Cuando el maestro de escologia dijo que había un ceiba ennla cooperativa, realmente pensé que ahora sí se estaba volviendo loco. Siempre salía con sus cosas, siempre traía palabras muy raras que yo creo que ni la Cerebrito entendia, menos la bola de tontos que éramos los demás, y menos que menos yo, que aveces hago como que estoy muy metido en clase, pero más bien ando en sueños. A veces veo por la ventana de mi salón, que es el que está en la esquina, en el piso de los terceros, arriba, y veo unas nubes hermosas. Me subo a una en forma de piedra y ahí me voy a recorrer ciudades y países, por eso el maestro de español acabó por llamarme el hombre de la luna y todos me dan burla.
Es padre soñar y es tan fácil. Por ejemplo, si la maestra de química explica cómo se originó la vida a partir de ciertas moléculas en un medio acuoso, yo me imagino un lugar lleno de gases y explosiones de colores brillantes, aguas verdes, gelatinosas, rayos de luz celeste, torrentes de agua y, en medio de los ruidos mas espantosos. una mujer desnuda color violeta, ojos rojos y cabellos verdes se baña en el torrente de agua y, de pronto, se le endurece la piel y perdura así, como estatua, durante todos los millones de años, sola oscura... Sueño, aunque al rato se burlen; es precioso y lo pago.
Desde que inicio el año, ahora en tercero, el maestro me mando a que viera esta ceiba de la cooperativa. Estaba ahi con sus miles de hojas y sus enormes ramas como formando pisos. Luego, luego me imagine viviendo ahi arriba convertido en gorrion y viendo desde ahi a los chavitos que iban la cope.... Ver tan pequeños a los maestros daba tanta felicidad. Ahí viviría eternamente, de verano a verano, hasta todos los siglos.
Días después de esta visita al maestro me preguntó que Qué veía por la ventana.
- Ahí también hay una ceiba- le dije
-¡Exacto!-me respondió, utilizando su palabra favorita-, y tu tarea durante todo el año será cuidarla.Era una ceiba muy alta, tendría como 10 años y Lucía esplendorosa. Seguramente la había plantado la maestra Pascal, la que calificaba con plantas, la Ecológica, le decían. Le prometí cuidarla y lo mismo hicieron los demás con el árbol que se les asignó. A mi me gustó la ceiba. Me prometí plantar una en mi casa, aunque tumbar a la construcción, como dicen que hacen las ceibas, y aunque mi hermano quisiera ocupar mi sitio en el último piso, le diría que su lugar quedaba más abajo, y mis padres más abajo todavía, porque yo los iba a cuidar a todos desde allá arriba y, además, como yo la había plantado, seria el dueño y se acabó.
Así empezó todo. El maestro nos daba 30 minutos de clase y 20 minutos para atender nuestra planta. Yo estaba muy interesado, sobre todo en lo de cuidar la planta. Tenía un bote lleno para regar mi ceiba todos los dias; además la tenia barrida y en una taza muy grande; para llenarla tenía que acarrear 5 botes y, aunque era cansado, lo hacía con gusto. Creo que nadie se ha empeñado tanto como yo. La ceiba siempre tenía las hojas brillantes y yo la veía crecer conforme pasaban los meses. Me gustaba acariciar su piel rugosa, sus cicatrices donde los chamacos habían escrito que Ana y Oscar se aman o que aquí estuvo Juan. Pensaba en como debía haber sufrido. Me llenaba de rabia descubrir nuevas huellas de agresores del turno vespertino que no sabían el daño que nos causaban: a ella por no poder defenderse y a mi por no verlos para castigar sus fechorías. Ahí mismo me hubiera agarrado a golpes, aunque me reportará la Hitler y llamarán a mi mamá.
Así paso un lento año de trabajos y angustias. Cuanto viento y polvo pasaron por sus hojas, cuantas otras cosas soñé desde la ventana de mi salón. Una tarde volví a pensar en la mujer violenta de pelo verde. Era linda. Mire a la ceiba y la imaginé con la ilusión de que me sonreia.
El fin de año se aproximaba, pronto dejaría la escuela secundaria. En una de esas tardes, cuando ni siquiera nos tocaba la materia de ecología, fui a ver la ceiba de cerca. Eran las últimas horas de luz, caía la tarde de verano y soplaba un viento tibio. Al estar llenando el balde, el agua se regó y me mojo el tenis. Sentí una gran alegría, como si la vida subiera por mis pies mojados. Al ir cargando el agua, los pies me pesaban. Avanzaba con lentitud. Extrañamente la soledad reinaba. Cuando estuve cerca de la ceiba, pude ver apenas, ya con las sombras de la noche, como la muer más hermosa, de piel violeta, ojos rojos y cabellos verdes, me sonreia y me invitaba en su abrazo...