IV

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Tan pronto como pusimos un pie en las escaleras la sensación opresiva de ser observados regresó más fuerte si cabe, pero a Briseida pareció afectarla más que a mí, con todo

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Tan pronto como pusimos un pie en las escaleras la sensación opresiva de ser observados regresó más fuerte si cabe, pero a Briseida pareció afectarla más que a mí, con todo.

—Algo no está bien aquí —dijo encogiéndose—. Estas tinieblas parece que se clavan en la carne...

Puse mi brazo sobre el hombro de la muchacha tratando de infundirla ánimos, y emprendimos el ascenso juntos. Paso a paso, iluminados por mi candil, fuimos recorriendo la interminable escalera hasta llegar al rellano y el portón frente al cual me diese la vuelta la vez anterior. Tenté de nuevo la puerta, pero una vez más no se movió en sus goznes. Observé ahora además que permanecía cerrada con llave a cal y canto.

—No es posible abrirla, y aunque podrida esta madera aún es lo suficientemente fuerte como para resistir nuestros embates... —dije, y solté una maldición. Miré a un lado y a otro, sin saber qué hacer.

—Espera —dijo entonces Briseida, y se adelantó e impuso su mano sobre el cerrojo de la puerta.

Cerró los ojos y musitó lo que me pareció una especie de plegaria a la Cálida Diosa. ¡Y entonces, con un chasquido, el cerrojo se descorrió y la puerta se movió sin dificultad sobre sus goznes, hasta quedar entornada!

—¡Voto a Dios! —exclamé—. No quise decir nada tras lo que hiciste con las arpías, pero esto ya me demanda que te pregunte. ¿Qué hechicerías son estas que has obrado? Pero espera, ¿qué digo? En un mundo en que hombres astados surcan los mares, no sé de qué me sorprendo...

Briseida parpadeó, y a la luz del candil fijó en mí sus suaves ojos, secretamente complacida.

—Lo que viste antes fue la invocación del rayo. Esa es la furia de la Diosa, y es un poder que está latente en mi raza, como otros —me dijo—. Esto de ahora tampoco es magia ni encantamiento, Ruy: es la voluntad de Astarté, y es un poder que ella me confiere a mí en particular; ninguna de sus hijas tendrá vedado el paso a ninguno de sus templos...

—Estás doblemente bendecida, es cierto... —musité, y ella continuó.

—Esto aún es terreno sagrado, a pesar de esta presencia que lo infesta y me hiela la sangre —dijo, y volvió a encogerse dentro de su túnica escarlata—. Vamos —añadió débilmente, y empujó la puerta, abriéndola por completo y sin esfuerzo.

Yo, una vez más, no daba crédito.

—¡Espera, iré delante! —dije, y me colé ante ella, con la espada presta.

Dentro encontramos la escena más extraña que hubiéramos contemplado en nuestras vidas.

¿Cómo decirlo? La luz del sol... ¡La luz del sol parecía demorarse ante los amplios ventanales del nivel de la linterna del faro! ¿Que qué quiero decir? Pues que veíamos al sol naciente luciendo en la línea del horizonte, así es, pero su luz... ¡Su luz no acertaba a penetrar al interior de aquella estancia, a fe mía! ¡No traspasaba aquellos enormes ventanales sin vidrieras!

#2. El Observador y la Torre (serie de 7 relatos completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora