Mundos imaginarios

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La luz de un nuevo día era siempre una tortura. No podía abrir los ojos hasta después de las siete, y con pesar se levantaba de su cama, aún amodorrado y sin intenciones de seguir adelante. De ser por su propia voluntad se quedaría en cama hasta tarde, pero había un algo, que también podía ser un quién, que le incitaba, o más bien, le obligaba a salir de la cama: el celador.

—Solo un poco más —imploraba con las sábanas cubriendo su rostro, pero el celador, de un silbatazo, le obligó a levantarse casi de inmediato—. Está bien, ¡eres una oda a la impaciencia!

A pesar de ser un poco más perezoso a la hora de levantarse, Billy era mucho más ordenado que su hermano, y sus responsabilidades resaltaban más a la vista desde el momento en que ponía un pie fuera de la cama, su primer tarea del día siempre conectaba con la siguiente, y así sucesivamente hasta terminar el día lleno de ocupaciones. El celador tenía marcado su itinerario, pero para él era toda una serie de juegos que completar hasta antes de ir a la cama, no podía dejar ninguna actividad a la mitad, de no ser así, empezaría de nuevo cuando despertase al día siguiente.

Después de vestirse echó un vistazo a la lista de actividades, no antes de cubrir sus necesidades primarias: el desayuno, la higiene; y solo hasta entonces podía comenzar. Las lecturas de los clásicos eran siempre una manera de avivar sus esperanzas y su gran imaginación. Casi siempre repetía algún libro, en especial cuando se trataba de historias que trataban sobre mundos lejanos, mucho más allá de su mundo y de su tiempo. Luego de la lectura de los clásicos debía hacer lectura sobre ciertos temas que aquejaban dudas actuales, dudas que no podrían ser respondidas en novelas antiguas, centrándose más en la filosofía y, sobre todo, en la física. 

El resto del día lo repartía equitativamente entre sus actividades y de practicar. Billy no hacía deporte como Tommy, en cambio le gustaba hacer uso de sus propias habilidades, para las que era bueno, intentando conectar su mente con la de su hermano y comunicarse a través de los pensamientos, en lo cual era bastante bueno, sin embargo no tenía que practicar mucho para lograr dicho merito, pues podía sentir una conexión especial con él, aunque a veces llegaba a pensar que era imaginario, y no era para menor. En muchas ocasiones, a lo largo de su vida, lograba ver, escuchar, sentir y percibir los pensamientos de alguien que no era Tommy, eran pensamientos mucho más lejanos, ruidos, voces, gritos más allá de las paredes que lo rodeaban, y esas imágenes lo llenaban de un temor inusual. Se acercaba a las paredes cercanas a los espejos, que era por donde más podía leer los pensamientos de aquellos fantasmas que día y noche le atosigaban, acompañados de una visión poco clara y ambigua de lo que estaba por ocurrir.

Una de las tareas que Billy hacía era estudiar, impuesta por el celador, sin embargo disfrutaba mucho de todo lo que aprendía entre libros, aunque sabía que una enorme diferencia separaba la realidad de lo aprendido en los libros, tener el conocimiento no bastaba, aunque algunas veces se sentía como el que más. 

Mientras estudiaba criptografía, resolviendo un complejo diagrama, algo en su entorno cambió, pero no lograba identificar qué. No parecía ser la mente de su hermano, era alguien más, o muchos más. Se giró lentamente hacia el espejo que tenía detrás, y prestó atención a lo que captaba, eran ideas, ruido que inundaba su cabeza, un molesto ruido que no paraba y no parecía que fuese a detenerse pronto. El ruido lo obligó a cubrirse los oídos, pero de nada serviría, porque lo que escuchaba eran pensamientos, imágenes, sensaciones que solo eran captadas desde su interior. Siempre que ocurría algo parecido creía que se trataba de Tommy, pero no esa vez, algo diferente había, pues las únicas ocasiones en que podía escuchar ruido en la mente de Tommy era cuando éste dormía. Thomas le temía a los espacios pequeños, le hacía sentirse sofocado, impidiéndole conciliar el sueño algunas veces. Billy se armó de valor esta vez y pretendió llegar al fin del asunto, y descubrir lo que había del otro lado del espejo. Concentró sus pensamientos en los tornillos que sujetaban al espejo en la pared y con solo pensarlo, estos se fueron desatornillando uno a uno, cayendo al suelo como gotas de agua. Una vez quitó el último, levitó el espejo con precaución hasta dejarlo con suavidad en el suelo, y lo que encontró del otro lado no tenía sentido, y eso lo intrigaba más. 

Detrás del espejo había una especie de  ventanilla, cerrada con una puerta de metal blindado. Sabía que sus poderes eran débiles para lograr abrirlas, mucho menos destruirlas. Pasó sus dedos con curiosidad, sintiendo el frío del metal y unas vibraciones del otro lado. ¿Qué había del detrás de las paredes, que un secreto debía aparentar? Parpadeó varias veces para acostumbrar sus ojos a una visión que, sin previo aviso, se mostró ante él. En ella vio a una mujer de piel oscura y cabello blanco aproximarse por los aires, sobre la enorme ciudad hasta un enorme edificio que era un monumento por sí solo.

Despertó de un sobresalto y aterrizó de nuevo en la realidad: la misma habitación, los mismos libros y todavía mucho que aprender. Un ruido sobre el techó le informó que el celador había regresado, y con el típico sonido de maquinaría que desde sus fauces producía, llamó a Billy en un tono molesto, quizás solo estaba irritado.

—Un segundo, estoy estudiando —pero el celador clamaba por su presencia inmediata—. ¡Eres demasiado impaciente!

De la misma manera en que había quitado el espejo, lo hizo levitar hasta colocarlo de nuevo en su lujar, manipulando con su mente los tornillos para que quedara bien ajustado, y se dirigió hacia la habitación del celador, una cámara contigua al final de la nave, donde un ventanal enorme imponía una preciosa vista hacia el exterior. Al verla casi podía sentir la brisa del verano.

«No te preocupes Tommy, averiguaré qué es lo que hay fuera, lo prometo».


La guerra de los universosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora