IV (Ahora o nunca)

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Nunca enciendas un fuego que no eres capaz de apagar...

El ondulante calor todavía seguía con ellos; los acompañaba incansablemente de calle a calle. Almorzaron en un coqueto restaurante de pescados y mariscos situado a pocas cuadras de la playa: hacía años que Jonathan no sentía tanta hambre. Para él, se trataba de unas vacaciones de adolescente. Sin embargo, la preocupación de estar infringiendo las leyes del matrimonio lo atribulaban a cada rato. Antes de terminar con la comida, le comentó a su acompañante acerca de esa gran posibilidad de saltar a la fama en la mágica ciudad del estado de Florida. «¿En serio?», preguntó ella con los ojitos brillantes de alegría. «Vaya, no me lo esperaba. ¡Fenómeno!». En verdad, nadie se esperaba que una chica más del montón buscando trabajo en Nueva York pudiera ganar la carrera...

—¿Y cuándo es la cosa?

—La próxima semana.

—¡Qué felicidad! —exclamó Sofía entrelazando sus manos a la altura del pecho—. Eso significa que no tenemos tiempo que perder.

La mueca de alegría se diluyó lentamente de su rostro al ver que el preocupado comensal de mesa no respondía.

—¿Qué pasa? —preguntó—. ¿Acaso no te alegras por nuestro buen porvenir?

Jonathan levantó automáticamente la cabeza tras oír la última pregunta.

—¿Nuestro?

—Claro. Es obvio que tú vendrás conmigo, ¿no es cierto?

Todavía quedaba una última cuota de remordimiento latente en el corazón de Jonny.

—No me digas que tú ahora quieres echarte para atrás de todo esto, después de lo que hemos conseguido y...

Se miraron a los ojos. Jonathan titubeó. Una secuencia de imágenes lo asaltó de repente: Sofía desfilando sobre la pasarela bajo el cálido cielo nocturno de Miami. Sofía entre bastidores junto a sus compañeras —tan atractivas y sensuales como ella—. Una futura actriz. Sofía actuando en comerciales de televisión. Sofía y su novio-representante, el apuesto y fogoso señor Harker...

—No, en lo absoluto —dijo—. Iría contigo hasta el fin del mundo si fuera necesario.

Una bella sonrisa con hoyuelos volvió a dibujarse en el rostro de su compañera.

Es común que intentemos esconder los problemas bajo la alfombra. La mente se concentra en los pensamientos más atrayentes que penetran a través de las pupilas. Y así se sentía Jonathan en aquellos momentos... Saboreaba las mieles del éxito; pero, a su vez, su inconsciente era perturbado por las decisiones tomadas.

Pasaron el resto de la tarde en el barrio costero de Brighton, en la playa, aislados del gentío, ocultos entre los acantilados. Allí dieron rienda suelta a los placeres más obscenos. Las manos musculosas de Jonathan esparcieron crema sobre la espalda desnuda de Sofía, brillante bajo los rayos del sol. Las marcas en negativo de sus ropas de baño estaban impresas sobre la piel tostada. El mar rugía a pocos metros de distancia. La impetuosa amante, apoyada de manos y rodillas contra el suelo arenoso, arqueaba su columna vertebral con gran elasticidad para entregar sus grandes nalgas al éxtasis erecto que la penetraba sin cesar. De pronto, un último latido de conmoción, un último gemido de excitación... Los fluidos masculinos depositados sobre la zona lumbar de la modelo quemaban más que la propia arena debajo de su cuerpo.

La tarde había pasado volando. El tiempo siempre transcurre rápidamente cuando uno se divierte... No obstante, ahora era momento de volver a Madison para continuar con la sesión de fotos. Ésta fue más ligera que la anterior en la piscina, aunque no menos ardiente. Sofía se puso un vestido de seda color blanco, el cual ocultaba parcialmente su torso.

Su parte trasera, sin embargo, nunca podía esquivar el intermitente flash de la cámara

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Su parte trasera, sin embargo, nunca podía esquivar el intermitente flash de la cámara. Jon sintió que no aguantaba mas y salió a fumar al patio, bajo el techo del porche. No era capaz de seguir observando a su doncella de fantasía con poca ropa y posando de manera provocativa ante la mirada ajena. De modo que decidió esperar afuera hasta el término de la producción fotográfica.

La noche serena había caído más rápido de lo esperado. La luna estaba llena, fulgurante como una estrella. Un manto de luz plateada reposaba sobre el césped. Mientras tanto, Jonathan medía el jardín a grandes pasos entre medio de un concierto de grillos que cantaban a coro. Cada nervio suyo aún estaba ungido y rodeado por la sensación del cuerpo femenino. El perfume de mujer había quedado sobre su piel, sobre su pelo, sobre su ropa... Era evidente que no podía volver a su hogar en ese estado de flagrante sensualidad. Entonces, pensó en pasar la noche en una habitación de hotel —tal cual sus fantasías lo habían predestinado anteriormente— junto a su modelo amante. Alli sería capaz de darse una ducha y quitarse de encima la libidinosa esencia de una aventura prohibida. Pero algo más lo desconcertaba: su cuerpo podría quedar limpio, pero no así su conciencia. Al fin arrojó su quinta colilla entre los arbustos y se desperezó. Una suave caricia sobre su hombro derecho lo hizo sobresaltar.

—¿En qué pensabas, cariño?

La joven Zamora se había cambiado de ropa y ya estaba lista para irse.

—Pues... —hizo una pausa para mirarla a los ojos—. Pensaba en ti, desde luego.

Sofía sonrió con ternura y le besó la mejilla. El corazón de Jonny jugaba un papel importante en la conflagración amorosa versus mente.

El ostentoso caserón fue quedando despejado poco a poco. Fotógrafos, ayudantes y empleados de vestuario empacaron sus cosas dentro de una camioneta de la empresa y se fueron en seguida. Los últimos en irse fueron los representantes de la agencia, complacidos, exultantes, almibarados por el dulce sabor del triunfo. Se dirigieron a hablar con Jonathan para ultimar los detalles del viaje. Sin embargo, aquellos publicistas habían trastocado los planes: manager y representada debían partir al día siguiente hacia la ciudad de Miami, pues el dichoso desfile se había adelantado de fecha temiendo la llegada de una tormenta tropical.

—Vamos, Jon. ¿Qué dices? —dijo Sofía sacudiéndolo por el brazo.

Jon dudó por unos instantes, y siguió dudando mientras el vacío de silencio comenzaba a hacerse más incómodo cada vez. Estaba mudo. ¿Acaso debía abandonarlo todo tan rápido sin haberse despedido de su familia en persona, y sin siquiera haber preparado el terreno de antemano? En algún sitio recóndito dentro de su mente se oía la palabra «no»; pero su confundido corazón latía por el «sí». Finalmente, entre carraspeos de por medio, confirmó la presencia de ambos en el futuro de la marca. Un último y trémulo apretón de manos selló el trato entre ambas partes representantes. Montado sobre un tigre, difícilmente se pueda bajar. Era ahora o nunca.

Una experiencia inolvidableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora