Capítulo IX

71 6 1
                                    

Antes de que me diera cuenta ya estaba en mi piso y respiré el familiar aroma de mi casa al entrar. Estaba quitándome la chaqueta cuando un movimiento en las sombras me detuvo. Rápidamente cogí uno de mis cuchillos y lo lancé hacia donde estaba el movimiento, pero escuché como se clavaba en la pared.

- Menudo recibimiento. – La sarcástica voz de Spyke me recibió con un tono amargo.

- ¿Spyke? – El pelo plateado brilló cuando pasó por delante de la ventana abierta por la que evidentemente había entrado. Llevaba la chaqueta de cuero que me había dado la noche que nos encontramos con Riley en la mano y noté como me sonrojaba. Había estado durmiendo con ella. - ¿Qué haces aquí? – Me acerqué a él de forma inconsciente.

- Me has mentido, cazadora. – Me detuve ante la frialdad de sus palabras. – Sabía que me odiabas, pero lo cierto es que no entendía hasta qué punto. Aunque lo cierto es que comprendo porque has hecho todo esto.

- Spyke... ¿A qué te refieres?

- Dawn me lo ha contado. Todo. – Los ojos de Spyke brillaron en la oscuridad de la noche. Tenía el rostro pálido y crispado en una mueca de disgusto. – No se lo tengas en cuenta, puedo ser muy convincente si quiero, aunque lo cierto es que creo que ella sabía que me merecía saberlo.

- Yo...

- ¿Tan asqueada te sentías? – Se pasó la mano por el pelo. – ¿Tan horrible fue estar conmigo que pensaste que era mejor olvidarlo todo y hacer como si nada hubiera pasado?

- No, Spyke, espera, si me dejas que te explique...

- Basta. – Apretó los puños en su costado. – Lo peor es que lo entiendo. Sé lo mal que estabas contigo misma cuando viniste a mí, y por qué lo hiciste. Te acostaste conmigo solo porque me odiabas tanto que creías merecer un castigo. Puede que antes no lo entendiera, pero ahora puedo verlo todo con claridad. – Me acerqué a él con las manos temblorosas. Necesitaba explicarle porqué lo había hecho. Se apartó de mí como si mi piel fuese veneno. – Debiste de haberte sentido muy aliviada cuando morí, ¿verdad?

- ¿Cómo puedes decir eso?

- Joder porque es la verdad, maldita sea. ¿Crees que no sé lo que soy? ¿Crees que no sé lo que te hice? Dios, no sé ni siquiera como puedes estar en la misma habitación que yo. Sé porqué no me lo habías contado, pero mis recuerdos son míos, y tengo derecho a conocerlos. – Me quedé quieta, sin saber qué decir. Spyke respiró profundamente un par de veces intentando calmarse y cuando volvió a hablar su voz sonaba carente de emoción. – No tienes de qué preocuparte, cazadora. Me iré de esta ciudad y no volverás a verme, no volverás a tener que enfrentarte a tus recuerdos. – Empezó a andar hacia la ventana. Se iba a marchar, se iba a ir y no le volvería a ver. No volvería a ver su pícara sonrisa cuando me gastaba alguna broma subida de tono, sus ojos, o aquella mirada que solo me permitía ver a mí cuando estábamos solos.

- ¡Me enamoré de ti! – Dije con un grito desesperado. Spyke se detuvo, tan rígido con una piedra. Quería callarme, dejar que se fuera, pero no podía. – Dawn no te ha contado todo porque nadie más lo sabe. - Tragué el nudo que se había formado en mi garganta y continué. - Sí, tienes razón. Cuando empecé a ir contigo estaba rota por dentro y te utilicé. Nos hicimos tanto daño que casi acabamos destrozados, pero cuando volviste... Habías hecho que te regresaran el alma por mí. Volviste y juntaste todos los pedazos que quedaban de mí, me volviste a dar vida, me ayudaste, te quedaste conmigo cuando nadie más lo hizo. – Spyke se giró y me miró con el ceño fruncido. – Te metiste en la Boca del Infierno conmigo, me abrazaste por las noches cuando no podía dormir, me hiciste sentir cosas que no había sentido nunca. – No me había dado cuenta de que había empezado a llorar hasta que Skype se acercó, pasó el dedo por mi mejilla y se lo llevó a los labios. – Y cuando te dije que te quería no me creíste. – El recuerdo aún me ardía en el corazón. – Me miraste, sonreíste y te quedaste. Te sacrificaste por mí y por mi familia a pesar de no creerme cuando te dije que te amaba. No dije nada porque no quería que pasaras otra vez por todo ese dolor por mi culpa. – Se me quebró la voz y cerré los ojos frustrada. Odiaba llorar, pero me era imposible parar ahora que podía soltar todo lo que llevaba conteniendo.

RenacimientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora