Cuando me miró, no vi su mirada brillante. No pude ver esa alegría tan característica en él. ¿Sería por empezar el instituto de nuevo? ¿Quizá por la presión de su madre hacia el nuevo curso? Su madre como cocinera era un 10, pero como apoyo emocional para su hijo dejaba mucho que desear. Recuerdo hace un par de años, en cuarto de la ESO, cuando me lo encontré por el pasillo del instituto, con la cara llena de lágrimas y prácticamente con un ataque de ansiedad. Recuerdo también perfectamente la conversación tan profunda que tuvimos. No era el Pablo que conocía, era alguien con sentimientos muy reales y profundos. Él siempre se había mostrado gracioso, y sobretodo muy amable y agradable con los demás. Yo por aquel entonces no le conocía mucho, simplemente éramos compañeros de clase, pero desde aquel mismo instante nos volvimos como los mejores amigos del mundo. Siempre he pensado que desde aquel momento he mejorado como persona. Aquel momento de vulnerabilidad por su parte me demostró que quizá no todo el mundo era tan frío como yo pensaba. O quizá si lo fuesen por fuera, como una especie de coraza, pero por dentro me di cuenta de que no lo eran. "Todos somos vulnerables, en mayor o menor escala, y con distintos temas por supuesto, pero todos tenemos puntos débiles". Darme cuenta de esta estúpida reflexión, me hizo enamorarme poco a poco de la parte fuerte y la vulnerable de Pablo.
Al sentarnos en nuestra pequeña mesa, la camarera tomó nota de nuestro pedido. Era nueva, por lo que no sabía quiénes éramos ni nada de nosotros, aunque en ese momento ella no era la única que no nos reconocía.
-¿Qué vais a tomar chicos?- Dijo la chica de ojos azules y pelo rubio.
-Yo un café cortado con las tostadas de la casa.- Le dije.
-Yo un vaso de agua.- Dijo Pablo. Esas palabras confirmaron mi teoría, algo no andaba bien.
Cuando la camarera se alejó para preparar nuestro pedido (bueno, más bien el mío), me quedé pensando las posibilidades que tenía:
1-Podía hablarlo con él directamente, sin tapujos. Al final, soy una persona muy honesta, quizá incluso demasiado. Podía reclamarle mi flor, aunque eso sonaría demasiado materialista por mi parte. Podía incluso pedirle que me sonriese, que por favor me enseñase su espléndida sonrisa que tanto me enamoró y me sigue enamorando día a día, pero eso sería quizá muy egoísta, porque muy probablemente si no me la ha mostrado ya, significa que no la posee.
2-Podía simplemente actuar como si nada pasase. Esta opción es, por supuesto, una prácticamente inviable. Yo necesito saber qué le pasa, qué está cocinando esa cabeza como para rechazar no solo esas deliciosas tostadas, sino a mí.
No tardé mucho en decidirme y lanzar mi pregunta, la que quizá determinaría incluso la relación entera. En el momento en el que decido hablar, le suena el teléfono. Para mi sorpresa, coge la llamada. ¿Por qué para mi sorpresa? Porque Pablo nunca cogía las llamadas (ni las mías, ni las de su madre, ni las de sus amigos... Ninguna). Él siempre cuelga la llamada y después la devuelve. Es bastante tonto si lo pienso bien, al final vas a hablar con la persona que te llama de una manera u otra, pero esa era su manera. Para aún más sorpresa para mí, se levanta de la mesa y se aleja un poco de mí. ¿Por qué tanto secretismo?
Solo le oigo decir unas palabras entrecortadas como "ahora" y "voy". Esa última fue la que terminó la conversación entre alguien desconocido y él. Cuando le veo acercarse, a toda prisa, pienso que es para hablarme, pero veo que estoy muy equivocada cuando coge su chaqueta y, sin mediar palabra, se marcha de la cafetería.
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Olvidarte y otras cosas difíciles
Teen FictionAquel verano con Pablo fue ideal: paseos por Madrid, los desayunos en aquella pequeña cafetería, las noches sin dormir... Todo eso cambió el día anterior a empezar mi último año de instituto. ¿Qué pasó con Pablo? ¿Por qué aquella mañana, después de...