I

144 18 69
                                    

El viento comienza a soplar demasiado fuerte

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

El viento comienza a soplar demasiado fuerte.

Bajemos las escaleras; creo que al término de ellas el otro día vi un pozo. Tened cuidado, estos escalones vencidos por el musgo son traicioneros, y no queremos un traspié a deshora. Ahí está, ¿lo veis? Ese pozo ennegrecido me trae a la memoria recuerdos, y creo que os referiré ahora la historia del faro de Mastia, si os place: no en vano fue la primera de mis grandes aventuras tras llegar a costas de Thule, y guarda un especial rincón en mi corazón por lo que significaría para lo que vino después.

¿Que qué quiero decir? Bueno, al fin fue en aquella ocasión la primera vez que la vi. ¿Recordáis que os la referí brevemente, la otra noche? Briseida... Bah, no me hagáis caso: confío en que el sentimiento no ofusque mi memoria, y ahora trataré de daros cuenta. ¿Empezamos?

Bien, la vez primera que vi el faro de Mastia el sol ni empezaba a despuntar por el horizonte del cabo. Decían en el puerto que estaba encantado, y que otrora había sido una construcción colosal, la mayor de por aquellas partes del continente.

El relente había empapado mis redes de pesca aquella mañana, y la gélida aurora las había cubierto de escarcha. Malhumorado, las eché al agua y me acomodé lo mejor que pude sobre las duras y húmedas tablas del bote. La mar estaba por amanecer queda, y no había nada de resaca, así que eché mano al zurrón, di cuenta de un par de roscas de vino, eché un trago de buen morapio del pellejo y llené la cazoleta de mi pipa. Aspiré dos bocanadas de humo y las dejé escapar al fresco céfiro del cabo mientras las veía marchar, arrullado por las olas.

Entonces al punto mi vista voló de nuevo por sobre las aguas y reparé de nuevo en el faro: digo que tal fue la primera impresión que tuve de tan antiquísima construcción, e inhiesto como una aguja y solitario sobre un rocoso islote apartado de la costa parecía en ruinas, en lontananza. Entonces el sol por fin asomó en el horizonte y alcancé a ver unas ociosas gaviotas ocupadas en jugar en torno a su desmoronada cúpula, y de repente, sin previo aviso, observé que huyeron todas chillando, como aterradas por un inesperado peligro.

¿Qué puedo deciros? Al punto no sabía todo lo que sé ahora, y no le di mayor importancia ni al suceso ni al faro. En efecto muchos como aquel había visto en mis tiempos, en costas del Mare Nostrum, desde Algeciras a Alejandría, y no era ni el más alto ni el mejor conservado. De modo que en aquel momento no presté mayor atención al famoso faro maldito de Mastia, y proseguí con mis labores: saqué mi caña cuando di cuenta de los bollos y de un poco de queso duro, y comencé mi jornada.

Alcanzadme ese cubo que está ahí, compadre, si os place, y veamos si queda algo de agua en el pozo. ¿Andáis sin ánimo? Ya iré yo, dejadlo. A fe que sería una suerte que pudiéramos colmarlo, pues esta tierra maldita está mortificada, pero al menos en estos vetustos sótanos estamos al abrigo del viento que se ha levantado ahí arriba, y desde luego es la parte mejor conservada de esta fortaleza. ¿Tenéis sed? Apuesto que no. ¡Ja! Ni yo, pero debemos tratar de mantener la mente ocupada mientras esperamos. No, no os engañéis; no nos dejarán escapar, tan tunos, y vos lo sabéis: no permaneceremos ya mucho tiempo sin sufrir las caricias de la Matriarca.

#2. El Observador y la Torre (serie de 7 relatos completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora