Lo que sentí, la primera vez que la vi.

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Mi cuerpo se sentía completamente pesado, no quería hacer nada, peor recibir la visita.

Miré a mamá ataviada en la cocina. Coloqué mis codos en la mesa y dejé el peso de mi cabeza en las palmas de las manos.

Era enorme la pereza que tenía, tanto como para estar muy impecable y ordenado. Prefería jugar en la tierra o jugar con mis amigos tal como hacía un niño a mi edad; siete años. Pero no podía jugar, ni siquiera ensuciarme, porque sabía que mamá me castigaría.

—¿Qué te pasa Nico? —preguntó papá colocando el reloj en su muñeca.

—¿Tengo que usar esta ropa? —cuestioné luego de mirar mi traje demasiado incómodo.

—Sí, es necesario. Una persona importante nos visita... —El golpeteo en la puerta llamó su atención—. Vaya, ya está aquí.

Papá se apresuró a la entrada de la casa y yo le seguí de cerca ya que mamá me había pedido que diera la bienvenida al invitado junto a él.

Me quedé en medio de la sala, solo miraba a mi papá saludar a un señor intimidante. Mamá llamó a mi papá y él enseguida fue hacia ella. Papá le había dado permiso para entrar a la casa. El hombre parecía un gigante. Sentía cómo el miedo inundaba cada parte de mi cuerpo, los nervios se alteraron y se congelaron al mismo tiempo.

—¿Tu eres Nicolás? —preguntó con una voz ronca y grave que me provocó escalofríos.

Yo traté de no huir, y en esa lucha no respondí. Pero él aun esperó mi respuesta y yo asentí temeroso mientras mi cuerpo temblaba.

—Que bien. —Sonrió y pasó a mi lado mientras revolvía mi cabello.

Por horas mamá me había mantenido inmóvil, peinándome y haciéndome sufrir esa terrible tortura. Mis esfuerzos por soportarlo se fueron con el viento cuando ese señor de voz grave lo revolvió. El señor continúo caminando, pero luego se detuvo y volvió a ver a la puerta.

—¿Carina? —preguntó con esa voz grave.

Mi curiosidad se incrementó al saber que alguien más le acompañaba. Papá no me había mencionado y gracias a ese descuido me mantuve mirando la puerta, esperando a que apareciera esa tal Carina.

—Vamos Carina no seas tímida —dijo el señor.

Una niña se asomó y luego entro a la sala con timidez. Ella... era la niña más bonita que había visto. La sorpresa iba en incremento, la vergüenza explotó en mí cuando sus ojos se anclaron en mí. Las niñas de mi clase o de alguna otra clase, no se le podían comparar. Ni todas las niñas de la escuela le podían ganar. Era absolutamente bella.

Carina se dirigió hasta mí y yo me volví más nervioso. Se paró frente a mí, no podía parar de mirarla, era muy bonita.

—Carina, él es Nicolás —El señor intimidante me presentó.

El cabello de Carina llegaba hasta la altura de sus hombros. El color era marrón claro, su cabello era casi ondulante. El color de su piel era blanca y se veía muy suavecita. Miré su rostro y al ver su mejilla sonrojada, mi mano se movió en contra de mi voluntad. Casi llegué a tocarla por culpa de mi descuido. Quería saber que tan suave era su mejilla. Traté de controlar el impulso tomando mi mano con la otra y mientras batallaba mantuve la mirada en el piso.

Tenía mucha vergüenza, demasiada para mi gusto. Me sentía tan avergonzado como esa vez que mamá le había contado a la vecina que le tenía miedo al monstruo del closet, a pesar de mi edad.

Por suerte ella no lo notó y recuperé mi postura, viéndola a los ojos. Sus ojos eran color miel, extrañamente claros, claros como el sol. Eran lindos, me gustaba mucho el brillo que poseía. Pero a la vez, su mirada estaba algo llorosa. Como si estuviera triste.

—Nicolás. —Miré rápidamente al señor—. Ella es Carina. Mi hija. —La miré de inmediato a los ojos aún más impresionado.

Ella sonrió, y al verla así, sentí que algo en el fondo nació, algo que no sabía que era y nunca había experimentado en mi vida.

No sé porque... pero era confuso. Bajé la mirada por un momento ya que no soportaba la vergüenza de mirarla a los ojos, sentía que mi cara ardía y mi respiración se entrecortaba, sintiendo cada latino fuerte de mi corazón.

Levanté la vista y ella continuaba mirándome aun con esa sonrisa. Las comisuras de mis labios se movieron a su propia voluntad, formando poco a poco una sonrisa que no podía controlar.

Luego el señor se fue y ella le siguió. Yo me quedé en mi sitio, congelado, pero mis necios ojos la seguían...

***

En la noche, antes de dormir, pude escuchar a mi padre y a mi madre hablando sobre la visita. Yo estaba escondido esperando que hablaran sobre Carina, la hermosa niña. Logré escuchar sobre ella, pero lo que escuché, me entristeció.

«PobreCarina. No puedo imaginar perder a mamá...».

Ojos color solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora