Prólogo.

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Enero.

El cielo estaba completamente oscuro, no había estrellas esa noche.

Parecía un océano azul, lleno de tesoros, sueños y deseos inalcanzables.

¿Sería posible alcanzar algo inalcanzable? Como una estrella por ejemplo.

Los seres humanos anhelan poder, juventud y prosperidad, pero lo único que yo deseaba era encontrar ese algo que le diera sentido a mi todo.

Mi rostro y mi cuerpo gritaban juventud, pero mi alma y mi mente se sentían viejas y opacas. Una vida de soledad y abandono, no le hacía bien a nadie. Era como un templo vacío, en donde algo o alguien había arrancando todo rasgo de vida y amor.

Mi alma se sentía así, desde hace tiempos inmemorables, pues era un alma vieja, atrapada en el cuerpo bello y joven de una chica de veintidós años.

Ahí estaba yo, debajo de ese oscuro cielo nocturno, existiendo, y a la vez sin existir.

Buscando desesperadamente algo que le diera sentido a mi existencia vacía.

Miraba a mi alrededor, y a pesar de la belleza de la luna, completamente perfecta, a pesar de la majestuosidad de las montañas por la noche, de los girasoles bañándose alegremente de rocío, del suave y placido viento que acariciaba mi rostro y mi cabello susurrando dulcemente en mi oído suaves melodías... a pesar de todo, no había nada ahí.

El sonido de pequeñas y molestas campanas me saco del trance, pero al segundo de analizarlo comprendí que eran pasos.

Una fuerte y rápida brisa me empujo de pronto, el frio invadió mi cuerpo, me asusté.

El parque Roosevelt no se caracterizaba por ser un lugar tan concurrido a altas horas de la noche, pensé.

Sentí la presencia de alguien detrás de mí, estaba ahí pero no se movía, sin embargo por una extraña razón, no tenía miedo, pues había bajado del tren y no había visto a nadie seguirme hasta acá.

Voltee para verlo bajo la luz de la luna.

Sus ojos me cautivaron, al saberse descubierto simplemente me
sonrió.

Sentí mi cuerpo llenarse de una sensación cálida, parecía ser una copa vacía y polvorienta que era llenada del más dulce vino luego de siglos de abandono.

Comencé a sudar y un dolor agudo me atravesó el pecho, desorientándome, casi me caía, apreté mis ojos y respire profundo, tenía que hacer algo para calmarme o iba a desmayarme en cualquier momento debido al extraño sentimiento que invadió hasta lo más profundo de mí ser.

Que hermoso es tu cabello... - susurró, llamando mi atención.

Su voz, era extrañamente... familiar.

Sus ojos marrones, miraban fijamente los míos.

Y el mundo se detuvo.

.

Acá continuaba nuestra historia.

Los Ángeles también se enamoran.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora