El último regalo

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Tuve que pedirle a mi abuela que me acompañara a casa de Mateo, porque tenía escalofríos de tan solo mirar su casa; tanto así, que cuando iba a la escuela mi madre tuvo que llevarme por otra ruta, turnándose con otras madres con la condición de no pasar por su casa. Nuestras familias ya no confiaban en la seguridad que antes imperaba. Ella me dejó ir de nuevo sola, hasta que cumplí once años.

Mi abuela me alentó para que tocara la puerta, yo estaba temblando, cuando la señora Ana abrió la puerta me abrazó y yo solo pude llorar. Ese momento sirvió para poder soltar en ese abrazo los sentimientos de culpabilidad, porque el gesto me hizo sentir que no fue mi culpa, ni la de ninguno de nosotros. Ya de los asuntos penales que pudieron envolver al conductor, yo nunca tuve interés en conocerlos.

Esa tarde, me hizo chocolate y me esperaba con mis galletas preferidas, seguro fue obra de mi abuela, seguramente ella le avisó que iríamos. Ese día la señora Ana me contó que estaba esperando un bebé, que tenía tres meses y que para ella era su pequeño milagro, me alegre mucho por ella. Tal vez Mateo desde donde quiera que estuviera había suplicado que sus padres ya no estuvieran solos. De verdad me alegré por ellos.

No sabía cómo introducir el tema, pero debía tomar valor para preguntarle:

- Señora Ana -suspiré -tengo pena en preguntar, perdone mi atrevimiento, pero -titubeé – el día, el día del accidente ¿no encontraste nada entre las pertenencias de Mateo?

- Estaba esperando que vinieras a preguntármelo, pero sí – y de pronto sacó del bolsillo del pantalón un papel que envolvía algún objeto de madera, luego suspiró y agregó: -yo siempre supe que ustedes se querían más que como amigos -se llevó la mano a la cara para limpiarse una lágrima -a veces me sorprendía lo intenso que eran sus sentimientos por ti. Se la pasaba hablándome de ti, de todas las cualidades que tenías, y unos días antes de morir -tembló su voz -me confesó lo que sentía por ti, él que quería hacerte algo para que te protegiera de cualquier peligro, me pidió consejo para darle ideas, le sugerí que te tallara un dije en madera, él no era diestro en este arte, pero todas las noches su abuelo le ayudó hasta que pudo terminarlo justo el día antes. También me dijo -sonrió - que ¿Cómo podía darte un beso sin echarlo a perder?

Me miró esperando mi reacción, yo me sonrojé mirando a mi abuela a la vez que tomaba el pequeño dije en forma de corazón, con mi nombre tallado con bastante fineza; para ser hecho por un principiante, era realmente hermoso, y detrás decía juntos. Eso me hizo llorar nuevamente, mi abuela también lloró, todos lloramos. Agradecí a la señora Ana por dejármelo quedar, aunque fuera para mí; reconocí por haberme dado lo último que él hizo, lo puse en mi cadena y lo guardé para siempre como mi mayor tesoro.

Mateo siempre se la pasó dándome obsequios particularmente de comida, siempre me llevaba algo de comer a la escuela y chocolates, seguro tenía la sensación de que siempre tenía hambre y ¡era verdad! No sé cómo mi cara no tiene acné de tanto que comí chocolates en mi infancia, aunque luego de eso nunca más volvía probar uno.

La seguí visitando, pero con el paso de los años nuestra relación no volvió a ser como antes no por culpa de ellos, sino porque yo había cambiado.

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