Lo que sentí, la segunda vez que la vi.

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Diez años después...

Diecisiete años y no sabía qué hacer con mi vida.

Me sentí pésimo, preocupado y desorientado. Ya estaba por graduarme en la secundaria y no sabía qué carrera elegir. «Rayos...». Suspiré y me relajé en el sofá. Realmente no tenía idea sobre que debía dedicarme y esa decisión me estaba estresando durante el año.

—¡Nico! —Mi madre me asustó al entrar a la sala con varias bolsas de compras—. ¡¿Qué haces?! ¡Ayúdame! —Continuó quejándose.

―Voy... ―dije desanimado.

―¿Y todavía no te has cambiado? ―preguntó cansada mientras me levantaba perezosamente para ayudarle.

—¿Por qué? —pregunté.

—¡Viene una visita! —Luego ella se fue a la cocina y la seguí.

—¿Quién nos visita? —pregunté con un tono perezoso.

—Viene el viejo amigo de tu papá. Y también su hija. —Me impresionó.

Mi mundo y mi cara se iluminaron. Traté de disimular mi gran sonrisa.

Todas las cosas que hice de pequeño las había olvidado, pero había una cosa que nunca lo hice: ella. En ese momento dejé las bolsas en la mesa de la cocina y casi corrí en dirección a mi cuarto pero, me detuve.

―¡Mamá! ¿Estás segura? —pregunté algo nervioso luego de darme la vuelta hacia ella.

—Si —afirmó mientras guardaba las cosas.

—¿Ella es boni... digo —aclaré la garganta—, la has visto? —Casi le pregunté que si era bonita. Tuve que frenarme y cambiar mi tono de voz a uno con indiferencia.

—Sí, es muy linda, es hermosa —dijo mi madre encantada, aun con sus ojos inspeccionando el contenido de cada bolsa.

—¿De verdad? —Me rasqué la nuca.

—Ajam... —dijo ella revisando el refrigerador—, la miré cuando fui a la capital, aproveché y visite la casa del señor Izaguirre. De verdad es muy bonita.

―¿La casa o ella? ―pregunté seriamente.

―¡Ella! ¡Por supuesto! Aunque su casa, también es muy bonita... ―Puse los ojos en blanco ante aquel comentario.

No dije nada y me fui corriendo hacia mi cuarto. Me senté en el borde la cama y entrelacé mis manos, nervioso pensé si debía vestirme bien para impresionarla o no. Miré la hora en el reloj de mi escritorio. Se me había olvidado preguntarle a mi madre a qué horas llegaría y me dediqué a pensar en cómo debía hablarle. Estaba impaciente y me debatí entre que palabras usar, si valía la pena o no mostrar otra personalidad. Desperdicié las horas más rápido de lo que esperaba. Hasta que escuché la bienvenida de mamá. Bajé las escaleras rápidamente. Lo malo, es que no me había cambiado para nada.

Me arrepentí...

Ahí estaba ella, junto a su padre, sonriendo a mi madre. Su cabello estaba suelto, era más largo y sedoso. Su piel aún se mantenía clara y al acercarme lo suficiente, su altura era unas pulgadas bajó de mí. De inmediato sus ojos se posaron en mí. Estaba embobado por aquellos ojos. Ojos hechos puramente de ámbar similares al sol, no me había dado cuenta que mi lengua había desaparecido porque no podía hablar, ni decirle las frases que tanto me costó pensar.

—Hola. —Ella me saludó con una sonrisa, aunque sus ojos mostraban algo de tristeza como la última vez.

Mis ojos y boca ya estaban abiertas, pero al escuchar su dulce voz dejé escapar un suspiro desde lo más profundo de mi corazón. Ella rió traviesamente y yo me mantuve en un trance placentero. Su padre se aclaró la garganta. Mi madre le dirigió hacia el comedor y yo me quedé con ella en la sala a solas. Viéndonos mutuamente, yo no despegué mis ojos en los suyos ni ella en los míos.

—Tú... —Traté de dialogar, pero no podía decir algo. Me rasqué la nuca nerviosamente. Aclaré mi garganta, mirando el piso. «¿Qué te pasa? ¡Reacciona! Alágala...». Mi mente gritó—. Eres bonita... ―dije con timidez.

La miré con intensidad y ella bajó la mirada algo avergonzada.

—Gracias... —Ella se mecía en sus pies a la vez que jugaba con los dedos de sus manos.

—Vengan chicos, la comida ya está lista. —Madre nos llamó.

Ambosnos miramos, ella por fin me dejó admirar esos ojos tan claros que me hacíansuspirar. 

Ojos color solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora