1-3 La Detencion de Arsenio Lupin

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Sin duda bromeaba. Sin embargo su fisonomía y su actitud nos impresionaban.

Ingenuamente, la señorita Nelly preguntó:

— Pero ¿no tiene usted una herida?

— Es verdad que falta la herida — replicó él.

Con un ademán nervioso se subió la manga y descubrió el brazo. Pero inmediatamente me asaltó una idea. Mis ojos se cruzaron con los de la señorita Nelly: el hombre nos mostraba el brazo izquierdo.

Y, palabra de honor, yo ya iba a hacer esa observación, cuando un incidente distrajo mi atención. Lady Jerland, la amiga de la señorita Nelly, llegaba en ese instante corriendo.

Estaba desconcertada. La rodeamos presurosamente, y sólo después de grandes esfuerzos logró balbucir:

— ¡Mis alhajas, mis perlas! ... ¡Me han llevado todo! ...

Pero no, no le habían llevado todo, cual luego nos enterarnos; cosa muy curiosa:

¡habían hecho una selección!

De la estrella de diamantes del pendantif de cabujones de rubí, de los collares y de los brazaletes rotos habían sido quitadas no las piedras mas gruesas, sino las más finas, las más preciosas, aquellas que, hubiérase dicho, representaban el mayor valor y ocupaban el menor espacio. Las monturas hallábanse sobre la mesa. Yo las vi, las vimos todos, despojadas de sus joyas como flores de las que hubieran sido arrancados los hermosos pétalos chispeantes y coloreados.

Y para ejecutar ese trabajo, durante la hora en que lady Jerland tomaba el té, había sido preciso, en pleno día y en un pasillo muy concurrido, violentar la puerta del camarote, encontrar una pequeña bolsa disimulada en el fondo de una caja de sombreros, abrirla y escoger.

No se alzó más que un solo grito entre nosotros. No hubo más que una sola opinión entre todos los pasajeros cuando el robo fue descubierto: "Es Arsenio Lupin". Y, en realidad, esa era efectivamente su forma de actuar, complicada, misteriosa, inconcebible..., y, no obstante, lógica, pues siendo difícil ocultar la fastidiosa masa que hubieran formado el conjunto de alhajas, mucho menor era ese problema con pequeñas cosas independientes unas de otras: perlas, esmeraldas, zafiros.

Y en, la hora de la cena ocurrió esto: a derecha e izquierda de Rozaine, los dos lugares permanecieron vacíos. Y por la noche supimos que aquél había sido convocado por el capitán.

Su detención, cosa que nadie puso en duda, dio origen a una verdadera sensación de alivio. Al fin respirábamos. Esa noche nos entregamos a juegos menudos. Se bailó. La señorita Nelly, sobre todo, dio muestras de una alegría aturdidora que me hizo ver que si acaso los homenajes de Rozaine le habían sido gratos en un principio, ya no los recordaba en absoluto. Su gracia acabó de conquistarme. Hacia la medianoche, bajo la serena claridad de la luna, yo le declaraba mi devoción con una emoción que no pareció desagradarle en absoluto.

Pero al día siguiente, ante la estupefacción general, se supo que, a causa que los cargos presentados contra él no eran suficientes, Rozaine había quedado en libertad.

Hijo de un importante comerciante de Burdeos, había presentado documentos que estaban completamente en regla. Además, sus brazos no presentaban la menor huella de heridas.

— ¡Documentos! ¡Certificados de nacimiento!— clamaron los enemigos de Rozaine. — Pero ¡si Arsenio Lupin les presentaría a ustedes tantos como ustedes quisieran! Y en cuanto a la herida, lo que ocurre es que no sufrió ninguna.... ¡o bien que él ha borrado la huella de la misma!

Una objeción que se presentaba contra eso era que, a la hora del robo, y ello estaba demostrado, Rozaine se paseaba por el puente. A lo que sus enemigos replicaban: — ¿Es que acaso un hombre del temple de Arsenio Lupin tiene necesidad de asistir al robo que él mismo comete?

Y añadido a ello, aparte toda consideración extraña, había un punto al cual hasta los más escépticos no podían ponerle un epílogo: ¿quién, salvo Rozaine, viajaba solo, era rubio y tenía un nombre que comenzaba con R? ¿A quién apuntaba el telegrama, si no era a Rozaine?

Y cuando Rozaine, algunos minutos antes del desayuno, se dirigió audazmente a nuestro grupo, la señorita Nelly y lady Jerland se levantaron de sus asientos y se alejaron. 

Arsenio Lupin Caballero y LadrónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora