ruido inconfundible, el del vapor escapando de las tuberías de una enorme máquina— Ya voy, ya voy, tan solo quiero dormir hasta tarde, aunque sea por el día de hoy.

De mala manera, Tommy levantó su comida y la depositó en un baúl de madera, con el cual se dirigió hasta su habitación. El encierro era un castigo, sí, pero ni siquiera él podía negar que su prisión venía dispuesta con todas las comodidades. Recorrió grandes pasillos desde el lobby, pasando por la cocina, el cuarto de juegos donde hacía deportes, hasta llegar a su habitación. 

Con disgusto miró la puerta de madera, tallada con relieves y curvas cautivadoras para la vista, mostrándose como un enemigo para él, Billy tendía a desobedecer al celador y sus estridentes órdenes, hasta que era forzado a hacer lo que le pedía. El celador era como un padre o un cuidador, más que todo alguien que velaba por su seguridad y su salud. Sin otro remedio más que acatar lo que le decía, Tommy optó por abrir la puerta en un intenso rechinido que ponía sobre aviso a sus emociones, recordándole que todas las noches que pasaba ahí estaba en peligro.

—Está bien, ya estoy adentro, ¿contento?

El celador respondió con un sonido menos estridente, incluso podría decirse que era agradable para los oídos de Tommy, vigilándolo desde la oscuridad en algún lugar desde el techo a una altura considerable, incluso exagerada para un dormitorio. Tommy se puso su piyama con lentitud, demorando más su camino hacia su cama, era molesto solo tener que verla ahí mientras cambiaba su ropa y la dejaba caer por un enorme ducto. Cada movimiento que realizaba solo retrasaba su estadía en aquel lúgubre lugar en el cual no deseaba estar. 

La habitación de Thomas estaba repleta de objetos en cada una de las repisas que el celador había instalado para su comodidad, lugares altos y variados en donde colocaba juguetes y libros de su agrado; el dormitorio lo tenía todo, o casi todo, solo extrañaba algo que poder contemplar y que ni todos los juguetes del mundo o los libros con sus fantásticas historias podrían ofrecerle, la vista de un verdadero cielo por la noche.

Alrededor de las siete en punto, Tommy se arropó en la enorme cama, mirando hacia los lados y luego hacia el techo oscuro y misterioso, con un celador vigilante sobre él, extrañando la ventada del vestíbulo. en su habitación no tenía ventanas, solo paredes altas cubiertas por las repisas de  juguetes, sin poder ver o respirar el aire fresco que necesitaba. 

Las luces se apagaron y su tormento comenzaba. las siluetas de las figuras sobre las repisas cobraban repentina vida y danzaban junto a su locura, siluetas marcadas por el tenue resplandor de una luz de noche que dejaba encendida para su tranquilidad, pero, al parecer, solo podía empeorar las cosas. Tommy se llevó las cobijas hasta la cabeza, intentando ocultarse de las paredes que le acosaban como un constante recordatorio de su encierro.

Pero la curiosidad era más fuerte que su miedo; se descubrió los ojos para continuar viendo esas siluetas danzar con intensos movimientos repetitivos que eran casi como una tortura visual, una manera de socavar entre sus más íntimos temores para retorcerlos aún más. Su respiración se aceleraba y sentía su corazón casi como un zumbido, imparable, intranquilo y exhausto, pero sin poder llegar a la calma, sin poder cerrar un ojo, pensando que esas paredes que crecían cada vez más y se perdían en la oscuridad, cobrarían vida y lo atacarían. 

—Por favor, enciende las luces, no puedo dormir, ya no quiero dormir aquí —sollozaba intentando terminar con las ilusiones que su mente le hacía pasar. Sin embargo el celador no hizo caso de su petición, como si estuviese dispuesto a ver lo que seguía a continuación.

«Tranquilo, solo debes respirar, y pensar que el sufrimiento no es para siempre» escuchó como un susurro en su mente. Era una voz siempre familiar, procedente de algún lugar desconocido. A veces creía que se trataba de una alucinación más, pues siempre aparecía para calmarle cuando el "ataque" llegaba a ser más fuerte que otras veces.

—¿Billy? No puedo dormir otra noche más aquí, es como una tortura, odio estas paredes, odio el encierro y este sentimiento.

«Entonces déjame ayudarte» dijo la voz en su cabeza.

—¿Me ayudarías a salir?

«Sabes que no puedo hacer eso, pues vivo igual que tú, atrapado. Pero puedo ayudarte a dormir, si lo deseas, mañana la luz te ayudará a soportar esta desdicha»

—¿Cómo?

«Es muy sencillo, solo cierra los ojos y te ayudaré a dormir» 



La guerra de los universosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora