El ámbar del licor quita-pecados se confundía con los ocres del otoño en aquél frío mes de abril, cuando un fracasado obnubilado por la demencia del poder declaró la guerra. El pueblo con sus vítores flameando en celeste y blanco colmó la histórica plaza frente al balcón una vez más deshonrado. Como diría Eduardo Galeano: ¿La historia se repite? ¿O se repite sólo como penitencia de quienes son incapaces de escucharla? Los niños que habían guardado sus soldaditos en una caja despertaron una mañana ante la sorpresa de que en ellos, esos soldaditos habían cobrado vida. Vida que entregaron, que les arrebataron, vida que desde aquel día ya no sería vida. Manos misericordiosas y descreídas ante otra mentira, tejieron para ellos pulóveres, bufandas, gorros, guantes, donaron alhajas y chocolates con mucho amor, pero menor a la vileza que todo esto les apropió a esos soldaditos estafados. Tampoco recibieron el armamento necesario y con su inocencia interrumpida, desde su vulnerable adolescencia supieron convertir en coraje el terror, al que los cobardes los sometieron. Corazones constreñidos, ojos desorbitados, tiritando, resistiendo el rigor del clima, despertaron a lo siniestro de la guerra. Y protegiéndose unos a otros se preguntaban ¿Esto es la guerra? ¿Aquel juego que hasta hace poco nos divertía? Por aire, mar y tierra, los bombardeos de las tropas enemigas redujeron sus cuerpos a cenizas, masacrando sus sueños. La magia y la fantasía abonaron ese suelo doliente, siempre en pugna entre la piratería y la justicia. El pueblo de Río Grande también se enfrentó a los ataques. Sobre el mar, los niños del Crucero se confundían con la fauna marina y el General Manuel Belgrano, una vez más, se revolvía en su tumba. Desde ese dos de abril en que las islas y el mar se reflejaban en forma y colores en el cielo, quedó manchada de sangre nuestra bandera argentina. Si quieren venir que vengan -proclamó el necio- y dos meses después bregó para que esta gesta patriótica perdida se guarde en el recuerdo. Los héroes que regresaron, con el cuerpo y el alma mutilados, pese a la frustración, la tristeza y la angustia, sus hijos y los hijos de sus hijos, no permitirán que esta traición sea olvidada, aunque le pese a los que negocian nuestra soberanía; por el contrario, mantendrán viva la verdadera historia en la hoguera encendida de la memoria. Cada dos de abril de cada año nuestra historia será revivida como enseñanza permanente del histrionismo de aquellos niños, de la barbarie del poder ignominioso y porque las Islas Malvinas fueron, son y serán argentinas.
© Estela Olivera Arauz
Foto: Nelly Quintás
Ubicación: Municipalidad de Tres de Febrero (entrada de Juan B. Alberdi)
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El arte en las calles de Tres de Febrero
ŞiirMurales y letras Antología de palabras e imágenes en construcción