Chapter 3

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Jamás pudo olvidar esos ojos. La profundidad. El dolor. El miedo. Eran unos espejos de los que podía ver todo y nada de quien se ocultaba detrás. Eran transparentes y oscuros. Como el día y noche encontrándose y aferrándose antes que el otro se vaya. Y soñó con ellos muchísimas veces, algunas veces despierto, esperando poder encontrarlos alguna vez.

Pero los sueños no siempre se hacen realidad y, a pesar de que él cumplió el suyo y se convirtió en un autor de best sellers, el sueño de toparse de nuevo con aquella muchacha de ojos marrones se hizo cada vez más remoto.

Fue a partidos de béisbol, al cine, al teatro, a desfiles y carnavales esperando encontrarla, y fue entonces que se dio cuenta que estaba enamorado, idealizando una vida junto a una mujer que había conocido y al mismo tiempo desconocía totalmente.

Se sorprendió, en repetidas veces, a sí mismo melancólico ante un semáforo y ante la lluvia, preguntándose qué había sido de su vida. De ella. De sus ojos. Si es que se había recuperado, si es que había dejado de sufrir y ser tan frágil, porque así es como él la había percibido.

Pero, con el pasar del tiempo, comenzó a sepultar aquella imagen grabada en el fondo de su pensamiento, y su corazón, reemplazó el cariño crecido con una mujer. Una muy diferente. Completamente. Una con la que podía tener una relación real. No en pensamiento. Con la que podía ilusionarse y darle todo de sí, sin restricciones.

Pero estuvo equivocado, porque ella no le dio el amor que él sí pensó en darle. En el amor que juraron ante un altar. Eran jóvenes, aventureros, llenos de ganas de adrenalina y eso no involucraba un hijo. No venía en el plan. Entonces el matrimonio fracasó. Ella lo cambió y él se quedó con su pequeña hija.

No se arrepentía. Ni siquiera podía considerarlo, porque esa pequeñita de ojos azules se convirtió en su vida, su mundo, ya nadie más valía.

Ella soñó mil veces con unos ojos azules. Mirándola. Fijamente. Profundos. Ofreciéndole una mano y al mismo tiempo, calando hasta el fondo de su ser. Y se arrepintió, todas la veces, de no aceptar su invitación, por más ridícula y descabellada que había parecido en su momento. Vendió la moto, compró un coche. Se enamoró, le volvieron a partir el corazón. Y decidió intentar hasta que llegase el indicado.

O eso planeó, hasta que un suceso le cambió la vida. La abofeteó, la apuñaló y la dejó colgando del tejado. Sin arnes.

Y entonces decidió dejar todo. Su vida. Sus estudios. Sus ganas de felicidad. Sólo quería justicia para la mujer que le había dado la vida y amor incondicional. Ya no quería más. Ya no quería menos. Estaba en modo automático. Viviendo sin vivir. Olvidándose de todo y todos. Se reprimió, y una muralla invencible comenzó a construirse en el fondo de su ser, dejando marcas imborrables y recuerdos irrecuperables.

Recuerdo de una miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora