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Capítulo 6: Duros entrenamientos

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Narra Leo

—¡Levántate! —me habían gritado una y otra vez mientras volvían a empujarme para que no pudiera hacerlo.

Era un niño débil, los demás evolucionados se burlaban en silencio de mí por ser mitad humano, pero humano de los otros y no de los evolucionados, aunque por fuera me viera como todos ellos. No era de extrañarse, los humanos siempre se habían visto todos iguales también y aun así se habían destruido entre ellos. El odio parecía algo innato en todos los seres.

No había recordado hasta ahora el por qué mis padres decidieron llevarme fuera del pueblo, a la ciudad de humanos, hasta que esa joven me lo dijo.

—Tú —murmuró y volteé a verla, pues le había dado un hilo para que bordara algo en su mantel y ya me estaba yendo a sentar—. Tú eres ese niño que pegó su rostro al mío cuando tenía siete años.

—¿Eh? —Los rumores de los otros se alzaron enseguida.

Parpadeé confundido, si apenas me acordaba de lo que había comido el día anterior, apenas si recordaba haber vivido un par de años en este pueblo cuando era muy pequeño. Por otro lado, ¿a qué se refería con pegar mi rostro al suyo? Recordaría haber estado tan cerca de una niña tan bonita.

—¿De qué hablas? Quizá fue hace mucho tiempo. —Me rasqué la nuca tratando de pensar—. La verdad no recuerdo qué hice mis primeros años aquí, solo sé que era débil.

Ella frunció el ceño y se alejó. No volvió a hablarme desde entonces. Caramba, lo había arruinado, yo que quería acercarme a ella y conocerla, no alejarla. Así que cuando la perseguía y la salvé de caer por una ladera, tiré de ella y cayó sobre mí. Entonces al tener su rostro tan cerca, había recordado al fin, además de sentir que mi corazón daba un brinco.

Era por eso que se me hacía familiar y me gustaba bastante, más que cualquier otra chica humana que me hubiera gustado antes. Era aquella niña que me había cautivado por primera vez en la vida, a la que casi había besado ese día, hacía muchos años, ahora hecha toda una hermosa dama. Su cabello era tan negro como una noche sin estrellas y tenía unos grandes e inocentes ojos azulinos. Solo quería estar a su lado desde que la vi pasar esa madrugada...

Se acordaba de mí a pesar de que yo había pasado sin pena ni gloria por este lugar hacía tanto tiempo. La vida en la ciudad de humanos me había absorbido y me había hecho olvidar muchas cosas con el pasar de los años, pero no una cosa en particular: mi debilidad.


—¡Quiero ser fuerte y pelear! —le exigí a papá aquella vez. Él era Sirio, un evolucionado.

Volteó a mirarme con incredulidad. Estaba molesto. Molesto, porque yo había hecho una rabieta única exigiendo volver al pueblo de los "gatos", sin ser muy consciente de que yo también lucía como uno, pero él había dado el ultimátum de que no iba a volver nunca.

—¡¿Si no me haces fuerte entonces cómo esperas que me desenvuelva?! —volví a insistir.

—Silencio —dijo él con severidad.

Había que obedecer a los padres y yo lo hacía, pero...

—¡Solo te pido que me hagas tan fuerte como tú! —grité apretando los puños—. ¡Para romperle la boca a quienes dijeron que mi madre era una impura humana!

Eso era lo que me había hecho enfurecer y atacar, pero como era débil, había perdido. Mi madre se había espantado al verme volver a casa así, dijo que había aguantado suficiente con papá y no quería verme herido a mí también. Eso fue lo que hizo que nos fuéramos de aquel lugar.

Ojos de gato AguilaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora