Capítulo IV

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Los vagones eran de un lujo renacentista. Los camarotes eran increíblemente cómodos y el restaurant estaba surtido como para viajar una semana sin parar.

Lo mejor de todo era que la exquisita comida la preparaba personalmente la Abuela de Huguito, y todos los camarotes y mesas eran atendidos por diligentes enanos de jardín.

La Abuela era un espectáculo aparte, parecía llevar en sus espaldas más de un siglo y sin embargo tenia mas vitalidad que todos sus enanos de jardín juntos.                    Circulaba silenciosa entre las mesas y  la cocina del tren a pasitos cortos vestida con un vestido celeste con florcitas amarillas, un delantal y un repasador en las manos en el que se frotaba las mismas a cada rato. Su sonrisa era     espontánea pero sus ojos revelaban una sabiduría que solo los años      intensamente vividos pueden dar.

En la cabina de comando Hugo e IGnus conversaban sobre el derrotero, Nadia no se separaba de su creador desconfiando de todo.

- La capa de hielo llega hasta el norte del territorio del Yukon, por allí podremos abordar el continente y podremos ir rumbo sur hasta Tierra del Fuego. - Explicaba IGnus.

Hugo ingresaba coordenadas en el tablero mientras refunfuñaba...

- Todo bien amigo pero una vez que lleguemos a la Antártida como eliminamos a los Dioses del Parnaso?

Ante esa pregunta IGnus solo callaba. Era imposible descifrar en su rostro si el problema ya tenía respuesta o en realidad la desconocía.

El tren avanzaba velozmente por el centro del territorio Canadiense cuando Ezra y Diana pegaron un grito

- !Chamacos, vengan ahorita!, Aquí hay algo raro...

Los escritores se agolparon en las ventanillas del tren y quedaron mudos.

Las ciudades canadienses estaban totalmente abandonadas. Ni rastros de hombres u animales.

- ¿Que ha pasado? - Pregunto Natalia

Un silencio profundo se hizo sentir en el vagón, hasta que una vocecita se escuchó en el fondo.

- Fui yo

Los concursantes se dieron vuelta y allí estaba Candela bajando la vista con mirada culpable.

IGnus carraspeó y dijo en voz alta:

En realidad la culpa es mía. Yo le pedí a Candela que abriera un portal a otra dimensión y enviara allí a todos los seres vivos de la Tierra, a excepción de aquellos contenidos en el cilindro que va del polo norte al polo sur. De esa manera ponemos a salvo al planeta y limitamos esta guerra a los círculos polares... Más concretamente al polo sur y el monte Olimpo.

Un murmullo de aprobación se escuchó en todo el tren.

Dos días después con la ayuda de Nia, que, al frente del tren transformaba el agua en tierra, dejando a su paso al temible estrecho de Drake en un cómodo terraplén que unía la Patagonia con la península Antártica, finalmente el tren de Huguito llegaba al continente blanco.

El efecto invernadero, sumado a la ausencia de ozono había comenzado a derretir buena parte de la capa de hielo. En el centro del polo Sur se alzaba una única montaña majestuosa y en su cima una dorada edificación similar al Partenón brillaba con los tenues y oblicuos rayos del sol.

El tren se detuvo.

Un gigante vestido de blanco se paró sobre un balcón del templo dorado.

Una voz ensordecedora tronó en el cielo y un rayo refulgió en el firmamento.

- ¡Deteneos  meros mortales o sentiréis la ira de los dioses!.

- ¡La pucha con la entradita! - Dijo Gustavo - Como les gusta lo dramático a los griegos estos.

Nadie se rió.

El tren ubicó a una distancia prudencial e IGnus preparó sus escritores para la batalla.

Los Dioses del OlimpoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora