Capítulo 9

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Desde que arranqué en el auto me la pasaba con un ojo en el camino y con el otro en la pantalla del celular

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Desde que arranqué en el auto me la pasaba con un ojo en el camino y con el otro en la pantalla del celular.

Sentía que en algún momento iba a sonar, y aunque no iba a responderle a ninguno, quería saber quién sería el primero en notar nuestra ausencia.

Luego de unos tantos semáforos y de terminar de morderme las uñas decidí que lo mejor era apagarlo y evitar que pudieran rastrearme.

El cielo aún estaba oscuro y las calles despejadas.

El pequeño Sarcks dormía plácidamente en su silla detrás de mí.

Prendí la radio y conecté el Mp3 que me había dado Santin y llevaba conmigo a todas partes.

Bajé la ventanilla y dejé que el viento revolcara mi cabello y me ayudara también revolcando mis ideas y les diera un orden.

Semáforo en rojo; recosté mi mano sobre el marco de la ventanilla y apoyé mi cabeza en ella.

Ya sabía a dónde iría; la cabaña de mis padres, no muy lejos de allí. Pero no sabía bien como llegar. No íbamos hacía más de 5 años. Ni recordaba cómo era.

Cogí una paletica que tenía sobre el volante y se me deslizó entre los dedos, me agaché a recogerlo y cuando me incorporé de un brinco sobresaltada.

Una anciana estaba parada frente al auto, con el semáforo ya en verde.

Entrecerré los ojos para verla mejor, pero no alcanzaba a distinguir bien su rostro.

—Señora, ¿se encuentra bien? —saqué la cabeza por la ventanilla.

Ninguna respuesta.

—¿Señora?

Eso se me hizo extremadamente raro, y por ningún motivo podía bajarme del auto. No con Sarcks.

—¿Podría al menos correrse hacia un lado para poder pasar? —carraspeé.

La anciana ni se inmutó a lo que le pedí.

No se movía, estaba inmóvil con la mirada fija en mí.

Suspiré.

Maldita suerte la que tengo yo.

Subí la ventanilla y comencé a retroceder. Tenía que irme en contravía, porque esa calle solo contaba con un sentido.

—Yulian...

Escuché mi nombre como si alguien lo hubiera pronunciado junto a mí.

Me giré, y la anciana estaba con una sonrisa de oreja a oreja.

—No, nos vamos —miré al pequeño.

Aceleré lo más que pude. Mientras iba con el corazón a mil tomé el celular y traté de prenderlo, pero ya tenía la batería agotada.

Liberada [Libro 2 Amarrada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora