I (La tentación)

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El amor se desvanece cuando la rutina aparece.

Nueva York, 9 de la mañana. El tráfico se intensifica. El aire se llena de olores tóxicos y nauseabundos. Jonathan Harker, un hombre alto, robusto, ojos celestes como el cielo, acaba de saludar a su esposa Karen y a sus dos pequeñuelos, que se alistan para ir a la escuela como todos los días. Y como todos los días, ese ritual abrumador se repite una y otra vez, de manera interminable. Él sabe que no tiene otra opción que asimilar la derrota. Jamás habría imaginado que, tras 7 años de matrimonio, tendría el desagradable placer de conocer a la desdicha en persona. Ahora ésta era una parte inseparable de su ser.

A los 35 años, el señor Harker se desempeñaba como vendedor de seguros de 9 a 5. Su vida carecía de emociones. Cada mañana urdía en un plan de escape mientras se duchaba antes de ir al trabajo; pero la rutina siempre le pisaba los talones, y al final desistía de todo intento por librarse de ella. A veces, jugaba una partida de solitario con su cuerpo antes de levantarse... También lo hacía por las noches cuando todos habían caído ya en su quinto sueño. En lugar de hacerle el amor a su esposa como haría un hombre del común, Jon deambulaba con pies comatosos por los rincones de la casa, del segundo piso a la nevera de la cocina, terminando su recorrido en el sótano, lugar donde guardaba un pequeño tesoro adentro de un baúl polvoriento: una colección de películas pornográficas. Le gustaba sentarse en un viejo sillón rojo sangre cuyas costuras estaban abiertas y desgastadas, con una lata de cerveza en la mano izquierda y su pene en la derecha; y así se preparaba para una breve sesión de solitaria complacencia.

Seamos honestos: él amaba a Karen. Sin embargo, en la felpa de la
comodidad matrimonial aparecían agujeros de polilla. Ya no sentía la misma pasión de un principio. La llama sagrada que mantenía viva a la relación había sido descuidada; por consiguiente, el fuego se extinguió. La infidelidad comienza cuando buscas algo que no encuentras en la persona que amas; y Jonathan estaba al tanto de ese sentimiento que ardía en las profundidades de su núcleo.

Así y todo se resistía a obedecer los deseos de su cuerpo; y lo hacía con un esfuerzo denodado de su parte. Evitando el transporte público, por ejemplo. Como todos sabemos, Nueva York posee un vasto entramado de líneas de subterráneo. Una vez, durante la hora pico de la mañana, Jonny viajaba de pie sujeto a la correa del vagón cuando, de pronto, sucedió una frenada que hizo amontonar a los pasajeros entre sí y una hembra morena de anchas caderas vestida con minifalda chocó accidentalmente contra él. Su parte trasera quedó pegada a la entrepierna de Jonathan. En lugar de separarse al instante, la extraña se quedó en la misma posición durante varios segundos, plácidamente apoyada sobre el bulto endurecido, hasta que finalmente se dio la vuelta y pidió perdón con una sonrisa coqueta. Cuando se bajó en su estación correspondiente, Jonathan se dio cuenta que aquella dama de aspecto exótico lo seguía de cerca. Avanzando entre una constelación de personas hacia la escalera principal, se topó nuevamente con ella, esta vez cara a cara. Sus ojos aventureros exploraron el escote a punto de explotar. La voluptuosa morocha de ojos verdes fingió estar desorientada y le preguntó a nuestro apuesto caballero si sabía cómo llegar hasta una agencia de modelos cercana al Empire State. Si tenía tiempo y podía acompañarla... Pero Jonny permaneció inmóvil. Sus ojos viajaron de la línea de los senos hasta la boca carmesí, y después otra vez al exuberante escote. Empezó a responder con algunos gruñidos de interrogación. Dudaba. Su conciencia era fuerte, pero internamente moría por acostarse con ella. La mujer alzó una ceja y sonrió de impaciencia. Los deseos del confundido esposo cristalizaron en una profunda resignación; y mientras sacudía la cabeza en señal de negación, dijo que estaba atrasado para una importante reunión en el trabajo. La desconocida captó el mensaje, y antes de alejarse apoyó su mano con grandes uñas postizas sobre la manga del saco.

-No te preocupes, ojalá podamos vernos de nuevo.

Se lamió los labios; y el corazón de Jonny saltaba de su pecho como en una caricatura de Tex Avery. Mientras la observaba menearse por los escalones, recordó que la había visto en algún lado, aunque no lograba visualizar el lugar exacto. Estaba impactado por su belleza, por el derroche de sensualidad que ella hacía al caminar, por sus caderas macizas y perfectamente contorneadas.

Una experiencia inolvidableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora