III (Pecado original)

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Puede que conozcas el pecado original; y puede que sepas cómo jugar con fuego...

La bella mañana soleada de Abril auguraba, con su tibieza y luminosidad, lo que sería el desarrollo de una tarde especial para el modesto vendedor de seguros, ahora devenido en un lujurioso representante. Sofía había impactado a los ejecutivos de aquella prestigiosa marca de ropa interior, quienes pidieron comenzar con las sesiones de fotos de inmediato. El sitio predestinado era una casa quinta ubicada algunos kilómetros al sur del centro de Brooklyn, no muy lejos de la costa. Ese día Jonny sacó el auto de su garaje con la excusa de que debía dirigirse a una importante reunión de negocios. No sabía la hora de su retorno. Quizá a la mañana siguiente... Lo mejor sería que no lo esperaran despiertos en casa.

Ya se encontraba en el garaje, vestido con sus ropas de oficina, preparando todo lo necesario para ese día especial: algunos snacks y unas cervezas congeladas en la hielera, unos dulces de chocolate para su bombona; artículos de higiene, condones —los cuales ocultó celosamente en la guantera—. También llevaba algunas prendas casuales de repuesto dentro de un bolso deportivo con la intención de probárselas cuando llegara el ansiado momento del after party junto a su modelo. Y allí estaba ella... De pie sobre la acera en esa esquina de la 42 y Broadway, sosteniendo su cartera de cuero por el hombro derecho, indiferente a las sombras masculinas que pasaban a su alrededor y se daban la vuelta para mirarla. El coche se detuvo, y el ansioso conductor le hizo señas con las luces delanteras; en un abrir y cerrar de ojos la escultural morocha ya estaba sentada a su lado. A partir de este momento, Jonathan ingresó en un estado de existencia donde nada importaba, salvo la infusión de goce que fermentaba en su cuerpo. Lo que había comenzado como una distensión deliciosa de sus raíces más íntimas, se había convertido en una marejada de pasión que lo arrastraba cada vez más profundo.

Luego de 40 minutos rondando por los alrededores de Madison, por fin apareció el cartel de bienvenida con el nombre de la casa. Se trataba de un chalet de grandes proporciones, estilo colonial, techo de tejas y pórtico con columnas de mármol blanco. Estacionaron en un área reservada. El jardinero del lugar se quedó boquiabierto ante la imponente presencia femenina, con las manos apoyadas sobre el mango del rastrillo, mientras la señorita Jamora dejaba una estela de sensualidad a su paso. El celoso del señor Harker —a quien no se le escapaba una— la invitó a apurarse mientras la abrazaba por la cintura. Dentro del salón comedor, luminoso y brillante, los recibió un pequeño comité de bienvenida. Tras algunos apretones de manos y salutaciones de rutina, Sofía fue invitada a cambiarse de ropa en una de las habitaciones adyacentes. Jonny la siguió con la mirada mientras ella se alejaba acompañada por una vestuarista. El fotógrafo encargado de retratar la belleza de la californiana le dio los detalles de la sesión fotográfica. Ésta sería dividida en dos partes durante el día: la primera, en el patio, posando al lado de la piscina (al igual que esas fotos y videos que Jonathan había visto por primera vez y que aún guardaba en su filmoteca mental); y la segunda, dentro de la casa, en una habitación especialmente decorada para tales situaciones, hacia las últimas horas de la jornada.

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