Cuatro

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El tiempo podía pasar muy lentamente cuando se trataba de esperar por algo que no se estaba seguro qué era; cuando no había nada qué hacer para mejorar la situación; cuando las vidas de ambos se encontraban en manos del capricho del destino. Zamas sentía que la espera lo desesperaba más y más, causando estragos en su propio cuerpo. No podía concentrarse en la lectura, y había adquirido una especie de tic de ojear hacia el lado de Black cada ciertos minutos para cerciorarse de que aún respiraba. El Kai no conocía la palabra, pero casi había caído en la paranoia, en el profundo temor de una persona incapaz de ayudar a otra y que sólo podía velar por ella. No le importaba esperar el tiempo que fuera necesario para que Black se recuperara, pero ¿cuándo sería eso? ¿Sucedería, o quedaría postrado? ¿O algo peor? La cordura de la joven deidad empezaba a diluirse.

Cuando los primeros rayos de sol empezaron a acariciar las ventanas, Zamas se obligó a renovar su fe; la luz, la calidez del ambiente y los sonidos del mundo exterior que iniciaba su diaria rutina probablemente servirían para despertar los sentidos de Black y mejorar su estado. Los cuerpos mortales estaban diseñados para funcionar a la luz del día, después de todo. Sin embargo, Black no parecía percibir que ya había amanecido. Seguía durmiendo profundamente, y ahora con un ligero ronquido que evidenciaba su dificultad para respirar. Sin poder hacer nada, Zamas siguió esperando a que su compañero despertara por su cuenta. Tendría que hacerlo tarde o temprano.

En efecto, Black se despertó pasado el mediodía, pero para desilusión de Zamas, no se veía nada mejor. Estaba apenas lúcido y arrastraba la voz.

—Voy a prepararte algo de comer. Avísame si necesitas algo.

—De acuerdo —balbuceó Black.

Zamas se dirigió a la cocina para preparar algo de comida, lo más rápidamente posible para no tener que estar separado de su "paciente" por mucho tiempo.
Mientras, Black observaba el paisaje del exterior a través del ventanal de la habitación. Estaba tan mareado que apenas podía mantener su atención en algunos estímulos y le costaba mantener la vista enfocada. A la vez, todo su cuerpo se había debilitado y parecía sedado, incapaz de moverse si no era a costa de un gran esfuerzo. Su mente estaba intacta, pero su consciencia parecía querer abandonarlo por momentos. Ya no sabía si cuando cerraba los ojos dormía o caía inconsciente, y aunque le daba terror no volver a despertar de ese oscuro letargo no podía evitarlo. Era como si su vida lentamente fuera absorbida de ese cuerpo.
Zamas regresó luego de un rato; sólo había cocinado algo simple para asegurarse de que Black se nutriera y volver pronto con él.

—La comida está lista. ¿Necesitas que te ayude a levantarte?

Black frunció el ceño.

—No creo que pueda...

—¿Por qué no? Vamos, te ayudaré —insistió Zamas, acercándose para levantarlo de la cama.

Pero Black tenía razón: apenas tenía control de su cuerpo. Zamas lo levantó un poco sobre su lecho y Black respondió con un quejido de dolor; algo dentro de sus músculos dolía muchísimo, y no tenía fuerzas para siquiera sacar los pies de la cama.

—Es inútil —jadeó Black, hundiéndose nuevamente en el colchón—. No puedo.

—No te preocupes. Traeré aquí la comida.

Zamas se aferraba a una infundada esperanza de que las cosas mejorarían, a pesar de que las señales fueran nulas. Fue a la cocina y trajo de vuelta una bandeja con varios platillos, se sentó junto a Black y lo ayudó a sentarse contra los almohadones.

—No necesitas levantarte, yo puedo darte la comida —comentó con una sonrisa, mientras revolvía un cuenco humeante de sopa.

—Eso es vergonzoso —acotó Black.

Camino al AbismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora