Epílogo.

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Habíamos pasado dos días completos en nuestra habitación, haciéndonos el amor.

Jamás, nunca mi espíritu había estado más completo y lleno como en ese preciso instante, en el que la contemplaba desnuda a mi lado, completamente agotada y empapada de sudor, rendida ante el cansancio, solo veía su cuerpo moverse cada vez que respiraba, y esa certeza de tenerla junto a mí, de sentirla tan mía, me llenaba el pecho de puro gozo.

Su cabello yacía en la almohada, y no pude evitar inhalar su delicioso aroma a flores.

Acaricié la curva de su espalda, y deposite pequeños besos en la suavidad de su cintura.

Ella era mi perdición, mi locura, mi tesoro, la razón por la que mis pulmones se llenaban de aire.

Me recosté junto a ella, acariciando sus senos con mi mano derecha... jamás me cansaría de apreciarle, de acariciarle, de demostrarle cuanto le amaba con una simple mirada, con las caricias de mis manos.

Mi inmortalidad no me alcanzaría para amarle, definitivamente necesitaría más tiempo.

• • •

Era nuestro cuarto día de casados, y una fuerte tormenta de nieve nos tenía confinados en nuestra pequeña casa, nada podía ser mejor que eso.

Estaba concentrado en los contratos del Museo de Arte de New York, y los últimos preparativos de varios de los refugios que Richard inauguraría el próximo mes, debido al patrocinio del Mussé d'Ossay.

Él estaba atareado con la coordinación y preparativos, y yo desde mi nuevo hogar en Chestnut, le ayudaba con todo lo administrativo.

Lué era el único que sabía de nuestro matrimonio y estaba seguro de que incluso había bailado de felicidad cuando le había dado la noticia, la noche anterior.

Jamás, en mis casi ochenta y dos años de trabajo como fundador de Van Gogh Corp, nunca había disfrutado tanto de la organización de los contratos y el papeleo.

Mi alma estaba en su hogar, y no era por las cuatro paredes que me rodeaban, sino por la dulce y hermosa voz que cantaba mientras preparaba el desayuno, revoloteando por la cocina, ensuciando todo a su paso, mientras bailaba con la melodía de su hermosa voz.

Había visto muchas cosas hermosas y perfectas en todos mis milenios de existencia.

Pero sin duda, ella era la más hermosa y perfecta de todas.

Mis ideas fluían de manera natural, mi inspiración volaba hacia el infinito al escucharle cantar una melodía de Frank Sinatra desde la cocina, y es que la belleza de su alma, y el maravilloso hecho de tenerla junto a mí, habían plantado una enorme sonrisa permanentemente en mi rostro, y no era para menos.

Mi pecho amenazaba con explotar de tanto amor que había en él, guardado solamente para ella.

La dueña de mi existencia.

Pasaron varios minutos y escuché algo quebrarse en la cocina de pronto.

¿Pequeña, estás bien? - pregunté, un tanto alarmado, pero al no obtener respuesta de su parte, corrí lo más rápido que pude hacia la cocina, completamente asustado.

Una taza había caído, derramando café a su paso, y ahí estaba ella, de rodillas en el piso, tratando de sostenerse con la cocina y apretando su pecho con su otra mano.

Me agaché junto a ella al instante y comencé a revisar sus manos, su rostro, su cuello, sus piernas, todo su cuerpo en busca de algún rasguño, pero estaba bien.

¿Qué fue lo paso, pequeña? ¿Te sientes bien? - pregunté, al ver que cerraba sus ojos fuertemente, como si le doliese algo.

No sé qué fue lo que paso, me duele mucho... - susurró, tocando su pecho con desesperación, mientras cerraba sus ojos, que estaban llenos de lágrimas.

Los Ángeles también se enamoran.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora