Capítulo III - Azote de tormenta

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  Me encontré transitando por el que podría ser, sin ningún esfuerzo, el segundo más largo de mi vida. Mi corazón latía a mil pulsaciones por minuto mientras mi mente procesaba todas las ideas que cruzaban por mi cabeza. Lentamente fui girando mi cuerpo rígido y mi puño visiblemente cerrado para encontrarme cara a cara con ese hombre. Para suerte de ambos, no era más que un nuevo vecino, anciano y con problemas de visión propios de la vejez, que solo sacaba a su perro a dar un paseo antes de que comenzara la nevada.

—Tengo que dejar estas provisiones en casa de mis abuelos antes de que empiece la tormenta, señor Weeler. No se preocupe, no tardaré.

—Tus abuelos son realmente afortunados. Nadie se preocupa de la gente cuando alcanza cierta edad. Pero ten cuidado hijo, no conviene quedar atrapado en la nieve a estas horas.

—Muchas gracias, agradezco su preocupación —dije aliviado —Si necesita ayuda en algo sabe que puede contar conmigo, señor.

—Gracias, joven, váyase ya y regrese antes de que la tormenta nos alcance.

Dicho esto, le sonreí y me dirigí a mi auto donde empecé mi camino hacia una arboleda que se encontraba a pocas millas.

  Vaya suerte Ash, pero es solo eso: suerte. No puedes depender de ella, es traicionera. Toma esto como una advertencia. Fue realmente imprudente "empacar" con la luz encendida. Al igual que lo es conducir con una tormenta aproximándose.

  La molesta voz se iba haciendo cada vez menos irritante y más familiar. Además, tenía razón, mi imprudencia casi le cuesta la vida a un hombre inocente, no sería diferente de los criminales que juzgo, pero no es nadie para decirme que debo o no hacer.

  Eres como yo, también tienes mi sentido de justicia, lástima que aún sea "esa voz que no recuerdas" — rió en mi cabeza—Puedes ser un poco hiriente, pero con que me escuches me basta por el momento.

—Si tanto quieres que te escuche podrías limitarte a aparecer solamente cuando seas imprescindible. Puedes ser molesto a veces, ¿sabes?

  La voz se esfumó, y me di cuenta que estaba hablando solo, cada día empeoraba más y más mi condición, y a pesar de detestar el psicólogo, pronto me forzarían a ir gracias al numerito que monté en el examen.

  Al llegar a mi ansiado destino y bajar del coche, el gélido abrazo del viento me recordó que debía apresurarme. Tomé mis guantes y comencé a sacar del maletero el cuerpo que se encontraba ya en la fase inicial de la descomposición, por lo cual el olor era casi insoportable. Recuerdo que la luna era la única que me salvaba de quedar completamente a oscuras.

  Los árboles con hojas caídas que me rodeaban constituían el velo perfecto tras el cual ocultarme mientras dejaba con cuidado el cuerpo en el suelo. Coloqué la nota en un bolsillo de su chaqueta mientras le daba los últimos retoques al cisne de papel que introduje en su rígida boca, la cual permanecía entreabierta, producto de la forma aterradora en la que murió.

  Parecía que los estúpidos policías no comprendían aún el porqué de mis actos, solo pensaban en atraparme y no en el bien que yo hacía. Ellos son los verdaderos enemigos de la justicia, todo el día bebiendo y charlando mientras ignoran su deber. No, eso es incomprensible.

La nieve empezó a caer mientras se escuchaba el susurro del viento sacudir los árboles del lugar.

  Regresé a mi auto a sabiendas de que aquel cuerpo pronto sería sepultado por la nieve. No había nadie fuera de su casa, todos se encontraban atrincherados en sus hogares para repeler el ataque de la naturaleza. Me apresuré a llegar a mi propio refugio mientras cada vez se intensificaba más y más la nevada.

Grito inaudibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora