Tres

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Aunque las deidades ya se habían acostumbrado y tenían un buen manejo mental del tiempo terrestre, Zamas chequeaba de reojo el reloj despertador en la mesa de noche constantemente. Black se había dormido hace rato ya, pero su estado no cambiaba; de hecho, parecía empeorar. Se notaba que no podía respirar bien, dejando salir murmullos y jadeos que sólo inquietaban más a su compañero. Zamas tocó su brazo y lo curó una vez más, antes de dejar los libros a un lado y salir un momento a la terraza a tomar aire. Ya había pasado el mediodía y el sol brillaba refulgente sobre su cabeza. Qué pecado, pensaba Zamas, que un día tan hermoso no pudiera ser aprovechado. Para colmo, el calor del ambiente no ayudaba nada a la fiebre de Black. El Kai llenó sus pulmones con la esencia del bosque y exhaló profundamente, intentando así calmar un poco su ansioso corazón.
¿Qué pasaría si lo de Black no fuera tan sólo un cuadro febril común? ¿Y si en realidad era el síntoma de un mal mucho más grande, incluso mortal? "Mortal". Cuando esa palabra cruzó su cabeza, Zamas la batió con suavidad. Era ridículo pensar que Black podría morir.

... ¿Lo era?
Zamas sintió algo como un pinchazo en el corazón, que no cedería ante sus intentos de mitigar el dolor.

Black era un saiyajin ahora. Un guerrero supremo, una de las formas de vida racionales más poderosas y resistentes del cosmos. Había combatido contra toda clase de oponentes y nunca había tenido problemas con su cuerpo o su salud; se había apropiado de cada célula de ese cuerpo para hacerlo totalmente suyo. Era un dios en un cuerpo mortal, pero un dios al fin. Los dioses no pueden morir de enfermedades humanas. Era absurdo. Y a la vez... No lo era. Los saiyan eran una raza fuerte pero no invulnerable. Ellos también recurrían a terapias y medicina ante las heridas, y sufrían trastornos y patologías. Podían morir. Efectivamente morían. No eran intocables. No eran eternos. Incluso el mismísimo Son Goku de esa línea de tiempo había perecido por una afección del corazón...
Zamas abrió los ojos grandes ante ese pensamiento. ¿Y si Black también padecía de alguna condición congénita o propensión a enfermarse de la misma forma que Son Goku? ¿Sufriría el mismo destino que éste? Tragó saliva y volvió a la cabaña con paso presuroso. ¿Cómo había pasado por alto ese detalle?
Entró al dormitorio y se paró al lado de Black; seguía durmiendo con dificultad. Zamas se agachó y puso su mano sobre el pecho ajeno para sentir sus latidos. Eran muy débiles, casi no podía percibirlos. Apoyó su oreja sobre él y mantuvo silencio, esperando escuchar algo así. Sí, los latidos estaban ahí. Y sonaban... ¿normales? La prisa lo había cegado por un momento, pero en un segundo lo recordó: no sabía nada sobre el funcionamiento del corazón saiyajin. No conocía el número de palpitaciones normales o cómo reconocer si algo estaba funcionando mal en su sistema circulatorio. ¿Cómo habían sido tan imprudentes? Robar un cuerpo poderoso no lo era todo; nunca se habían detenido a aprender profundamente sobre él para evitar problemas de esta índole. ¿Cómo haría para detectar si el problema de Black tenía que ver con su corazón?
Mientras todos esos pensamientos surcaban su mente con rapidez, Black abrió levemente los ojos.

—¿Qué estás haciendo? —balbuceó con sus pupilas posadas sobre su compañero.

Zamas se exaltó un poco ante lo inesperado de sus palabras.

—Perdón, ¿te desperté? Estaba... escuchando tu corazón, para ver si todo estaba bien.

—No me duele nada ahí —dijo Black con voz ronca—. Pero el abdomen... me está matando.

Zamas se separó del cuerpo de su compañero y lo observó con curiosidad. Si Black no sentía ninguna molestia en el pecho era improbable que su corazón fuera la causa. Aunque Zamas tampoco sabía qué relación podían tener los órganos del vientre con el corazón como para que el malestar pudiera estar interconectado. De nuevo, su propia ignorancia lo hizo sentir desamparado.
Sin posibilidad de afinar su diagnóstico, se dio por vencido por el momento, y dedicó un rato a cuidar a su compañero. Lo curó nuevamente, limpió su sudor, le dio de beber, acomodó sus almohadones y charló con él un rato para que no se sintiera tan aislado. Conocía bien a Black: internamente debía estar sumamente frustrado por no poder controlar ese cuerpo como quería y requerir de asistencia de alguien más para salir adelante. Su orgullo era demasiado grande para soportar algo así por mucho tiempo.
Pero el joven dios sobreestimaba el estado de su otro yo, que no tenía la lucidez ni la fuerza para detenerse a pensar en esas cosas a estas alturas. Black apenas podía percibir y responder a ciertos estímulos, y su consciencia se encontraba nublada y muy desorientada. Mientras Zamas acomodaba sus sábanas, volvió a dormirse.

Camino al AbismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora