Capítulo I - Gotas de Lluvia

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Los rayos de sol tocaron mi rostro. No quería abrir mis ojos aún.

Me moví debajo de las sabanas, disfrutando de la frescura y comodidad de mi cama, deseando con todas mis fuerzas que no fuese lunes, abrí mis ojos lentamente y observe el reloj digital que estaba en mi mesa de noche, ahí estaba mi perdición, eran las siete treinta, otra vez.

Iba a brincar de la cama, cuando algo me detuvo... era un olor. Un extraño y dulce olor a... ¿fresas? No, era más dulce pero no empalagoso, era muy atrayente y hogareño.

Era olor a canela.

Tu cabello es mucho más bello por las mañanas veo. - escuché su voz de pronto y salte, pegando un grito descabellado en el acto. Mire a mí alrededor como paranoica, mientras trataba de arreglar mis rizos enmarañados.

Y ahí estaba, recostado sobre el umbral de mi ventana.

¿Qué diablos? ¿¡Que estás haciendo aquí!? ¿Cómo entraste? ¿Acaso quieres, provocarme un infarto? – grité, completamente contrariada, olvidando un pequeñísimo detalle.

Estaba desnuda.

En cuestión de tres segundos agarre las sabanas y comencé a cubrirme. Me puse completamente roja.

El rió como si de un buen chiste se tratara, sosteniéndose el estómago entre cada carcajada.

Sentí mariposas recorrerme todo el cuerpo.

Pareces una fresa... una fresa muy bella. – susurró, su mirada me penetro el alma.

¿Cómo era posible que alguien tuviera unos ojos tan hermosos? Creí haberme quedado dormida, o tal vez imaginármelo todo.

Su risa y su voz era el sonido más hermoso que hubiese escuchado jamás.

¡No has contestado mis preguntas! – musité, ignorando mi propio nerviosismo.

El comenzó a caminar hacia mí, para luego darme la espalda y observar la luz del sol entrar por la ventana.

¿Alguna vez has pensado, como ignoramos la belleza de la creación? – susurró, mirándome fijamente.

Me temblaron las piernas. ¿Porque tenía que tener una sonrisa tan bella?

No, yo no... quiero decir, ya he pensado en eso. A veces olvidamos las cosas más importantes y bellas ¿No lo crees? - susurré, dejándome atrapar por su mirada – Espera, ya se lo
que haces ¡Estas cambiando el tema Quiero, no... ¡Necesito saber qué haces en mi apartamento! ¡No te conozco! ¡Apenas conversamos hace una semana la noche en que nos vimos en el parque Roosevelt! ¡Y ahora estas aquí! ¡Explícate!

Él sonrió solamente, y pude ver ternura en su mirada.

En ese momento olvide por completo lo que había dicho, se acercó a mí, y yo simplemente deje de respirar.

Te conozco... desde hace un tiempo. – Susurró, bajando la mirada y tomando mis manos entre las suyas, trate de separarme de inmediato, su cercanía me había tomado por sorpresa – Por favor, no tengas miedo. No quiero hacerte daño. – dijo, sus manos eran suaves y cálidas, mucho más grandes que las mías y mucho más largas, como las de un pianista.

Está bien, si me lo dices en ese tono, de verdad me estas asustando, al menos dime cómo te llamas. – fingió una sonrisa y clavo su mirada hacia la ventana, otra vez.

Algo parecía muy extraño en la manera en la que actuaba, simplemente no encontré la explicación.

Muy bien, entiendo. No quieres decirme tu nombre por ahora, o dar explicaciones. No sé si vives en este edificio o no, pero se me está haciendo tarde para ir a trabajar. Puedes visitarme alguna vez si lo deseas, pero al menos toca la puerta... - me solté de su agarre y comencé a empacar mis cosas para el trabajo – Por favor no vuelvas a entrar así a mi departamento, es algo incómodo y a la vez ilegal. Así que por favor... - escuché la puerta cerrarse detrás de mí.

Los Ángeles también se enamoran.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora