Pasó el tiempo. Días. Meses. Años. Y cada quien tomó un camino distinto.
Kate abandonó Stanford para convertirse en policía y vivió con el propósito de hacer justicia.
En un principio sólo patrullaba, pero en sus tiempos libres no dedicaba ni un otro segundo a investigar. Johanna Beckett, decía el nombre del archivo. Y, a pesar que ya se sabía todo con lujo de detalles, no podía hacer relucir ni una pista más.
Estaba estancada. Y como el caso de su madre, su vida se estancó también.
Un día fue descubierta por Montgomery. Desde entonces él supo que ella sería más que una simple policía y, Kate, que a veces tenía que dar un descanso.
Así fue que, con ayuda, mucha ayuda y unos tres años pensándolo, se alejó al fin del caso que la atormentaba, le quitaba el sueño y no la dejaba vivir. Decidió dar un paso al costado, momentáneamente, hasta que estuviera lista para retomarlo nuevamente, hasta que pudiese hacerlo sin hundirse de nuevo.
Y por su lado Richard se convirtió en escritor de día y en conquistador a tiempo completo. Vio a Alexis crecer y también, una segunda oportunidad para casarse.
Pero eso de trabajar y convivir con la misma persona no parecía ser la mejor de las ideas, y más aún si es que aquella persona era una de las más mandonas que pudiesen existir.
Duró poco, como todas las relaciones que Kate tuvo. Y con el pasar del tiempo, ambos dejaron de ver la oportunidad de ser felices, ser felices en una relación, en una amistad, en una complicidad. Esas en las que sólo basta mirarse a los ojos para entenderlo todo. En las que sólo se necesita una mirada para parar el mundo y hacer explotar el sol, bajar la luna y hacer brillar las estrellas.
Pero no podían tenerlo, simplemente no podían.
Rick se basaba en relaciones espontáneas, sin duración, en lo que dura un "hola" y un "adiós", una noche de lluvia, una tarde de café. No podía permitirse enamorarse, no en ese momento. Y llegó a pensar incluso que ese lío del amor no era para él, que nunca lo había sido.
Renunció a él, vetó a cupido y su corazón se centró en Alexis, hecho una promesa.
Kate ascendió a homicidios y decidió anteponer su necesidad de justicia para dársela a los demás. Sin embargo, se refugió tanto en el trabajo que se olvidó de la parte ella que estaba necesitada de amor. De cariño. De apoyo. Porque eso era lo que más necesitaba cuando un caso se complicaba o no resultaba como debía.
Y entonces se encontraba sola, refugiándose al final del día en un baño caliente, una copa de vino y la saga de Derrick Storm.
Ella sabía que era él. Estaba segura. Podía apostar por ello. Podía apostar un millón de dólares, su sueldo del resto de su vida, su vida.
Pero nunca tuvo la oportunidad de verlo a los ojos otra vez. Ver eso ojos azules como el mar. Sus ojos. De la persona que le salvó el día y del agujero en el que se metió después de la muerte de su madre. Que con sus palabras, y el recuerdo de su mirada, pudo superar la prueba más difícil que le había destinado la vida.
Y fue por eso que decidió ir a una firma de sus libros. Kate había estado en la cola por horas. Y él ni se dignó a levantar la mirada cuando ella pronunció su nombre con el deseo de chocar con su mirada. Decepcionada, y al mismo tiempo aliviada, salió, sabiendo que la fama se le había subido a la cabeza, y que no era el mismo dueño de aquellos ojos azules que intentaron ayudarla.
ESTÁS LEYENDO
Recuerdo de una mirada
RomanceDicen que las miradas dicen más que mil palabras y que son mas difíciles de olvidar. Pero, ¿Qué pasa cuando te topas con una y no la vez más? ¿Y si, por cosas del destino, el destino te depara una segunda oportunidad? El tiempo, los cambios, las dec...