Capítulo I

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Dormir. Últimamente era lo único en lo que pensaba. Cerré la puerta de la escuela cuando salí y respiré hondo el frío aire invernal de Nueva York inflando mis pulmones hasta que me dolieron y eché a andar. La Academia estaba situada en un edificio de aspecto ruinoso en medio de un polígono industrial, aunque, por supuesto, su aspecto era fruto de los conjuros de Willow que la hacían prácticamente invisible a los ojos de los humanos sin habilidades paranormales. Tras la derrota de El Primero, las iniciadas que habían tenido el poder de cazadoras durante la lucha habían ido perdiendo sus habilidades, pero se había hecho patente su existencia, por lo que Giles y lo que quedaba del Consejo habían decidido que se crearía una especie de escuela para estas iniciadas en varios puntos del mundo, por supuesto dirigidas por ellos. La idea era que aquellas jóvenes pudieran defenderse tuvieran o no los poderes de la cazadora, y formar activos para la lucha contra los demonios. Habían tenido muchas ideas poco ortodoxas, aunque, en mi opinión, la más extraña era haberme pedido a mí que enseñara en la Academia de Nueva York. Giles llevaba todo el tema burocrático tan pesado y horrible y, de vez en cuando, contaba con la ayuda de Xander, que más bien se paseaba por los pasillos de la escuela soltando chistes malos. Willow, que había creado los conjuros que escondían la escuela, vivía en un pequeño piso cercano al mío y regentaba una tienda de productos mágicos. Al principio había aceptado aquel trabajo por el simple hecho de mantener mi mente ocupada y lo cierto era que había funcionado algún tiempo. Al menos durante el día, cuando estaba rodeada de muchachas en plena adolescencia con estacas en la mano que mantenían ocupada toda mi mente. Pero, cuando llegaba la noche, ni siquiera mi cuerpo agarrotado y mi mente agotada me dejaban dormir.

Bostecé y giré la esquina del edificio para entrar al callejón que daba a la calle principal. Las farolas de esta zona estaban todas fundidas a excepción una que titilaba sobre el asfalto resquebrajado. El ruido de los coches sonaba amortiguado por el viento y una escalofrío me recorrió la espalda haciendo que me detuviera de golpe. Aunque estaba agotada, mi sangre me gritaba que había algo que no estaba bien. Me giré en redondo notando la mirada de alguien o algo en mi nuca, pero solo encontré oscuridad. Estaba metiendo la mano en el bolsillo de la chaqueta para sacar mi estaca cuando el timbre de mi móvil sonó, rompiendo la quietud de la noche. Di un pequeño salto y contesté sin dejar de mirar aquella esquina oscura.

- ¿Sí?

- ¿Buffy? – La voz de Willow sonó preocupada por la línea. – Menos mal que has contestado.

- ¿Qué ocurre? – Todos mis sentidos se pusieron alerta al escucharla.

- Bueno, verás... Estaba buscando un hechizo para reparar la espada que encontrasteis la última vez en aquel nido de vampiros y creo... creo que algo ha salido mal.

- ¿La espada ha salido bailando o algo así?

- No... La espada sigue igual, pero repasando el conjuro puede que me haya confundido. Estoy segura de que he invocado algo, pero no sé el que. – El ruido de unas pisadas sonó tras de mí y volví a darme la vuelta dispuesta a atacar a lo que fuera que me estuviera acechando, pero me quedé helada cuando una cabeza de pelo plateado salió bajo la luz de la farola. Mi corazón se desbocó como loco y dejé caer la estaca contra el suelo incapaz de alejar el temblor de mis manos. – ¡¿Buffy?! ¿Qué ha pasado?

- Willow, creo saber qué es lo que has invocado. – Colgué el móvil y lo guardé en el bolsillo de mis vaqueros. Pestañée varias veces, sin llegar a creerme lo que veían mis ojos. ¿Quizás me había vuelto loca? Aunque una parte de mí decidió que no le importaba estarlo. Poco a poco, conseguí volver a mover mis piernas y eché a correr hacia él, pero cuando me miró, su afilado rostro cambió, mostrando su aspecto demoniaco.

- ¡Corre!

Dijo con voz gutural. Me detuve en seco antes de que Spyke se lanzara en mi dirección con los colmillos desplegados. Mi cuerpo reaccionó de golpe y me agaché justo en el momento en el que el vampiro cerraba la boca con fuerza. Coloqué las manos sobre su pecho y me levanté lanzándole por los aires sobre un contenedor que quedó abollado bajo su peso. Mi cabeza daba vueltas como loca sin entender lo que pasaba. Spyke estaba aquí, frente a mis ojos, y era evidente por el ardor de mi cuerpo que no era un sueño, pero había algo extraño en él, algo que no encajaba. Me bufó desde el contenedor y dio un salto para situarse justo delante de mí. Tenía el pelo un despeinado, como la primera vez que lo había visto tras mi resurrección y se me encogió el corazón. Me imaginé recorriendo su cabello con los dedos, aunque la imagen no duró mucho puesto que el Spyke que tenía en frente se volvió a lanzar contra mí.

- Tu sangre... huele deliciosa, amor. – Se me puso la piel de gallina al escuchar aquel apodo y esquivé un puñetazo por los pelos. – Estás viva... - Se agarró la cabeza y gruño de dolor. – No, esto es un sueño, una jodida ilusión. No eres real y tengo tanta hambre... - Le di un puñetazo en la mandíbula y lo lancé hacia atrás. Volvió a acercarse, pero antes de llegar hasta donde estaba yo, un grito le atravesó el pecho y se encogió en el suelo con las manos en la cabeza. – Tienes que correr Buffy, tengo tanta hambre...

Intenté apartar de mi mente la neblina que envolvía todo y me fijé detenidamente en su cuerpo. Las venas azules se marcaban de forma intensa sobre su pálida piel y un rictus constante le marcaba las facciones. Era como si no hubiera comido desde... desde que le había visto arder en la Boca del Infierno. Mi cuerpo se negó a retroceder, no lo dejaría otra vez. Un adoquín se había desprendido durante la pelea y lo cogí mientras Spyke se retorcía en el suelo intentando controlarse. Corrí hacia él, y antes de que pudiera darse cuenta de que me había acercado, le golpeé con el adoquín en la cabeza dejándolo inconsciente sobre el suelo. 

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