Cuando llegas a la escuela con tu uniforme impecable, camisa blanca y pantalón caqui marca Dickis, observo tu andar, tus pasos lentos por el paso de tu mochila negra cargada de tantos libros, libretas, un balón de contrabando, desinflado. Me asombra tu paso de adolescente, un paso leve, inseguro, como de alguien que se duele de estar en este mundo, cercado por la mirada adulta, como si al pisar algo doliera por dentro. Luego te sigo con la mirada hasta tu grupo de 1°H, allá en el fondo, y sé que te alegra ese camino, el cantar de los pajarillos entre las ramas de los yucatecos. Luego, ya en tu salón, caminas hasta el sitio que te asignó tu asesor. Al principio creíste que se había equivocado y que te había puesto en un lugar inadecuado, pero conforme fue pasando el tiempo aprendiste a amarlo, hasta convertirlo en tu rincón favorito.
Y cómo no, se desde aquí ves todo: a los que pasan a la cooperativa, cuando la prefecta está cerca y puedes echar aguas si hay mucho escándalo, o si aparece el director. Luego, ocasionalmente, hay quienes se arriman por ahí, y si son tus camaradas les puedes encargar que te compren algo de la cope y que te lo pasen rápido, cuando el maestro esté distraído. También te puedes dar el lujo de no hacer nada, o hacer rápido los ejercicios y dedicarte el rato del tiempo de molestar a los demás. Tiene varias ventajas este lugar y te lo dieron a ti, no por tu buena conducta, que no lo es tanto, ni porque le caigas bien a ese maestro, si no porque tu estatura te lo permite: no podrías acomodarte en los asientos de adelante porque le taparías la vista a los enanos de atrás, por algo eres el mas alto del salón. Esto a veces es una desventaja, porque muchos se creen muy salsas para la pelea y creen que andan derrotando al más alto ya nadie se les acercará, pero no, a cada rato te los suenas para que no se anden creyendo. Aunque a cada rato te reportan.
Ahora ya no estás tan seguro de quedarte en tu lugar, ahora sí te cambian, y cómo no si te pasaste de la raya con la broma aquella: era tan inocente una tachuela bien acomodada en la silla del profesor, que no te diste cuenta de que tocaba con la maestra de inglés, que es la más regañona. Creo que ahí se te cayeron las alas y empezaste a hacerte pequeñito, hasta convertirte en el más enano del grupo. Fue el acabóse, la maestra echando rayos, todos de pie, sin receso, sin tomar agua, sin poder ir al baño, sin recargarse en el mesabanco.
- Necesito encontrar al culpable o todos la pagarán, traerán a sus padres. Ignorantes, el que lo hizo debería pensar en sus compañeros.
Unos casi se desmayan, a algunas niñas se les empiezan a asomar las lagrimas y te miran suplicante. El Cholé, que se las da de muy fuerte, casi se cae, pero un tremendo gritó: "¡Eh, tú, firmes!". lo pone en su lugar. A Sofía se le mojan las calcetas de pipí porque no se aguanta. No sólo está la maestra, también ha llegado la prefecta, el asesor, la trabajadora social, y hasta la subdirectora.
El castigo ya dura cuatro eternas horas y todo mundo siente que no pasa el tiempo, y así hubiera seguido si no es porque...
- ¡El Ruso!, ¡el Ruso! - empieza a sonar primero como un murmullo y después como un grito-: ¿el Rusooooooooo...!
Y te vas hundiendo hasta desaparecer en tu asiento, desde ahora aprendes a despedirte de tu salón, de tus compañeros, de tu primera novia, de tu escuela, y pasan por tu mente todos los buenos y malos momentos de estos meses y días en tu rincón favorito...