Lo que sentí, la última vez que la vi.

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Una semana después...

Estaba contento, muy feliz. Me sentía ligero y muy animado. Había logrado tomar valor para invitarla a salir por una semana.

Fue la mejor semana de mi vida. Día tras día nos dimos cuenta de nuestros sentimientos, pero nos limitamos a disfrutar los días sin mencionar el tema. Muy en mi interior esperó salir más seguido con ella, pero había algo que los dos sabíamos muy bien. No podíamos ser algo más.

Sabía que ella tenía que regresar a la capital, y yo... por lo menos iba a tener el recuerdo de haberlo pasado muy bien junto a ella. Traté de no cruzar esa delgada línea de una mera amistad a algo mucho más especial; bueno, ambos intentamos solo ser amigos, de forma tácita.

Regresé a mi casa después de salir por última vez con mis amigos, pues la semana de vacaciones estaba por finalizar. Ellos habían notado mi humor ya que estaba por lo la alturas de la felicidad y no tardaron en fastidiarme. Me dirigí a mi cuarto y me encerré para dormir un buen rato. Horas después mi madre tocó mi puerta y me levanté para ver que sucedía.

―Ve abajó, alguien desea hablar contigo. ―El rostro de mi madre poseía algo de tristeza.

Fue muy raro para mí verla de esa manera. Bajé las escaleras lentamente tratando de ver desde arriba quien me esperaba.

Mi cara se iluminó al ver a Carina de pie en medio de la sala. Una enorme sonrisa se dibujó en mi rostro, era inevitable cada vez que la miraba. Ella tenía sus manos entrelazadas una con la otra. Parecía nerviosa con la cabeza inclinada hacia abajo.

«Algo no anda bien».

Me acerqué lentamente. Carina no se dio cuenta de mi presencia.

―Hola. ―La saludé con una sonrisa.

Carina se sobresaltó, pero aun así no levantó la mirada y se ocultó entre su cabello largo. El ambiente era algo tenso y pesado. No me gustó, para nada.

―Hola Nico ―dijo tímidamente.

Me coloqué frente a ella. Los dos estábamos parados uno frente al otro. Ella jugaba con los dedos de su mano. Di un pasó cerca de ella y coloqué una mano entre las suyas para detener ese jueguito suyo.

―¿Qué te ocurre? ―pregunté preocupado.

Carina levantó lentamente la mirada, sus ojos claros estaban vidriosos a punto de llorar. Ella tragó saliva y miró nuevamente al suelo.

―Vengo a despedirme ―dijo apenas.

Dentro de mi pecho sentí como algo fue jalado hacia el piso. Mis pies, mis tobillos y mis piernas se sintieron débiles. Mantuve la compostura y di un largo respiro. Sonreí para que ella no se preocupara y coloqué mis manos en sus hombros.

―Te voy a extrañar... ―dije, y la abracé.

Pude sentir como sus delicados hombros se tensaron. Coloqué una mano en la parte trasera de su cabeza para que se relajara y reposara en mi hombro. Ella cedió y lentamente su cuerpo dejó de tensarse hasta apegarse a mí.

―No te olvides de llamarme o contestar mis mensajes, ¿quieres? ―Continúe fingiendo estar relajado y contento.

Muy en el fondo sentí como un nudo estaba formándose en mi garganta. Pero lo desaté cada vez que podía, tragando saliva y pensando que este no era una despedida. Ella rompió a llorar y traté de tranquilizarla frotando su espalda.

―Nico... yo... ―Ella quería hablar pero sus propios llantos no le permitieron.

―Calma, no te pongas así. ―Continúe acariciándola.

Ojos color solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora