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Capítulo 5: Solo me meto en más problemas

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Caminaba abrazando mi pequeño cuaderno en donde anotaba algunas cosas. Sentía mis garras hundiéndose en su cubierta de madera fina.

Era él, todo este tiempo había sido él. El tonto que me había dejado abandonada después de hacerme creer que podía detener los castigos. Por su culpa me habían empezado a molestar más desde ese día. Y todo lo demás que tuve que aguantar.

¡No podía ser! ¡¿para qué había vuelto?! ¡¿para irse de nuevo?! ¡Y ni siquiera se acordaba! ¡Me había dejado una huella y ni siquiera se acordaba!

"¿De qué hablas? Quizá, fue hace mucho tiempo, la verdad no recuerdo qué hice mis primeros años aquí." Había dicho el desmemoriado. ¡Cómo se atrevía!

—¡Águila, espérame! —pidió.

—¡Déjame sola! —grité al tiempo en el que echaba a correr lo más rápido que podía.

Debía alejarme de él, debía dejar de cruzarme con él, de pensar que se estaba volviendo una especie de amigo mío. Era mentira, una ilusión de mi cabeza, eso no pasaba, yo no tenía amistades, no reales. Mi mamá tenía razón, al final, cada uno veía por su pellejo, todos lo hacían. Y Leo... Leo ni siquiera recordaba que alguna vez prometió ayudarme.

Estaba sola. Era verdad.

Fui detenida de forma abrupta y la sensación de vacío me inundó. Solté un corto grito cerrando los ojos. Respiraba agitada, lo primero que vi fue mi cuaderno irse hasta lo profundo de la ladera. Estiré mi mano hacia este, pero fue obviamente inútil.

—¡Sostente! —Leo me tenía del antebrazo.

De nuevo, ¿por qué no podía mantenerlo lejos?

—¡Suéltame!

—¿Y dejarte caer? ¿Cuál es tu problema?

—Yo tengo deshonra, todo está mal conmigo, ese es mi problema, ¡así que déjame!

Pareció sorprenderse, frunció el ceño y se apoyó en el borde con su otra mano para poder subirme.

—¡No! ¡Déjame! ¡Debo ir por mi cuaderno! —pedí mientras pataleaba para que me soltara.

Sentí el tirón y nuevamente una caída, pero corta. Abrí los ojos al sentir que estaba encima de él, y lo primero que vi fueron sus ojos verdes. Mi corazón se volvió loco. La punta de mi nariz estaba contra la suya, sentí su aliento acariciar mis labios y me aparté de golpe dando un corto grito, poniéndome de pie en menos de un segundo.

—¡Aléjate de mí! —reclamé cayendo hacia atrás por mi propia fuerza al alejarme. Él se sentó veloz, me sostuvo y terminé cayendo sentada.

—¿Estás bien?

—¡No! —abracé mis rodillas y di media vuelta, no quería que viera mi rostro rojo.

—Oye, lo siento. Creo que en verdad te causó molestia, sientes que te abandoné, perdóname. En verdad lo siento. Te lo voy a recompensar.

—Crees que es así de simple, se nota que tu vida es bastante fácil.

—Quizá, pero es por eso que vine. De algún modo sentía que había dejado cosas pendientes, y ahora sé que fue por ti. —Mantenía tensos mis labios mirando al piso, el polvo, las micro piedritas que lo componían, una que otra planta creciendo. Mis mejillas quemaban mucho—. Ahora que lo has dicho, sí te recuerdo, lo siento. Recuerdo que mis padres decidieron moverse un tiempo a la ciudad y te juro que me negué, pero cuando uno es niño apenas se da cuenta de lo que pasa, ellos lo decidieron y así fue.

Suspiré. En parte entendía, uno tenía que hacer lo que los padres mandaban, lo que ellos decidieran que era lo mejor para ti. Y recordando cómo había sido él antes... Pues se había hecho bastante fuerte y grande. Ya no era el niñito débil que recordaba. En fin, que no era mi asunto, ya el daño estaba hecho de todas formas.

Ojos de gato AguilaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora