En los siguientes días proseguí con mi rutina diaria, y no volví a coincidir ni con el anciano clérigo ni con la muchacha, ni en la posada de Crino ni en ningún otro sitio. Así que seguía levantándome temprano y echaba mi barca al agua de la bahía, y pescaba y esperaba el botín de las redes, enfrascado en mis pensamientos.
Entonces, como cuatro o cinco días tras aquel encuentro, me vi una mañana cerca del cabo y a vistas del faro abandonado de Mastia, recuperando mi malla del mar. Y allí vi a los dos, en la playa.
Di un silbido y agité el brazo, saludándoles. Se volvieron en mi dirección y vi que la muchacha le decía algo a su maestro; entonces este último me correspondió el saludo, alzando el brazo, y eché mano a los remos y dirigí mi bote hacia la playa, a su encuentro.
—¡Hola! Me alegro de verles de nuevo y de tan buena mañana —les dije arrastrando mi barca a la arena.
El anciano clérigo se acercó entonces con una amplia sonrisa en los labios de la mano de Briseida; sin duda que yo había causado al anciano una grata impresión, la otra noche. Le correspondí, pero cuando posé mi vista en ella quedé sin palabras. Había deseado ver su rostro y sus cabellos al sol, si recordáis, pero nunca pude imaginar la sorpresa y maravilla en que me sumieron... ¡Su tez lucía nacarada y resplandeciente, y sus largos cabellos de color zafiro ofrecían destellos que solo había visto en el mar que baña las calas salvajes, no pisadas por el hombre!
—¡Hola, mi buen capitán Ramírez! —me saludó el clérigo sacándome de mi estupor—. ¿Se ha dado bien la pesca esta mañana?
Resoplé y recompuse mis ropas, ofreciendo una cálida sonrisa a ambos.
—No se puede decir tal cosa, dómine —contesté, riendo—. La mar es una balsa, pero hoy no da para más que unas pocas sardinas. No habrá lonja hoy para mí, pero podré comer al menos del mar, y aunque es poco lo sacado en mis redes es mucho para mí solo. ¿Tienen hambre? ¿Han almorzado? Puedo juntar unas ramas secas de aquellos cedros y ensartar la pesca junto a un buen fuego. Traigo también algo de vino en el pellejo, si gustan. ¿Pero qué digo? ¡Sea!
No esperé respuesta, como veis. Arrimé unas brazadas de palos secos y los amontoné para encender una pequeña fogata. Nos sentamos en unas rocas y puse espetos sobre las brasas, cuando el fuego lamió la madera de cedro y la transformó en brillantes ascuas. Mientras tanto alcancé mi pellejo a Silas, y el viejo le dio un buen trago. Cuando me lo devolvió lo ofrecí a su vez a Briseida. En realidad yo no sabía si a las futuras xanas de la Diosa las estaba permitido beber vino —la otra noche no la había visto beber ni un sorbo del vino de Crino—, pero la muchacha aceptó el pellejo y dio un pequeño trago, comedida, y desde luego a su querido maestro no pareció importarle.
—Gracias —me dijo por fin, devolviéndome el pellejo.
—No hay tal. Mi padre me enseñó que solo el que no tiene no está en la obligación de compartir —la contesté echándome un buen trago al coleto—. Ruego me crean, pero desde que era casi un niño no he estado por demasiado tiempo lejos del mar. Digo esto porque en el mar, cuando hay necesidad, todos tienen bien de lo mismo, capitán o grumete: ¡y es nada! Por ello mismo aprendes a valorar lo poco que pueda haber para echarse al gaznate, y lo compartes, y eso es porque las órdenes de un capitán no valen nada si no hay brazos que las cumplan. ¡Pero con menuda plática les he obsequiado! Bueno, al fin es por eso que me atrevo a compartir con vuestras mercedes mi vino y mi pesca del día, aunque no sean gran cosa ni la una ni la otra —respondí sonriendo, y azoté las rugientes ascuas con un palo. Al punto las gaviotas comenzaban ya a sobrevolarnos, atraídas por el olor de las sardinas y el humo de la fogata: la mañana se mostraba radiante, con un azul en el cielo sobre la bahía que parecía infinito.
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#2. El Observador y la Torre (serie de 7 relatos completa)
FantasyUn clérigo y su acólita llegan a un remoto puerto en busca de un artefacto sagrado. La participación de un veterano capitán les ayudará a desentrañar el misterio y el peligro que envuelven a un extraño faro maldito. *** Esta es la continuación de la...