Bajando del subte ella vio escaleras de todo tipo: simples, mecánicas, rampas; personas subiendo y bajando de ellas, yendo y viniendo en varios sentidos. Se imagino un gran hormiguero buscando su destino, comenzando, terminado el día, parecían autistas, cada uno pesando en sus vidas o en las cosas que el día le había deparado a cada uno.
De repente entre la multitud, entre el sonido de voces y pasos, los vio a ellos. Parecían invisibles a los ojos de todos, acostados en el piso, tapados con cartón, con poca ropa, sin calzado ni medias, un niño y una niña, entre doce y trece años, a las claras estaban gritando, pidiendo ayuda y pensó; ¡qué cruel destino les espera!
Pero no se detuvo. Ella como tantos otros (pero ella los vio). La embargó una tristeza rara en ese momento, aunque no se detuvo a preguntarles nada, ni qué les estaba pasando, ni que necesitaban y por qué estaban ahí. Siguió su camino como los demás ¡que egoísta fue, ¿qué cobardía, que insensibilidad la invadió en ese instante?
Llegó a casa, inmersa en sus preocupaciones. La organizó, ayudó a su hija en sus tareas, le sirvió la cena, la arropo en su cama, le contó un cuento, le acomodó su peluche junto a la almohada, acarició sus mejillas, le dio un beso interminable y un" hasta mañana, amor".
Ya en su cama, miró por la ventana y descubrió que la noche era la más oscura y fría que sintió en mucho tiempo. En su mente la imagen de aquellos cuerpos en el colchón de cartón, la asaltaron, salto de la cama, llamó a su hermana para que cuide de su niña y salió a la calle rumbo al subte llevando mantas, sopa, medias. Caminó como desesperada, su conciencia no dejaba de culparla, por el hecho de no haberse detenido en ese momento a ayudarlos. Caminó varias cuadras, y llegó a la puerta del subte que estaban cerradas (las cierran por las noches). Ya nada podría hacer por ellos, y ahí se quedó quieta. Esperando la mañana para encontrarlos.
No los encontró, volvió con su corazón lastimado, miró a su hija, y comprendió cuanto la ama, y que perdió la oportunidad de darle a ellos, una caricia con amor. Se dijo así misma: nosotros los grandes nos perdemos en nuestras vidas congestionadas por el cotidiano vivir, nos volvemos insensibles. Los siguió buscando. Ya no los volvió a ver. Hoy organizó su tiempo y comenzó junto a otras personas a dar apoyo a los niños que están en situación de calle. Los encontrará, (se dijo) ese día les daré el amor que cobardemente no les supe dar, pedirá perdón por su egoísmo, por su indiferencia de adulto.
© Patricia Manzuoli
Foto: Proyecto Trama
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Ubicación: Marcelo T. de Alvear 2870 – José Ingenieros
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El arte en las calles de Tres de Febrero
PoetryMurales y letras Antología de palabras e imágenes en construcción