Capítulo3: "Conociéndome, conociéndote" (parte 1)

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Era un día soleado. Una brisa suave era nuestra compañera. Nos sentamos en la mesa bajo una gran sombrilla. Podíamos apreciar una de las mejores vistas hacia ese paraíso. La terraza tenía salida al mar. Me hubiera gustado caminar descalza sobre la arena, si no fuera por el sol abrasante que la hacía arder.

Mientras leíamos la carta que el camarero nos trajo y decidíamos qué pedir, me contaba que su viaje era por trabajo. Venía desde Argentina para contactar con un amigo por asuntos de negocios. Él era mecánico, estaba casado y tenía un hijo; se quedaría un mes por negocios. Yo le explicaba la diferencia entre gallega y valenciana. Para nosotros, los argentinos, decir gallego era referirse a todos los españoles en general. Pero esa diferencia fue algo que aprendí viviendo acá.

–Así que ya sabés, y además que se me haya pegado la palabra “vale” no quiere decir que deje de ser argentina. Como verás mi acento no lo perdí, solo me amoldo a algunas palabras para ser entendida. Porque si digo dale, como es nuestra costumbre, me quedan preguntando ¿dale qué? –le explicaba amablemente sonriendo.

–Vale bonita –lo decía serio, hasta que no aguantó y me hizo una sonrisa pero esta vez seductora.

¿Por qué tuvo que estar en mi camino? ¿Por qué si quería soledad y encontrarme conmigo misma apareció en mi vida? Mil preguntas desordenadas se cruzaban en mi mente. Me estaba agradando demasiado su compañía y él, no me demostraba lo contrario.

Ya teníamos decidido qué pedir, le aconsejé que probara la paella valenciana. ¡Cómo no! Si es mi plato favorito.

–Bueno, preferiría unas milanesas con papas fritas pero veo que no hay… –devolviendo la carta al mozo decía desconfiando de que pudiera gustarle.

–Vas a ver que te gustará –le sonreí.

–¿Y si no me gusta, me dejás elegir el poste?

Uf, no puedo describir esa expresión de: “mi postre serás vos”. Claramente lo vi en su mirada. Me traspasó el corazón el brillo de su pupila fogosa.

–¡Pero qué te pasa Mariela! –me decía a mí misma–. Sos una tarada, ¿no ves que es el típico mujeriego que le encanta conquistar a todas?

Dejé de estar tan predispuesta, quería poner un paredón entre los dos, que no crea que me moría por él. Vine a entender mi corazón sobre mis sentimientos, no a complicarme la vida con un mujeriego. ¿Para que me use y se vaya contento por su logro? De ninguna manera.

Le contaba acerca de mi vida mientras comíamos placenteramente la paella.

–Me llamo Mariela Montero, tengo cuarenta y dos años, dos hijos adolescentes buscando su destino y como ya sabés, estoy separada pero pensando si hay posibilidades para una reconciliación. Hace diez años, prácticamente, que vine a España con mi familia. ¿Qué más querés que te cuente? Ya sabés lo principal. Cada vez que nuestras miradas conectaban, tenía la impresión de conocerlo de toda la vida. ¿Por qué? Qué sensación tan extraña y misteriosa a la vez…

–Un placer Mariela, me llamo Maximiliano Rossi, argentino como vos y dos añitos más que los tuyos –dándome un beso en la mano se presentó mientras me hacía más preguntas.

Tomábamos el café con buena música de fondo, Bruno Mars, When I was your man, quien canta como los dioses, aunque no pude evitar llorar al escuchar la letra: “La misma cama pero se siente un poco más grande ahora, nuestra canción en la radio, pero no suena igual. Cuando mis amigos hablan de ti lo único que hace es destrozarme el alma porque mi corazón se rompe…

–¿Te hago sentir mal con mi pregunta? –se dio cuenta que mis ojos humedecieron–. No me digas nada más. No me gusta verte llorar. Nunca me pasó, pero cuando llorás me dejás una angustia muy grande y recuerdo el momento que te hice pasar hace un rato.

–No te preocupes, no es eso. Soy llorona desde que tengo memoria –le hice una media sonrisa–. Esta canción es triste, me trae recuerdos y pienso si seré capaz de separarme definitivamente… Y de no tenerlo más a mi lado. Por otra parte me lastima mucho que sea tan indiferente conmigo. Hay algo que se murió dentro de mí y no sé si podré revivirlo. Imagino que también él perdió ese fuego, ese interés en estar juntos. El trato es muy brusco y como dice la canción sólo necesitaba flores, sentir que me daba su mano, que me regalaba horas y alguna fiesta cada tanto para divertirnos juntos. Cada vez compartimos menos cosas. Nos alejamos demasiado estando tan cerca…

–Te entiendo, a pesar de no tener ese problema. No le hago faltar nada a mi mujer, le doy todo lo que ella necesita y ella a mí.

–Entonces cuidala, y mantené esa llamita prendida siempre. Una vez que se apaga nada la vuelve a encender –respondí triste.

Entre tantas confesiones terminamos el café. El sol no castigaba tanto. La piscina estaba rodeada de palmeras, se percibía una fresca sombra sobre ella.

–Tengo unas ganas de ir a la pileta... ¿Vamos? –me preguntó dando por seguro que aceptaría.

–Te agradezco pero prefiero ir a descansar un rato y si querés, después bajo y tomamos algo junto a la piscina. ¿Viste que lindo el bar que hay ahí?

–Sí, me encanta. Quiero conocer todo. Tendré que buscar a alguien que quiera ser mi guía –guiñándome el ojo lo decía con simpatía.

–Seguro que la encontrarás. Mirá cuántas chicas hay por acá…

No sé por qué sentía molestia en pensar que otra lo acompañara. Pero no le demostré interés.

–Sí. Ya veo el buen panorama que hay. Tengo para elegir. Sé que ninguna se negará –me sonrió y con esa expresión de fanfarrón me guiñó un ojo.

–Bueno… ¡Sos un creído importante! Andate con quien quieras –sin querer lo dije en un tono donde dejé claro algo de celos.

–¡Ah bueno! Se me puso celosa la nena –no dejaba de reír.

–¿Sos tarado? ¡Nada que ver! No sos mi tipo para que sepas –con seguridad en mis ojos le hice ver que no me importaba para nada–. Ya te veo después si andás por acá –me despedí con cortesía–. Y si no, en otro momento. Gracias por la invitación, espero te haya gustado conocer algo diferente –refiriéndome a la comida.

–Tengo que reconocer que me gustó, no tanto como me gustás vos, pero estuvo bien. Te veo más tarde, bonita.

Se me acercó sin esperarlo y me dio un beso. Un beso que de la manera improvista que se acercó, parecía que iba a dármelo en la boca. Sin embargo, sentí como sus labios casi rozan los míos y el beso quedó sellado en la comisura de mis labios que, por un instante, se dejó llevar por el impulso de querer probar los suyos tentadores.

–¿Qué me está pasando con este hombre? –pensaba confusa.

–Te aviso que me contuve para no comerte esa boquita carnosa. Pero sé que la saborearé y la morderé despacio, suavemente –me susurró al oído con su cuerpo casi pegado al mío antes de retirase.

Podía sentir su cálido aliento sobre mis mejillas. Su rostro estaba apoyado en el mío. Sus manos inquietas estaban desparramadas. Una, tomando mi cintura la cual presionaba ligeramente pegándome más a él y la otra, detrás de mi cuello. ¿Qué decir? Mi cuerpo respondía a sus intenciones. Con un suspiro que no quise acabar, me retiré hacia atrás.

–No quieras jugar conmigo –lo miré desconfiando–. No te voy a dejar. Buscate otra tontita que caiga en tus redes –lo miré seria, casi enojada y me fui sin darle oportunidad de decirme nada más.

De regreso a la habitación me encontré con el silencio y mi soledad. Eso era lo que quería. Pero ahora, no entendía por qué sentía una confusión enorme desde que Maximiliano apareció en mi vida. Maximiliano Rossi, un hombre misterioso…

Desarmaba mi maleta y lo primero que encontré fue la carta que le escribí hace un año atrás a Eduardo. Ni siquiera se dignó a guardarla. La dejé apoyada en la mesita de luz para seguir ordenando la ropa. Más tarde necesitaría leerla, como cada día lo hacía.

Llevé al escritorio la notebook, la puse a cargar y busqué mis canciones favoritas. Románticas variadas, pero en español. Tenía ganas de cantar y sentir cómo las letras se metían dentro de mi alma y hablaban por mí. Necesitaba escribir algo por eso decidí dejarme inspirar por la música. Acompañada con la preciosa voz de Mónica Naranjo ordené todo el equipaje.

 Continuará...

Un nuevo amanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora